Soñé con una chica que no le sentía el gusto a la lechuga. Llevaba rodete como la abuela, pelo oscuro, diseñadora en un negocio muy moderno de ropa, se parecía levemente a Paula, la pareja alemana del Sapo. Pasaban muchas cosas. Ya en el sueño yo le contaba a alguien que había conocido a esta chica que me había impresionado tanto. Algo con su gusto era muy importante para una teoría psicológica. En otra parte del sueño yo caminaba por un precipicio en una especie de acantilado con una gran grieta. Pasaba caminando despacio por miedo que se abriera el suelo bajo mis pies. Lograba hacerlo y llegaba a una esquina y salía a una ciudad. Una vez Flavio Gueler nos había llevado por ahí. Le preguntaba a la chica si ella diseñaba ropa y me decía que no, que ella era otro tipo de diseñadora (me daba el nombre técnico que olvidé) y me mostraba una especie de exhibido en acrílico y metal.

Por las mañanas vamos a nadar. Nos metemos mar adentro y nadamos un par de kilómetros paralelos a la costa detrás de las olas y los surfistas. Almorzamos ligero y leemos o dormimos la siesta o vemos una película. Certain women de Kelly Reichardt. Tres historias que podrían ser de Carver. Serenas y pacientes. Esa paciencia que estamos ejercitando ahora. La chica que cuida los caballos en un paisaje helado y hermoso. Una chica hermosa y atribulada inconsciente de su belleza y suerte. Ese instante sublime y doloroso de descubrir que ahí afuera hay otra vida. En un momento pareciera que es tan fácil contar historias, cómo esos momentos de claridad que duran segundos en que creemos entenderlo todo.

Una de las noches se escuchaba música de una fiesta lejana. La luna, ya menguante seguía su curso, Mayra desmayada. La tarde siguiente encontramos a Martin y su amiga en la playa. Los vimos acercarse caminando por la orilla desde lejos. Dudamos que fueran ellos (que fuera él). Los chicos se habían enganchado en un picado. Iñaki es un sabelotodo, Rama es igual al padre, esos morochos trabajadores que son excelentes patrones del medio campo, Juan es como yo. Dos noches seguidas fuimos a comprar libros. Martín venía de la casa de Ivan. La mañana siguiente tenía un mensaje de Ironman desde Italia para ofrecerme un trabajo que no pude aceptar por pelotudo. Me salió un sarpullido horrible que atribuimos a las chirimoyas pero yo se que no. Por las noches discutí con los nenes en el Macdonalds y Mayra me reprendió a su manera dulce e inapelable. Benedicto me sigue llamando Captain en sus mensajes. En La Nación salió una nota de un cordobés que va a Rusia en bicicleta. So what. El viernes cayó mucha agua en la madrugada y por la tarde fuimos a la playa cuando la tormenta se estaba yendo. Pasamos por la casa de la tía que ya había llegado. El 31 pasamos con el auto y estaban todos los postigos cerrados. La dejé a Mayra con los críos y me fui. Encontré a mis tíos en el jardín de invierno leyendo. Ella una Historia general de México; él La vida de los Césares de Suetonio. Mi prima hace años que no les habla.

El viernes antes de salir, el día más caluroso y pegajoso del año, fui al diario y pasó lo que supuse creí y sabía iba a pasar. Me ofrecieron reseñar el libro de ardilla. Exagero. Estaba arriba de un escritorio repleto de libros de donde podía elegir. Sonreí. La última vez que fui al diario y me perdí en los pasillos le pregunté a una piba que deambulaba por ahí dónde estaba la redacción de la revista Ñ y me dijo sorprendida que la revista no salía más. Mi buena idea fue de contarle a la directora la anécdota. Sumo puntos.

En un momento la amiga de Martín se puso a hablar por el celular y Mayra se fue a buscar más agua para el mate. Nos acercamos a la orilla con Martín y clavamos las patas en el agua como si fuéramos dos flamencos. Tiramos algunas máximas frente al mar, recordamos viejas anécdotas, reconstruimos eventos a medias más o menos acorde a la verdad histórica. Nos recordamos cuan generosa es la vida, nos quejamos de manera solapada también de ciertas injusticias supuestas que no son tales. El mar estaba calmo. Por la mañana vinimos con Mayra y nadamos a lo largo de la costa hasta un edificio que llamamos el rulero. Un guardavidas nos cuida las cosas. Esos rubios curtidos de playa. Cuando la playa se queda vacía se tira a nadar a hacer surf o kite. Habla tranquilo y pausado, casi no parece un rubio. El dueño de la casa también es un hombre de mar. Es guitarrista y dueño de una librería. Llegó a Villa Gesell en 1982. O 1979. Confundo las fechas. No, en el 79. En el 82 vine yo con Daniel y sus amigos en carpa. Mi primera gran aventura, tenía 13 años.

Mayra prepara un pollo al horno mientras escuchamos Los Planetas. Leo tirado en el sillón donde Gerardo pasa los inviernos junto al fuego y donde recibe a sus alumnos de guitarra. Hoy el mar estaba movido. En un momento ya no había rompiente porque era todo movimiento.

A la tarde caminando por la playa lo encontré a Italo. El hermano de mi tío. Estaba tirado en la playa como un playboy junto a su perra Perica. Ayer la tía Cristina me había contado la historia de Perica, la perra. Es muy educada. La trae en una combi desde Buenos Aires con él. Paga pasaje como una persona. Lógico pensé. Después de todo ocupa un asiento como cualquier cristiano. Italo tiene 80 años que no parece. Osvaldo 87 y tampoco. Don Angel, el padre de ambos murió a los 105. Antes de venir a la Argentina peleó en la primera guerra, se enfermó de tuberculosis en las trincheras y lo desahuciaron. Ya mencioné que murió a los 105 y en una semana. Don Ángel era un campeón de pocas palabras y un apretón de manos que hacía doler. Su gracia hasta antes de morirse. A Italo mientras estuvo casado nunca lo vi tan feliz como ahora que es viudo y tiene una perra que entiende todo. Es una perra mezcla pero de ascendencia husky y ojos de dos colores como Bowie. Bowie puede muy bien haber sido en otra vida un perro de trineo inteligente y solitario habitante del polo. Italo levantó la vista y me preguntó qué hacia acá. Le expliqué. Me dijo que habían almorzado en el parador con Osvaldo, Cristina y Quique que llegó temprano desde Buenos Aires con la esposa y la hija. Las rabas son buenísimas. Un rato antes había terminado la novela de Pynchon.

En la cocina se escucha a Mayra lavando los platos. La vajilla resuena en la casa vacía con ese sonido de final de fiesta. Hay también una música lejana; Richard Hawley, el crooner que jamás falla. Ayer a la mañana cuando sacaba la cabeza para respirar veía la luna. Esa luna de mañana que desconcierta. La corriente me llevaba para el otro lado. Comimos en el jardín. La casa metida en el médano, siguiendo su forma, ahora apuntalada por los pinos que plantó el alemán demente.

Ayer al atardecer el cielo se puso rosado como de costumbre. Un kayakista surfeaba entre las olas. Un rato antes más cerca de la costa ensaya maniobras con un instructor improvisado. Hoy a la mañana lo encontré en la playa y le dije ¨Te vi jugando entre las olas¨. Sonrío. Sí. ¨De afuera parece fácil¨. Volvió a sonreír. ¨Hay que acostumbrarse al movimiento¨. Después me contó que lo ayudaba un amigo que navega desde que tenía doce años. Pasó varios años en los ríos del sur. Ahora se vino para acá (un ahora indefinido que puede podía ser tanto hoy como 10 años) y trajo los botes. Es lindo andar entre las olas y es lindo meterse mar adentro. Se pueden ver delfines. A veces quedan unas nubes suspendidas y colgadas como si hubieran sido dibujadas por un nene. La luz les va dando distintos volúmenes y colores. Los últimos bañistas caminan por la orilla mojándose los pies.

Laura Dern subiendo la escaleras rumbo a su despacho de abogada en una ciudad sin nombre. La chica de los caballos que vislumbra otro mundo y maneja toda la noche para volver a espiarlo. El hombre con dos mujeres y dos mundos. Me gustó de estas vacaciones que fuimos comprando libros y los leíamos inmediatamente. Se abrieron puertas que desconocíamos y nos adentramos en esos cuartos sin dudar. Los chicos juegan a dormir en el armario esperando despertar en otro lado. En todo lo demás son convencionales. Quieren encajar, es lo que más le importa.

Hubo más sueños, más libros, más olas.

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