Lo quería matar. No podía estar haciendo eso, no podía estar haciéndomelo a mí. Pero así era él. Así soy yo me dijo después y tenía razón. Me miró a la cara como si no comprendiera, tenía los ojos cansados. Era cien por ciento él sin duda; qué duda podía caberme. Qué podía significar perder un avión; por qué apurarse, a donde quiero llegar, sí es igual estar en cualquier parte, ¿no habíamos estado hablando de eso todo el tiempo siquiera? Lo último que hicimos fue tomarnos una cerveza triste en la terminal 2 del aeropuerto. Para eso nos tomamos el tren elevado y sorteamos la inquisición de un par de guardias porque él estaba con la bicicleta y está prohibido que las bicicletas vuelen. Fue extraño, en ese espacio irreal cuando el guardia se le vino encima. Estábamos solos, el lugar parecía esos solitarios y enormes entornos futuristas de película de ciencia ficción. No podíamos subir con la bicicleta. Hubo un silencio en el que nadie habló. Entonces el guarda, súbitamente, dándonos letra, le dijo que en caso la bicicleta fuera parte del equipaje de mano, caso muy extraño por cierto, la podíamos llevar. Es mi equipaje de mano dijo él y subimos al tren elevado rumbo a la terminal dos que era la parte más alejada del aeropuerto y quizás por eso y a pesar del tren elevado y los guardias, una vez que se llegaba, las más humana. El bar parecía incluso de terminal de ómnibus. Una televisión prendida con contenidos basura y unas pocas personas comiendo. Parecían incluso más parroquianos de un bar de estación que viajeros. De acá salen los vuelos para Australia, Indonesia y China me dijo, desde acá se enfila para el otro lado del mundo. Después empezó a contarme historias sobre Irak y de toda la mierda como dice él. Con esa erre arrastrada que me causa tanta gracia. Yo era un tipo normal, con una vida muy feliz hasta que empecé a ver toda la mierda. Me volvió a contar como mataron ante sus ojos a su amigo en la frontera entre Nicaragua y El Salvador. En esas partes el castellano no le alcanza y empieza a mezclar otras lenguas y todo se vuelve confuso de comprender. Las palabras se entreveran y se mezclan. Lo único que se comprende es la culpa. Yo era el smugler, debía pasarme a mí, él era solamente médico. En otro momento, en los días pasados, me había dicho algo acerca de que tenía un arma pero que se quedo paralizado y no pudo responder. Esta vez no dijo nada de eso. No le pregunté tampoco. Había culpa y eso bastaba. Toda la mierda. Se puso melancólico. Me volvió a contar de la vez que salió en Bagdad solo y en la madrugada. Que no le pasó nada pero que si le hubiera pasado hubiera sido igual. Me miraba con ojos rojos. Había tomado demasiado. Hoy. Justo el último día. O precisamente por eso. Desapareció y me dejó esperando y en ascuas todo el santo día. Después, cuando por fin apareció, empezó con que era demasiado equipaje y que encima quería traer la bicicleta y que entonces teníamos que llamar un minibús, todo en el último minuto, sin tiempo, como le gusta a él. Después empezó a que saludara a gente que ya había saludado o gente que no tenía ningún interés ni por él ni por mí ni por nada llegado el caso. Cuando por fin llegamos al U Bahn empezó con que quería probar la máquina con francos suizos en vez de euros. Estaba jugando con mi paciencia. Le molestaba que yo quisiera llegar puntual, que me hubiera puesto mi mejor ropa, que me hubiera afeitado y que estuviera impaciente por volver. Todo se enrareció por unos cuantos minutos. Después nos abrazamos y nos fuimos a tomar las cervezas. Allí empezaron a hablar las ideas depresivas no él. Que lo último que quería hacer era hacer con la bicicleta un valle en la frontera entre Afganistán y Pakistán y that’s it.

Al final llegamos puntual y fue con suerte y fue bueno porque las empleadas todavía no estaban tan hartas y entonces hicieron visto bueno del sobrepeso e incluso no me cobraron la penalidad por alterar la fecha de regreso. La realidad me daba la razón por haber impuesto mi voluntad sobre la suya. Y sin embargo, justo se trataba de no tener razón. De hacer las cosas sin razón. En una estupidez tan grande como esa. Llegar tarde, correr, perder el avión, que no importe. Unas noches atrás me contó lo de su abuelo y había comprendido un poco más. Condecorado por haber destruido más de doscientos tanques rusos, medalla al heroísmo, enemigo público de la URSS, diez años en un campo en Siberia. El es de la generación que lo tuvo todo fácil. Tenía que hacerlo difícil, tenía que mostrar que el también podía durar, que el también podía aguantar. Recorríamos Frankfurt en la madrugada. Le había prometido que lo iba a acompañar y esa noche estaba desvelado. Es una rutina que el mismo se impuso. Llevar unas cartas a un banco de alta seguridad a esa hora. Podría hacerlo cuando le entregan la correspondencia a las diez de la noche pero él prefiere esa hora. No hay nadie en la calle y los que están por alguna u otra razón viven a su manera distinto del resto. Solo sea porque viven de noche o trabajan de noche o directamente no duermen. Como él mismo. Apenas duerme. En todo caso jamás las correspondientes siete u ocho horas. Duerme de a ratos. No sé si conocerá la canción: I wish i could sing/like dolphins can swim. Duerme como duermen los delfines; de a ratos, sin abandonar el mundo por completo. We could be heroes/just for one day. De no dormir se pasa justo a lo contrario; vivir en sueños; atontado. Como me pasa últimamente con el maldito zumbido. Ando abombado; tonto. Lo escuché moverse y prender la luz y entonces le dije que yo iba con él. Eran cerca de las cuatro de la mañana, la hora del frío. Me puse toda la ropa que tenía. El solamente se agregó un bucito de esos que no abrigan nada y a pesar de que hacia cerca de cero salió en los bermudas marrones. El frío es mental me dijo, es por tu inseguridad. Hacía un frío de cagarse. Apenas llegué a Buenos Aires pude comprobar cómo el termómetro no es el mismo en todos lados. Los doce grados que había cuando aterricé eran mucho más que los quince en los últimos días en Frankfurt. Tuve la suerte de un cielo azul sin una nube por días. Algo que pensé que no existía en Alemania. Los días se mantenían celestes y calmos pero la temperatura empezaba a descender sin pausa. Un frente frío de Siberia. Esa es la diferencia. Ese aire frío que sentí en Montreal al fin del verano o ese aire que viene de la Antártida en Ushuaia y hace que el frío de allá no sea como el frío de acá; es algo que no pueden medir los termómetros. La rutina incluye en cada madrugada conversar un buen rato con el portero turco. Ir a esta hora incluye tener que pedir el favor de que pongan la fecha del día anterior que es cuando la correspondencia tiene que ser entregada. Hacer este tipo de cosas es un delito en Alemania; pero él prefiere correr ese riesgo para poder pasear solo por las noches, darse una tarea y poder conversar con Hasan como si fueran los últimos habitantes de la tierra. Es la hora cuando los zorros también andan por los bordes de la ciudad. Y los dealers marroquíes. Otra de las noches, mientras atravesábamos los barrios me iba enumerando: en este barrio dominan los hermanos polacos y serbios, te matan por 10 euros; en este otro los hermanos africanos, tu vida cuesta 5 euros; en este los hermanos albaneses, te matan gratis. Mentiras piadosas. Jugar un poco. Ningún barrio es más peligroso que cualquiera en Buenos Aires. El asunto es que trabaja de correo nocturno simplemente porque le gusta. Hacer lo que se le da la gana.

Cómo iba a pensar que me dejaría ir así como así; que me acompañaría al aeropuerto en un taxi bañado y afeitado; que me saludaría desde la terraza con un pañuelo rojo. No. Iba a llegar completamente borracho, vociferando, mirando a la gente con mirada desafiante, qué esperaba. Soy así me dijo y su mirada me pedía que por favor no lo traicionara.

Txt y fotos: Dj Malhumor
Ilustración: Beto (http://betojet-o.blogspot.com)

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