Todavía no salió el sol sobre Atenas y ya hay movimiento en la calle. Otra noche alucinada en la que dormí como un delfín de a ratos muy cortos. Toda una picazón en el cuerpo como cuando tenia seis años. Ayer fue un día ya de transición, estar y no estar aquí. El estadio olímpico por la mañana, el intento de siesta, la espera de una reunión virtual que no fue. Después la peregrinación al cerro para ver el atardecer sobre la ciudad. Una multitud. La tontera del turismo. El turista fotografía todo lo que hay que fotografiar (y filma también, ese es el peor) como si el mundo fuera la fiesta de fin de año del colegio de los pibes. El turismo convierte todo lo que toca en eso, la fiesta del colegio de los chicos. Así todo, la vista era ineludible, la sorpresa de ver el mar y la ciudad en toda su extensión, como si hubiera un punto que nos permitiera ver la capital federal entera. Pasé por la universidad flanqueada por las estatuas de Platón y Aristóteles. Otra que Messi y Maradona. Unas cuadras tranquilas con lindos cafés y librerías elegantes. Mucha literatura en inglés aparte de la griega claro. En un estante Los peligros de fumar en la cama de Mariana Enriquez en la traducción inglesa. Una hermosa tapa y un gran elogio de Ishiguru a la Enriquez. Tomá mate. La acrópolis desde el cerro se veía pequeña. Todo se ve pequeño a los ojos del águila (salvo el ratón, curioso). Parte de la noche alucinada fue el último libro de Carreré. Su crónica de los nueve meses del juicios a los responsables del atentado en Bataclan en Paris. Tres tipos entraron en un show de Heavy Metal con armas de guerras y empezaron una matanza. Nueve meses de testimonios de sobrevivientes, de familiares de víctimas, de interrogatorios a los acusados, de los acusados hablando de sí mismo (por momentos) con una sinceridad apabullante. No podía parar de leer ni irme a dormir. Me llegaron los días de estar despierto.
Hasta aquí había sido el despertar con el sol e ir a dormir un rato después que el sol se iba. Cierro los ojos y los últimos meses también son una alucinación. Un suceder de imágenes que no se detiene, un plano secuencia que me lleva a Barajas cuando saqué la bici de la caja y la armé ahí nomás en el aeropuerto. La flecha del tiempo. Como ese libro de Martin Amis tan logrado. Un plano secuencia que va hacia el pasado. Ya no es un plano secuencia entonces, creo. O solo con la premisa que ya no hay tiempo, que futuro y pasado están en el mismo plano. Cierro los ojos y regreso a Barajas y de allí hacia adelante entonces. Los caminos, las subidas, las montañas. Los atardeceres y amaneceres. La flecha del tiempo. Me despedí de Amis y Kundera en este viaje. Lo hicieron un montón de lectores porque ambos murieron este año pero lo curioso que me pasó es que terminé sus libros que estaba leyendo el mismo día que fallecieron. Te lo juro por dios. Leía The Inside Story de Amis en la costa de Portugal. La bicicleta ya desarmada y arriba del velero. Hacía años que no leía a Amis (lo mismo que a Kundera). Autores de mi formación, de mi propia educación sentimental (y a varios de mi generación, lo que nos hace un poco hermanos, o amigos, o conocidos) The Inside Story es una autobiografía a la manera de un gran ensayo como había sido ese otro libro Experiencia. Aquí habla mucho sobre la muerte. De su padre, de su mejor amigo. Mientras leía había algo que me llevaba a terminar ese libro (estaba con otras cosas también) y al mismo tiempo me preguntaba un poco asombrado por qué Amis se tomaba tanto tiempo en describir la enfermedad y muerte de su amigo de correrías literarias. Me despedí de Amis mientras Amis mismo se estaba yendo y muriendo del mismo cáncer.
De Kundera, unas semanas después, me puse a leer una compilación de ensayos. Ya habíamos dejado el Atlántico y estábamos en el Mediterráneo. Atrás había quedado Marruecos, la entrada a Gibraltar, los delfines y las orcas. Leía a esos autores que tanto quise como se escuchan discos viejos. Están siempre allí sí. Se los deja de escuchar porque ya suenan solos en la cabeza y se quiere pasar a otra cosa. También se los quiere olvidar como a amores juveniles incluso con algo de vergüenza y culpa (somos tan desagradecidos). También a fuerza de años comenzamos a conocer las mañas y preferimos que el amor se transforme en una amistad, a veces un poco lejana. Había pedido el interés en Kundera y aquí estaba leyendo unos ensayos deliciosos y sagaces como siempre, recuperando ese gusto y sin saberlo diciendo adiós.
No lo voy a negar, me emocionó llegar a Grecia y mucho más llegar a Atenas y ver los restos de la ciudad antigua y los templos allá arriba y por unas horas maravilladas me sentí en la capital del mundo, la bisagra entre Oriente y Occidente. El día que llegué fue otro plano secuencia que empezó en un camping desolado al pie de un cerro y entre olivares un poco más acá de Corinto. Llegué al antiguo emplazamiento de la ciudad y la imagen de las columnas solitarias también me tomó el corazón. Era temprano y la primera luz de la mañana las presentaba en su mejor versión. Era domingo y sonaron las campanas del templo ortodoxo y como una llamada se empezó a escuchar una voz cantando salmos supongo. Por un segundo pareció el llamado de las Mezquitas y ahí sentí que en efecto estaba entre Oriente y Occidente, la divisoria de los dos imperios. Después de sentarme a escuchar y dejar que ese lenguaje que no comprendo me penetrara (aunque alguna vez, una persona que fui, leyó a Platón en griego) bajé a la ciudad nueva. Seguía el viento después de los días de lluvia y en la costa el mar bramaba. La segunda misión del día: cruzar el canal de Corinto. Una misión simple ya que sencillamente hay que seguir el camino sin ningún misterio pero fueron muchos años los que me trajeron hasta aquí. El canal profundo y como cortado a cuchillo que parte a Grecia en dos y al mismo momento une dos mares. La realidad como un reflejo del mapa. La tercera misión del día: llegar a Atenas. Es Ben el que empezó con eso de las misiones: Santiago, tenemos una pequeña misión esta mañana, tenemos que revisar las velas. La misión de esta mañana es buscar un lugar para anclar, la misión de hoy es inflar el kayak o armar la bici e ir al pueblo de compras. En uno de estos últimos días, por un segundo, vi todos los días en el Mediterráneo (¿Cómo llamarían los psiquiatras clásicos a esa clase de visiones super rápidas, vividas y completas?). Treinta, cuarenta días. Levantarme cada día en el mar y como primera cosa de la mañana zambullirme en el agua transparente. Fue una imagen algo melancólica también y que me produjo un pinchazo. Ya no estoy allí. Esos días completos en los que no había nada por fuera. Ni mundo ni más allá. Estaba el mar cubriéndolo todo. Mi cuerpo se iba transformando. Negro como un marroquí, la piel seca y ajada. Iba perdiendo piel como las serpientes. Mis bermudas (mi única prenda) perdía el color como la cubierta del barco. No sabía hasta cuándo iba a aguantar. ¿Está preparado el cuerpo para tanta sal y sol? La serpiente viaaaaja por la sal. La impresión es que aquí en Grecia el mar es aún más transparente si ello es posible. ¿Más azul? Antes era transparente turquesa o en diversas gamas de verde, ahora es azul. Un mar más transparente. Una mañana me despertó un nadador solitario (redundante). Muy temprano en la mañana escuché el ruido de las brazadas y el deslizarse en el agua. Estábamos anclados afuera de un caserio en una cala profunda en el Noreste de Menorca. Durante el día habíamos visitado unas tumbas de 5000 años. El paisaje árido todavía conserva esa impresión de otra era. Me despertó el sonido de la brazada, el ritmo. Correr, nadar, pedalear según una cadencia. Sumarse a un ritmo que parece estar allí independiente del nadador o el corredor. Y allí está la belleza. Nunca pensé que podía haber belleza en este hecho: hay una manera correcta de hacer las cosas. Es la perfección del movimiento en los animales. Su naturaleza. El halcón se perfecciona en su halconeidad. El nadador en la mañana silenciosa en una cala en Mallorca. Los delfines entrando al puerto de Sada en Cataluña mientras todos duermen.
Al llegar a Atenas en bicicleta se me pareció a Bs As. Al Bs As de esas avenidas sin nombre. En el final todas las ciudades se parecen, incluso las más inverosímiles. Hay una continuidad de las avenidas. Todas las ciudades tienen su Juan B. Justo. Cuando estábamos malos con Carolina la llamábamos el tour del Bs As horrible. Caminábamos por Juan B Justo con el mate y el termo en la mano. Nos causaba gracia porque sabíamos que era un eslogan, una parodia. No hay nada más lindo que la sucesión de bares y tallercitos despreocupados, de edificios construidos al tun tun y por eso, cuando habitados, tan personales. Está la versión borgeana claro de la continuidad de las avenidas (El sendero de los jardines que se bifurcan) y hay otra versión más fantástica-costumbrista que podría escribir Aira. De hecho, fíjate, el último día agarre la bici y me puse a andar por una avenida más o menos elegida al azar y me dije: le voy a dar hasta el Flores de acá. La gran diferencia es que en Atenas las avenidas salen disparadas de un centro como el Big Bang, salen de un centro de dispersión y se pierden en los puntos cardinales y es imposible conectarlas. Querer conectar las avenidas es como cruzar de un valle al otro. Aira puro. Después de leer a los rusos me di la tarea de leer a todas las novelas de Aira. Frente a la inmensidad del mar la inmensidad de Tolstoi y Dostoyevski. Me vino la idea al leer una recopilación de sus novelitas (novelitas suena a cargada, Nouvelle suena pomposo) cuando descubrí entonces que Aira termina una novela en otra (que se encuentra más o menos al azar). Aira pertenece a la clase de escritores de ¨a veces lo queremos cagar a trompadas¨. Un David Lynch a su modo. Claro que no hay nadie más adorable que David Lynch persona. De César no sabemos. Las avenidas y las calles me fueron llevando por los barrios como agua que cae y se desliza en una pendiente suave y que parece invisible.
12 de septiembre. La terraza del Hostel. Nunca hay nadie o una persona que desaparece rápido. Una mañana con Atenas ahí afuera. Fue una noche rara, alucinada, entre el libro de Carrére y la picazón. ¿Qué fue?
1 Lectores Comentaron
Unite a la Charla