Ciudades de la llanura

Me bajé del tren del otro lado del río para continuar el viaje. El Paraná se mostró infranqueable. O demasiado ancho para contratar un bote que me cruzara o por el túnel demasiado peligroso para hacerlo en bicicleta (además de prohibido). Una ciudad chica o un pueblo grande. Se iba la luz del atardecer ya. Un cielo de llanura y campo en todas las direcciones. En el Oeste del gran Buenos Aires donde nací algunas veces se podía ver ese cielo. Solo muy de vez en cuando y como un regalo que hacía soñar con otros lados. Por eso nunca me gustó el suburbio. Ni ni (ver How I met your mother y el problema de enamorarse de una chica del suburbio). El tren es demasiado largo para la estación así que bajé ya en el descampado recibiendo las cosas que me tiraban desde el furgón. En seguida me estaban conversando. En verdad la segunda parte del viaje comenzó antes de salir en la baticueva de Román donde Hugo le colocó a la bicicleta el portaequipaje delantero de su fabricación. La baticueva es un lugar increíble. Una especie de loft con muchas bicicletas en la pared expuestas como una galería de arte moderno. Había muchas más colgadas y estantes con toda clase de partes y uno en especial con cascos extraños. Las bicis eran todas distintas. Holandesas, inglesas, de carrera, auroritas o de heladero. Y muchas muchas más. Un gran tablero con fotos, notas y anotaciones varias; una biblioteca, una mesa central como para realizar una disección y una computadora con una pantalla enorme. A un costado la cama de Román. Más allá una cocina muy iluminada y todo lo necesario para un dandy. Un gran cartel de neón también: Polanski World. Con el pelo largo y los anteojos algo cuadrados estoy en mi faceta Woody así que parecía una reunión de directores pederastas.

Lo que debía ser una simple compra por internet de un accesorio tomó el aire de conspiración y contracultura. Hugo me mostró fotos de sus bicicletas como otros hablan de sus guitarras. La primera noche dormí en el quincho de un club y a la mañana siguiente salí cortando por los caminos de tierra siguiendo las vías de otro tren. En la llanura los pueblos como islas destacan por la cruz o la torre de la iglesia. Es una linda sensación cuando aparecen. Después llego a la plaza donde siempre me hacen preguntas. Pensé que podría hacer un gran libro de fotos con los rostros de las personas que me van indicando el camino. Ayer anduve varios kilómetros por la ruta vieja hasta que me topé un pueblo inmovilizado por el tiempo. Unos quinientos metros más allá va la ruta nueva y el sonido del tráfico y los camiones como en un mundo paralelo. De este lado los pájaros y los tractores a paso de hombre. Una extraña sensación de ver el mundo en dos velocidades al mismo tiempo. En el pueblo adiviné que una puerta en una casa muy vieja era el almacén porque había un par de bicis en la entrada. Al lado había un taller. Dos tractores arrumbados, un cuatriciclo de la segunda guerra mundial si es que los hubo. Atendía un pibe y entre él y un cliente que recién había llegado en un Renault 12 me explicaron como continuar por el campo. Después fue un tipo en un café del siguiente pueblo; después una pareja en una 4×4 que crucé y por último un tipo con cara de bueno en un camioncito. Sería un buen libro ese de la serie de todos los retratos que me han traído hasta aquí. Incluiría también todos los mapas que me han dibujado en papeles varios. Pero los he tirado. Ingrato. Con el tiempo aprendí a preguntar. Antes le preguntaba a cualquiera y aceptaba cualquier respuesta. Por ahí no se puede. O es peligroso. Descubrí que nadie en general dice que no sabe. Se contesta lo que se sabe aunque lleve a otro lado. Otros saben muy bien un camino pero más allá una nube negra. Mejor no se meta; puede estar malo. Y ahí va que encuentro al tipo en el café y me dice, ¨como no muchacho es un camino hermoso y no se va a perder¨. Y fue un camino hermoso claro. Crucé un hurón y vi huellas de un Aguará Guazú. En verdad fue otro pibe que me dijo que entre a ese bar que hay un hombre que sabe. Y el que pregunta en verdad a veces hasta prefiere que le mientan. Que le digan que no vaya; que vaya por la ruta como todo el mundo que es más fácil. Todos andamos perdidos y queremos que nos digan algo que nos tranquilice. En el ipod Alcoholic Faith Mission. Santiago Bardotti.

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