Me salí de la ruta y entonces vi pasar la procesión de los camiones. Me impresionó y me dio miedo. Una extraña belleza. Como asomarse a un precipicio, o a la garganta del diablo. Un gigante detrás de otro sobre una cinta delgada. Unos minutos antes ahí estaba yo. Una hormiga entre las patas de los elefantes. Me desvié hacia el campo a dónde fuera que me llevara ese camino. Minutos después miles de pájaros (eran cuervillos de cañada, unas aves de pico largo y curvo que recuerdan a esos dinosaurios que volaban) despegaron entre los maizales formando una nube mágica que tomó distintas formas, giraron en círculo sobre mi cabeza y se volvieron a posar un poco más allá. Esa noche dormí en una estancia escondida entre una arboleda viejísima. Arriba del tanque de agua hacían ruido unas cuantas lechuzas. Ahora junto a la laguna las luces delatan a los pescadores. Hay cielo para donde levante la vista. El resplandor lejano delata al pueblo que no llega a 3000 habitantes. Por la mañana salí con una niebla que lo cubría todo. Los caballos que se veían a medias parecían criaturas extrañas. Tomé un camino entre bañados repletos de pájaros de todas clases. Al pasar revoloteaban sobre mi cabeza como si yo mismo fuera un barco. Mi tema de la semana: Life among the savages de Papercuts. Otra maravilla entre tantas.