El rey del soul se llama René, nació en Sucre y vive ocasionalmente en Salta en la casa de un eminente escritor (del cual olvidó el nombre, aunque no que es eminente; y escritor sea de paso). Apenas me vio me saludó y a la mañana siguiente mientras medio dormido preparaba las cosas me grito: ¡ey malhumor! Me invitó a su casa donde me recibiría con gusto y si no él, cualquiera de su familia; una raza de ciclistas de pura cepa. Reconocí en el rey del soul otras de las almas de mi amigo Claudius; a saber, el Rey del Hindi. Claudius tiene una larga cabellera blanca y un fino bigote a lo Nietzsche también plateado. Como con René nos reconocimos de inmediato. Fue en Uruguay, Punta del Diablo. Ya había decidido irme de una posada acogedora y vacía cuando la mamá de la chica que atendía me dijo al pasar; tal vez deberías conocer a alguien antes de irte; acaba de llegar y yo le conseguí una cabaña; es un músico que toca el banjo por el mundo. Intrigado y ante la posibilidad de que sea Jimi Tenor disfrazado decidí quedarme. Me dirigí entonces a la cabaña de Claudius que me vio venir por el ventanal y me abrió como si me estuviera esperando. Me invitó una copa de vino Bianchi y un trozo de mango que estaba comiendo. Voy e esquivar contar hacia donde me llevan los mangos jugosos pero en efecto Claudius no era Jimi Tenor in disguise y no se trataba de un banjo si no de un tamburá, el instrumento que hace de bajo en la música hindú. Cuando lo escuché me pareció una resonancia magnética, un auténtico loop que no paraba de girar como si William Basinski estuviera escondido adentro y no parara de soplar. Claudius me contó entonces como fue que descubrió su vocación por ese instrumento en un viaje en la India y cómo después de esperar por días en un pueblo remoto como en esas películas que antes nos gustaban y ahora no, encontró a su maestro que cuenta a la sazón con 110 años. Claudius, como a mí también me pasa, por entusiasmo y no por afán de agrandar lo que ya es grande, puede exagerar un poco y el tipo tener unos 108, digamos. Licencia poética.
Él mismo nació en Mendoza de padre italianos y muy chico regresó a Italia. Su madre le insistió que debía irse a la Argentina un tiempo a conocer mejor su terruño y entonces se vino a dar una vuelta. Conoció una chica de buena familia pero algo descarriada y se fueron a recorrer el mundo. Se instalaron un tiempo en España y como era casi natural traficó hachis desde Marruecos. Después se pasó al negocio menos riesgoso de las antigüedades del norte de África hacia Europa. En algún momento estudió música y en un festival de músicas del Amazonas conoció a Egberto. Gismonti claro. Claudius puede nombrar a músicos grossos por su nombre de pila sin que suene altisonante ni nada, basta mirar sus ojos buenos y su colita de caballo blanco. El se codea con Carlos (Santana), Eric (sí, Eric guitarrista) como yo me codeo con el Capitán América, Rodrigo Faisán o Meteoro. En fin. El tamburá se toca (me dicen que como todos los instrumentos hindúes) en posición de meditación, con la columna extendida hacia el cielo. Eso es muy impresionante. No es como la guitarra eléctrica, en la que Jimmy Hendrix le da y le da como haciéndole cosquillas a una dama bastante fácil. A Claudius la solemnidad inherente del tamburá le gusta pero no le hace problema para disfrutar de otras cosas; de hecho vive cerca de las colinas de Woodstock. Claudius tiene también una choza en el norte de Brasil a donde nos vamos a ir si la cosa se pone mala. El me dice que es un paraíso y yo le creo. Nos dedicaremos a tomar caipirinhas y, por mi parte, deberé reconocer no solo que la música brazuca es buena, sino que me gusta un poco. Nobleza obliga.
Dj malhumor.