Crobar & Niceto – 01-11-06
Pocas veces te pasa que justo-justo llega esa banda que justo-justo estás escuchando por esos días. La visita de quienes gobiernan tu cabeza siempre se debe tratar con el respeto debido, sobre todo sí su música te llega desde todos los lugares posibles, cursileadas de lado. Hace poco me pasó con Devendra Banhart. Y las sensaciones fueron encontradísimas, algo que describiré en dos subtítulos. Agárrense que acá viene el primero:
100 mangos, 100
Hace tres años que laburo en un canal de cable con (¿pretendidas?) inclinaciones musicales. Lo primero que piensa uno apenas entra ahí es que al menos va a conseguir entradas gratarola, pero nada que ver. Ni siquiera consigo entradas para ver a La 25. Sí, ya sé, por suerte. La cuestión es que entre idas y vueltas, BUES y demases, estos dos o tres meses fueron devastadores para mi bolsillo, por lo que la única forma posible de meterme en la aventura era poniendo el hombro como uno más del equipo técnico que cubriría el evento y ayudar al productor, el cámara y la notera. A propósito, siempre me pregunté cómo sería ese mundillo, y sí, deprimente no empieza a describirlo. Sobre todo en este evento, donde nos hicieron entrar por el lado VIP y pelearnos literalmente con los demás periodistas para entrevistar a gente como Dolores Barreiro y la Bandana Rubia con sus tetitas recién estrenadas. Y sí, Tetitas era el promedio de «estrellas» que fueron a «ver» a Devendra, que hacía su viaje sin escalas de Pitchforkmedia directo al VIP de Buenos Aires News. O Crobar, como prefieran.
Calculo que si el show se hubiera hecho en otro lado, las cosas habrían salido mucho mejor. Para empezar el sonido no se hubiese escapado por doquier, como sucedió allí, vió, como si de un gimnasio se tratase. Y si el público realmente lo hubiese sido, no se la hubiera pasado hablando como si se tratase de una la salida de misa, en domingo.
En pocas palabras: si se hubiese realizado en otro lugar, quizá se podría haber alcanzado un clima un poco más cercano al ideal, teniendo en cuenta que todos esos factores son vitales para realmente poder disfrutar de un grupo musical que basa su espectáculo en una especie de comunión con el espectador, en el cual los estados de humor, la tendencia al cuelgue instrumental y la necesidad de un «sentir físico» son factores primordiales. No fue el caso. Ni mucho menos. Y si para colmo a eso le sumamos el detalle de que el músico es nada menos que Devendra Banhart, un neo-hippie que pregona el new new age como nuevo estilo de vida, las cosas se van al carajo con más facilidad que la ropa de una exnovia que prefiero no nombrar.
El show duró cerca de una horita y el playlist fue bastante interesante, con un pie bien metido en Cripple Crow y algunas licencias poéticas y hiteras, que no recuerdo ni creo que sea necesario hacerlo. La compañía de Andy Cabic y el tema de Vetiver sirvieron para que algún que otro espectador -medio atravesado-, termine por rendirse ante los pies de los escenariantes, todos peludos, todos buena onda. Todos hermanos del sol. Ponele.
Devendra no usó la camiseta de Argentina, no hizo referencias a Boca o River. Devendra sólo repitió cuarenta veces lo contento que estaba de conocer Buenos Aires. Devendra dijo que le encantaría ver a Mercedes Sosa en vivo, algo que ya había dicho en medios extranjeros, siempre contando que también le gustaban mucho Atahualpa Yupanqui, Caetano Veloso y esa inmensa lista que suele citar, Vashti Bunyan a la cabeza. Devendra fue obsecuente con el público y eso sí que rompe las bolas. Mucho. Muucho. Muuuuucho.
Devendra estaba enojado por lo caro que cobraban las entradas. Y el haber pedido 5 mil dólares más del cachet que le ofrecían inicialmente, se le fue de la mente en el momento de enojarse, por supuesto. Todo esto son rumores. Lo de las cifras, lo otro es un hecho. Hippies eran los de antes…
The best things in life are free
Devendra se enojó y pidió que le preparen un show más pequeño, más íntimo, para los amigos. Y justo estaba el Club Mínimo de Niceto a su entera disposición. Y se corrió la bola. Y lo que empezó como un rumor por lo bajo resultó ser una declaración a grito pelado, haciendo que el boliche se llene de gente y que cerraran las puertas cuando ya había doscientas apretadísimas personas, dejando afuera a unas ¿cuatrocientas? Algo así…
Que toca, que no toca. Los Álamos en versión cover, Djs un poco improvisados con himnos de nuestro corazón y esa paciente espera del fan que sabe que en breve puede llegar a vivir algo de lo que fue a buscar en lugar extremadamente concheto y lejano a su universo. Por lo de Crobar, che… O Niceto… No sé.
Y sí, ahí estaba este escuálido muchacho, al lado de todos, entre el público, parlándose minitas con una cerveza en la mano y algo de tranquilidad en el semblante.
Y después de las idas y vueltas, acompañado por algunos exponentes nacionales, agarró una guitarra prestada y se despachó con un nuevo repertorio, recorriendo otros hits, otras propuestas, demostrando que su música es de las individualizadas, de las que te hablan a vos, ahí, en directo. Y que un saloncito apretado, caluroso hasta decir basta y de lo más incómodo resulta ser una de las mejores formas de vivir esas canciones. Y sí, algo de lo que potencialmente puede ser un buen show de Devendra se vivió entre esas cuatro sudorosas paredes, lejos de los 100 pesos oblados anteriormente, lejos de Tetitas y sus amigos, lejos de los Miranda que se «morían por ver a su ídolo». Lejos de lo que por desgracia resulta ser la única forma que tenemos de ver a ciertos músicos: un festival frío, fashionizado, poblado de figuritas y figurantes, despojado de interés musical y centrado en ese billetito que tenés en los bolsillos. Y lo peor de todo es que uno termina agradeciendo a esas lejanas posibilidades de disfrutar artistas en campos superpoblados, con entradas astronómicas e hijoputeces varias, como cobrarte 6 mangos una botellita de agua. Sí, en definitiva uno termina agradeciendo ser víctima voluntaria de todo eso. Es triste. Pero muy cierto.
Y Devendra terminó siendo «la nueva gran cosa» como dijeron en La Nación. Y en Clarín, en la Viva, quizás. Y andá a saber en cuántas revistas pelotudas más. Alguien dijo por ahí que este evento fue el momento ideal para que varios periodistas de rock se quedaran tranquilos que sí, les gustaba «la nueva gran cosa», muchos de los cuales seguramente habían oído de la existencia de Devendra unos días antes, al leer la primer gacetilla del Personal. Y sí… El periodismo local suele ser así, no es ninguna novedad.
Ya se corre la bola que en el barbado cantautor vendrá en marzo. Esperemos que en esa ocasión lo podamos ver en vivo, en serio. Realmente nos gustaría. Por ahora contamos lo sucedido como un Elseworld, un mundo paralelo, una dimensión desconocida, sin Rod Serling, por supuesto.
PD: Ah, Cripple Crow sigue siendo un disco indispensable para mí. Perdón si hiero sensibilidades. Y otro “ah”: Devendra ¡sacate la careta!.
Texto y fotos de El Negro Gonzales Ortho