Cada tanto aparece un artista que, por sus características especiales, es “descubierto” por otros artistas y elevado a la categoría de genio, a veces como pose, a veces con razón.
El caso de Daniel Johnston tiene que ser encuadrado en el de verdadero genio. Sus canciones, verdaderas joyas del low-fi, penetran rápida y efectivamente en las cabezas de quienes las escuchen, tan cortas y efectivas como irreverentes y poco académicas. Canciones borderline, maníaco-depresivas, tan extremas como el cuadro de su autor.
Cuando joven estuvieron a punto de internarlo en un instituto, lo que lo hizo huir con una especie de feria itinerante, donde vendía panchos. Ubicado en Austin, Texas, trabajando en fastfoods, se dedicó a pleno a desarrollar su veta artística, dibujando de manera obsesiva y grabando canciones de tan baja calidad, que alguno llegó a denominar no-fi, usando sólo un tecladito y un grabador mono. Sus canciones pasaron de ser regaladas a chicas lindas a tener una cierta salida en algunas disquerías. De ahí a ser material de covers de varias bandas, de ahí a un show que sigue futuros talentos en MTV y de ahí a las drogas y de ahí a la internación hospitalaria y de ahí a la medicación y de ahí a un alta que lo haría empeorar y de ahí a una estadía más intensa y de ahí a hoy, viviendo con sus padres, bajo cuidado constante, con problemas de diabetes y sobrepeso, adicción al tabaco y recaídas cada tanto que lo hacen volver al hospital. Todo un caso, el de Daniel Johnston.
Sus canciones serían versionadas por muchas bandas interesantes: Butthole Surfers, Sonic Youth, The Pastels, Half Japanese, The Dead Milkmen, Sparklehorse, Pearl Jam, fIREHOSE, y Yo La Tengo, quienes hicieron su maravillosa versión de Speeding Motorcycle aquí nomás, en Buenos Aires.
Músico de músicos, llegó a trascender un poco más cuando formó parte de la banda sonora de la película Kids, desentonando alegremente Casper, esa rendición marciana ante los pies de Gasparín, el fantasmita amistoso.
Este disco, del 2001, es una intensa recorrida por los muchos humores de Daniel. Una buena prueba del estado mental de nuestro abrazable amigote, que no deja de fluctuar entre humores, pasando de una despreocupada balada, dedicada a un amor imposible a una canción donde el cadáver, serio, melancólico, le canta a una chica que conoció en su funeral, para explotar con felices saxofones hacia el final y volverse algo diametralmente opuesto a lo que venía construyendo. Así es este disco, el segundo de la etapa hi-fi, impredecible, cargado de climas desgarrados, pero siempre a punto de estallar, con delicados arreglos, con extrañas entonaciones, desafinadas, apuradas con tal de seguir métricas. Un disco intenso, como su compositor, una persona intensa, con mucha vida interior. Un disco que se merece un par de escuchas. Y un disco trampa: imposible de evitarlo al verlo en una pila de cedés: te llama, te atrae, quiere ser escuchado y vaya que es difícil evitarlo.
Incluye el videoclip del tema Davinare, que es una especie de tomada de pelo a los videos animados de Moby. Y la canción incluye un fragmento de Every breath you take. Los desafío a escuchar Love Forever: su alegría adolescente, cargada de rimas fáciles y quiebres de ritmo resumen muy bien este disco, la obra de un artista con problemas pero con un tremendo talento, que no teme coquetear con el blues y la polka. Hablando de maníacos depresivos.
Pablo Conde
En pocas palabras: un disco difícil, nonono, fácil, no, difícil, nonono…
Recomendado si te gusta: las canciones chiquitas, las declaraciones de principios de don nadies, los futuros covers de bandas no tan conocidas como deberían serlo.
Para escuchar: con medicación a mano.
Dijo Víctor: ¡Del orrrrrto!
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