1. Este diario, mejor dicho este viaje, comienza con un fracaso. La embajada de un importante país (no digamos cuál para que no se enojen los alemanes) me ofrece presentarme a una beca para viajar a un festival de cine a participar en reuniones con profesionales del medio y esas cosas. Me dicen que con mi curriculum (al cual llené de nombres famosos, no sin un poco de vergüenza propia) lo más probable es que sea uno de los seleccionados, sin mayores problema. En fin, un trámite. A pesar de que estas cosas, las becas y eso, me suelen provocar mucha desconfianza, acepté la propuesta. Todo ocurrió meses antes de fin de año. El tiempo pasó sin mayores novedades, hasta que la inminente llegada de 2019 me hizo escribirle a esta persona para preguntar qué había pasado. La respuesta fue que no había quedado seleccionado. No es bueno recibir malas noticias en ciertas épocas del año y debo reconocer que fue bastante desilusionante. Obviamente tomé la noticia sin quejarme y dando las gracias por la oportunidad. Ni siquiera quise enterarme quiénes sí habían quedado seleccionados. (En verdad lo busqué más tarde y me deprimí bastante ante algunos de los nombres, pero esto es otra historia y ya bastente patetismo tenemos hasta acá). Pero como la vida da oportunidades, en el medio pasaron cosas, como se dice en mi lejano país. Cosas buenas en mi pequeño grupo familiar que nos obligaron a cambiar nuestras respectivas, aunque compartidas, agendas. Me da un poco de orgullo escribir “pequeño grupo familiar” y saber que hablo de esas cuatro mujeres fuertes y hermosas que me soportan y hacen mejor mi vida. Así fue como de un día para otro, sin esperar demasiado, haciendo acopio de mis ahorros, pero más de los de mí señora esposa (a quien a partir de ahora nos referiremos como La Patrona, así, en mayúsculas) y los aportes de mi casi suegra, la divina y brillante, como indica su nombre, Sunny, pude juntar lo necesario para olvidar el rechazo recibido y emprender el viaje no sólo a Berlín, sino además, hacer un paso previo por el festival de Rotterdam y por París. Sin responsabilidades laborales, emprendí el viaje que hoy me trajo hasta estas lejanas tierras holandesas. Días de descanso en donde pienso disfrutar de dos cosas que me gustan mucho: el frío y el cine. Y también escribir un poco sobre los festivales. No tanto de las películas, de las que obviamente sí hablaremos, sino de todo lo que rodea al viaje y al trabajo de programación. Algo que me tiene muy preocupado últimamente. Aunque quizás esto no interese a nadie y está bien que así sea. Abandonen toda esperanza los que vengan aquí a buscar crítica cinematográfica, para eso hay mucha gente ahí afuera, lo importante aquí…, en verdad no tengo idea de lo que es importante. Lo que sí encontrarán son chistes hirientes, críticas burlonas y detalles del viaje. Escribir a medida que las cosas y las películas vayan transcurriendo, sin detenerme demasiado. El tipo de textos que les gustan leer a La Patrona y también a mi hermana. Dos personas que, me doy cuenta en la lejanía, tienen más pasión por ver películas que mucha gente que se dedica a esto. Vaya uno a saber qué es dedicarse a esto. Espero no ganarme el odio de mis, cada vez más lejanos, colegas. Empecemos de una vez. Que sea lo que el Dios del cine quiera.


2. Llego a Rotterdam un día después de la inauguración. Luego de los hechos de público conocimiento ocurridos en el festival para el que trabajo, decido a partir de ahora tratar de evitar las aperturas y clausuras de este tipo de eventos. Así como quien se quema con leche ve una vaca y llora, yo veo una clausura de un festival de cine y salgo caminando despacito para el otro lado.

3. El festival de Rotterdam tiene en su programación más de 500 títulos entre largometrajes, cortos, medios, instalaciones, VR y algún otro formato que se me escape. La cantidad es la manera que tenemos los programadores de protegernos. En semejante acumulación de títulos, es imposible establecer un criterio ya sea de gusto o artístico. Algo que hace muy difícil, sino imposible, algún tipo de crítica más general. Más aún si en ese festival conviven y son puestos en el mismo nivel Guillermo Arriaga y Nicole Brenez y la última película de Nadine Labaki con la de Claire Denis. Uno se podrá quejar de alguna película, pero ahí está ese corto de Stan Brakhage proyectado en fílmico con música en vivo, o algo por el estilo. Claro que el exceso no es algo malo y sí lo es quejarse de lleno. El verdadero problema que tiene el festival, es que, si bien continúa apoyando a los jóvenes directores con concursos, financiamientos, etc., todo ese nuevo y buen cine que a finales de los 90 salía de aquí, hoy ya parece no existir. O al menos no estar programado acá. Claro que aquellas épocas eran otras y los directores no sabían, no habían aprendido aún cómo moverse en el mundo de los festivales. Hoy en día eso cambió y los jóvenes realizadores no tienen a Rotterdam como una prioridad para estrenar sus películas. Todo el mundo sueña con Cannes, Venecia, Locarno e inclusive Berlín. Y eso hace difícil, y no solo para ellos, lograr estrenos mundiales o internacionales de películas. Es algo que ocurre en todos lados y lleva a los programadores (de los otros festivales, más allá de los nombrados) a descubrir talentos que a veces no existen. La búsqueda de los benditos estrenos mundiales, ni hablar si además de trata de óperas primas, solo logra frustración. Claro que es una tentación presentar un festival jactándose de la cantidad de premieres mundiales que se consiguieron, pero el simple ejercicio de chequear esos títulos al final del evento, nos hace ver la realidad de las películas. Entre los festivales hay categorías y hay que aceptarlos. Aunque también, claro, vayan cambiando. El festival prestigioso de ayer, puede ser el festival al que nadie quiere ir hoy. Y así. En Mar del Plata, festival para el que trabajo, tuvimos en nuestra lista de seleccionadas para la competencia internacional un título que más tarde tuvimos que bajar porque, justamente, Rotterdam quería su estreno mundial. Digamos que sufrimos en carne propia lo que Rotterdam debe sufrir con Berlín o alguno de los otros festivales grandes. La película en cuestión se llama Take Me Somewhere Nice de la realizadora holandesa Ena Sendijarevic y es una película pequeña y personal que a veces se da contra el piso como le ocurre a su protagonista. Finalmente la película se llevó uno de los premios importantes, lo cual quiere decir que su realizadora tomó la decisión correcta. Habrá que seguir buscando entonces. O lo que quizás sea lo más sano, olvidarnos de una vez por todas de los benditos estrenos mundiales. Algo que al público de verdad no le interesa (al menos hasta que vea a algún espectador pidiendo una entrada para una premiere mundial y le diga al boletero: “cualquiera, mientras sea estreno mundial está bien”) y simplemente se transformó en un jueguito entre festivales.


4. Dejando de lado la programación de películas, lo que no se le puede reprochar a Rotterdam son sus clases con maestros. Este año tuvieron a, en –casi- orden de prioridad, Claire Denis, Nicole Brenez, Jia Zhangke, Roberto Minervini, Fabrice Aragno y Cliff Martinez (el músico, entre varios títulos, de Drive). Incluso la presencia inexplicable de Guillermo Arriaga no hizo menguar el brillo de todos esos nombres. La inclusión del mexicano sí tenía una explicación, su nuevo libro, ese ladrillo llamado El salvaje o algo así, había sido recientemente editado en Holanda. Extrañamente, las librerías de Rotterdam no son gran cosa. Volvamos a las charlas. Por una mala decisión, y a pesar de tener entradas, no fui a la de Denis. En cambio vi una película espantosa. Por cada festival tengo una o dos decisiones realmente malas, esta fue una de ellas. Pero sí estuve en la de mi admirada Nicole Brenez. Brenez fue parte de aquellos intercambios epistolares que formaron parte del libro Movie mutations. Extrañamente, o no tanto, sus libros y escritos no son fáciles de conseguir y tampoco hay tanto traducido. Ni al español ni al inglés. El que escribió sobre Abel Ferrara es una obra maestra. Empieza comparando al director con Joe Strummer, diciendo que ambos trabajan con materiales poco nobles para lograr su arte. Claro que a veces sus textos se vuelven extremadamente académicos y se hace complicado. O mejor dicho, se van para un lugar en donde su verdadero arte no brilla. Su charla, como la de Aragno, estuvo relacionada con la presencia de Le livre d’image de Jean-Luc Godard. Como película y como instalación, por llamar de algún modo a ese living que armaron en una habitación de hotel, con cuatro parlantes y objetos godardianos desparramados en una especie de escenografía. Brenez en su charla estuvo simpática y por momentos brillante. Dijo que el gran problema del cine actual era que había sido ganado por la sociología y lo formal había sido dejado de lado. A la décima película que vi en el festival sobre refugiados, no tuve más que darle la razón. En la charla estuvo presente Aragno, director de fotografía de las últimas de Godard y notable cortometrajista, como dejaron en claro un par de sus trabajos mostrados en el festival. Aragno fue llamado un par de veces al escenario para contar detalles técnicos de la película y confesar que sí, que cada tanto, el mismísimo Godard también utiliza Facetime. En un momento Brenez explicó lo de la forma de la película, divida en cinco partes como una mano. Se confundió y, queriendo citar esa frase de Godard sobre el orden de las películas, aquello del principio, el medio y el final, dijo: “a beginning, a middle, and a hand, sorry, an end”.

5. Continuando con las clases maestras. Jia Zhangke contó en su charla que su idea original era estudiar para ser camarógrafo, pero que para eso debía medir más de un metro setenta y por eso, previo paso por los “films studies” se dedicó a la dirección. Si, es muy petiso Jia.

6. No fui a lo de Clarita Denis, pero después leí que contó que juntar el dinero para High Life le llevó siete años. Una locura. No entiendo cómo todavía no aprendió de su amado Hong Sang-soo y no hace una película por año. O dos. En el Q & A luego de la proyección de la película, alguien le pregunta sobre el diseño de la nave espacial donde transcurre la historia. Clarita cuenta que no quería que se vea muy profesional, ni moderna, si no que sea un poco antigua, decadente, un poco “outcast” dice y agrega, “como André” en relación a André Benjamin, también conocido como André 3000, miembro del dúo Outkast. La imagen de Clarita escribiendo un guión mientras escucha Fresh and Clean en sus auriculares me llena de amor y esperanza, ya no en el cine, sino en la raza humana. Clarita es rock, ya lo sabíamos, pero también es hip hop.

7. El festival de Rotterdam tiene el honor de ser el responsable de aquel texto de Jonathan Rosenbaum en el que el crítico se pregunta si lo que le había parecido la película (o un programa) que acababa de ver, era a causa del porro que se había fumado antes de la función. Es un momento clave en la historia de la crítica, pero nunca repetido. Siempre me pregunto por qué no existe un “Miedo y asco en Cannes”. La respuesta es muy obvia, los críticos son gente muy ñoña. Y además les gusta estar bien con los poderosos directores de los grandes festivales. Una lástima que aquel comentario de Rosenbaum haya quedado sólo como una humorada o un gesto canchero. Creo que por ahí, no el consumo de estupefacientes, sino en una escritura realmente personal e íntima, hay un espacio donde poder moverse con mayor libertad en esto llamado crítica cinematográfica.

8. Voy a ver un documental sobre Ziva Postec, la mujer que realizó el montaje de Shoa. Según la información del festival dura 122 minutos, pero en verdad apenas si pasa la hora y media. Algo que se va a repetir a lo largo de todo el festival, las duraciones diferentes de las películas según la grilla y la realidad. Algo que en el fondo termina siendo algo bueno, ya que a uno parece sobrarle tiempo para tomarse un cafecito entre película y película. El film se llama Ziva Postec. La monteuse derriere le film Shoa y la dirige Catherine Herbert, es correcta y bastante emotiva y deja en claro lo mal bicho que era Lanzmann. Pero hay un momento, no sé si el mejor de la película, pero sí el que más me impactó, en el que Postec, revisando unas cajas se encuentra con un antiguo curriculum suyo y lee los nombres de los directores con los que trabajó. Entre ellos está Orson Welles. Ella dice que lo que más recuerda de Orson es que era pobre. Que sí, que tenía un asistente y un productor que lo ayudaba, pero que era una persona muy pobre. Me impresionó el comentario porque es el mismo sentimiento que tuve cuando leí el libro de Henry Jaglom editado por Peter Biskind, Mis almuerzos con Orson Welles. Ahí queda en claro que Welles se había transformado en una figura decorativa del pasado, un “has been”, esa expresión tan cruel y precisa que tiene el idioma inglés. Alguien que vivía casi de la clemencia que le tenían algunas personas, mientras soñaba con proyectos de películas que nunca iba a realizar. Y aunque The Other Side of the Wind haya venido del pasado para ajustar cuentas, nunca hay que olvidarse que el mayor artista que dio el séptimo arte (¿se sigue diciendo así?) fue siempre maltratado por la industria que alguna vez lo señaló como un genio. Eso también es el cine.

9. Leyendo el catálogo (los catálogos se leen, aunque suene raro), me encuentro con la nueva película de Marine de Van, directora, actriz y personaje de la cultura francesa de quien hace años no sabía nada. Aún recuerdo su película Dans ma peau (In my skin, en inglés), ficción protagonizada por ella misma en donde el personaje sufría una extraña patología (¿se dice así?) que le llevaba a cortarse pedazos de su cuerpo y comérselos. Así como suena. Recuerdo haber visto la película en un festival de Mar del Plata en la época que yo trabajaba para ellos pero de manera, como decirlo, “no oficial”. In the cut es de esas películas que nunca volvería a ver, pero que jamás voy a olvidar. 29 Palms de Bruno Dumont también entra en esa categoría. La nueva de Marine es una especie de ficción documental, o algo así, titulado Ma nudité ne sert a rien, algo así como Mi desnudez no debería importarte. Es un ensayo personal sobre su vida y su relación con los hombres a través de las redes sociales y el equivalente a Tinder francés (le Tindér!). Sí, claro, ella aparece desnuda, pero tampoco tanto. Se junta con hombres desconocidos, tiene sexo, aunque no hay escenas explícitas, están todas filmadas al borde del encuadre y comparte tiempo en su departamento con su simpático gato. La película es de un exhibicionismo calculado, una ficción disfrazada de otra cosa. No puedo decir que me haya gustado la película, porque no sabría bien que decir. Lo que sí puedo asegurar es que me cae bien la tal de Van. Y que tampoco volveré a ver esta película en mi vida.

10. En el aeropuerto de Madrid me entero de la muerte de Jonas Mekas. La muerte fue una presencia en este viaje. Pero de esto voy a escribir al final, de hacerlo ahora las lágrimas me impedirían continuar. Se murió Jonas Mekas y despertó miles de comentarios en las redes sociales. La mayoría de ellos, frases en contra del cine como un hecho industrial. Fue emocionante leer todas esas reacciones, pero también extraño. Habría que ver cuántas de las personas que alaban los dichos de Mekas están dispuestas a seguir sus pasos. A despojarse de todo y salir a filmar con lo, y con quienes, tengan a mano. Dice Godard que la mayoría de los jóvenes cineastas no quieren filmar con un teléfono, quieren cinco camiones de producción afuera del lugar de rodaje. Y como siempre, Godard tiene razón. Ya en Rotterdam, de noche en un bar, me encuentro con Pip Chodorov. Pip fue la mano derecha de Mekas y no sólo en relación al manejo de sus películas. Incluso por la apariencia física podría haber sido su hijo. Me saludo con él y me cuenta que Jonas estaba enfermo, pero que nadie esperaba que pase todo tan rápido. Que el menos pensaba que iba a vivir un año más. Cuando me cuenta esto se le humedecen los ojos. No puedo decir que Pip sea mi amigo, pero nos encontramos muchas veces en diferentes lugares del mundo. Tenemos algo en común, los dos estamos casados con mujeres asiáticas. Por pura casualidad, en el festival estaba programada la película Barbara Rubin & The Exploding NY Underground de Chuck Smith, documental que cuenta la historia de Barbara Rubin, una joven que encuentra su destino cuando el cine underground neoyorquino, y toda la contracultura, vivía su mejor momento. Luego de ser asistenta de Mekas, filmar sus propias películas, enamorar a Allen Ginsberg y Bob Dylan (y varios otros), decide abandonar todo eso, casarse con un judío ortodoxo y dedicarse al estudio de la religión, tener hijos y morir aún joven, durante un parto. Es una historia increíble a la que volveremos más tarde. A la par del estreno, la revista Film Culture le dedicó un ejemplar completo a la obra y vida de Barbara Rubin. El director llevó un par de ejemplares para vender y yo no me pude resistir. La carne es débil y la mía sucumbe fácil a la tinta impresa. La película es bastante rutinaria, pero al estar armada con materiales de aquellas películas (Jack Smith, el mismo Mekas, Deren, creo, Brakhage, materiales ignotos) y tiempos maravillosos, es muy disfrutable. La parte de las declaraciones, están en manos de popes de la crítica como J. Hoberman, Amy Taubin y mucha otra gente, incluido, claro está, Jonas Mekas. Quien no solo aparece durante muchos momentos, sino a quien la película indica en sus créditos como “Guiding light”. Ver el documental a horas de su muerte, hizo que todo el evento se vuelva aún más emocionante. El festival le pidió a Pip Chodorov que se quede un días más y así poder realizar un homenaje a Mekas luego de la proyección del documental. Chuck y Pip prepararon videos especiales para la ocasión, los que les permitió el poco tiempo, y hablaron un rato sobre el viejo lituano. Uno de los videos que presentó Pip fue uno de esos cortos que Jonas hizo a razón de uno por día durante todo un año. Es uno en el que un vecino se queja del volumen de la música y el no hace otra cosa que aumentar aún más el volumen. Luego hace yoga y termina de cabeza. Durante la proyección Pip gritó en la oscuridad: “Ahí tenía 92 años”, algo que causó la risa de todos los espectadores. Fue una gran función y una hermosa despedida a Jonas Mekas. Mekas fue un maestro y la prueba es que no dejó alumnos. Si todos los que lamentaron su muerte, realmente están dispuestos a seguir sus ideas, en 10 años tendremos un cine, no sé si mejor, pero al menos más personal. Ese sí sería un verdadero homenaje.
Nos vemos en Berlín.

Txt y fotos: Marcelo Alderete

[fbcomments]

No comments yet.

¿Tenés algo para decir?