El mar

En la mesa justo detrás mío un tipo asimétrico hablaba con su celular en ruso. Conozco en Uruguay un tipo igual que le dicen el torcido, el mismo nombre que le puso a su almacén. El ruso tenía barba, un pelo desordenado y unos anteojos de marco gruesos. No parecía ruso, era muy chiquito. Yo leía una novela de Banville que me recordaba vagamente acontecimientos vividos en el pasado. ¨He escuchado de ti, el argentino, mi padre dice que le gusta mucho lo que has escrito´. Estaba distraído pensando y no pensando en Miriam. En el último instante tuvimos nuestro momento de intimidad. Cuando esta última mañana llegué al hotel un grupo de turistas se estaba preparando para salir. Había movimiento y todo el mundo estaba ocupado. Era un grupo de distintas nacionalidades que habían pasado unos días juntos en tour. Nadie se hablaba entre sí por fuera de sus países. Aquí los franceses, aquí los italianos, aquí los quién sabe de dónde. El guía subía el equipaje a la cuatro por cuatro que los llevaba al puerto y de allí al aeropuerto. Yo, como si fuera mi casa, me preparé un café y me senté en una mesa. De a uno fueron pasando y despidiéndose del personal y cuando todos se fueron Miriam se sentó al lado mío y charlamos un poco. Era ese momento en que se va todo el mundo y alguien que ha estado trabajando y poniendo su atención puede por fin relajarse. Seguro que fue eso y bajó la guardia un poco. Me contó que era geóloga, que había vivido un año en Serbia y que el invierno pasado lo pasó en Madrid trabajando en la oficina de la empresa. No le gustó nada. No está acostumbrada a las ciudades grandes. Ella es de un pueblo del país vasco como su chico. Siempre nombrando a su chico. Como la canadiense de Saint John´s que en una conversación de 10 minutos nombró tres veces a su primo. Mi primo esto, mi primo lo otro. Hasta Torsten se dio cuenta. ¿Y ahora que tío? Me preguntó. Le conté mi idea de conseguir una bicicleta e irme hasta Grecia. Fue allí que ella dice, el país vasco te quedará un poco lejos pero siempre sos bienvenido. También me dice se te va a ir la lancha. Yo tan tranquilo y la lancha que cruzaba al aeropuerto que se iba. El aeropuerto es una antigua base militar norteamericana y solo se llega por barco o en helicóptero. Mientras agarraba las cosas y empezado a correr hacia el muelle balbuceé algo de que cuando quiera venga a Bs As. Ella sonrió con la idea. Miré para adelante para no tropezarme.
Esa fue nuestra historia. Ese fue mi último día en Groenlandia. La noche previa había dormido a 7 km del hotel del otro lado del Fiordo. En otro fiordo en verdad. Había que cruzar de un lado a otro por unos valles no muy profundos y gentiles salteados de lagunas y ovejas. Hay una huella, uno de los pocos caminos de la gran isla. Un continente entero casi sin autos y con 40000 personas como población. Lovely. El medio natural de comunicación es el agua. Llegué al lugar donde inventaron el kayak y ahora me tomo un avión a Copenhagen la ciudad de las bicicletas. Estaba en la costa pensando en nada cuando aparecieron cuatro personas remando. Un guía español y tres turistas. Nos pusimos a hablar con el gallego. Se parece a Mario. Intercambiamos teléfonos y lo invité a la Patagonia. La Patagonia es el sueño de los del Norte.
De vuelta rumbo al hotel no agarré por la huella y me mandé derecho. Por supuesto me fui alejando del camino más natural y terminé unos 5 km más al Norte de donde debía. Transpiré. La lancha iba a cruzar cerca del mediodía, tenía tiempo. Como regaló vi una pareja de águilas. Eléctrica, ojos claros, tez muy blanca y algo colorada. Dientes de conejo y caminar de muchachito. El avión para despegar va derecho al agua donde termina la pista, levanta vuelo, cruza el fiordo, sobrevuela las colinas bajas y gira sobre el hielo para tomar su ruta sobre el Atlántico Norte y rumbo a Europa. Sirvieron maní con vino tinto de Sudáfrica. Copenhagen es una isla separada por un canal de otra isla. Mi manera de llegar por fin al continente.

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