Un par de días después volvía a entrar al lugar y resultó que la discoteca del sábado era una carpintería. La mesa del Dj era una gran mesa de madera de carpintero sólida como un roble, había herramientas por todos lados. La bola de boliche ya no estaba. Estaba buscando algo que necesitaba para seguir limpiando el barco. La gran carpa en el jardín estaba todavía armada aunque ya los instrumentos habían desaparecido. El rinoceronte seguía ahí. Cuando llegamos el otro día era un fin de semana de festejos y la música se escuchaba desde lejos. Había también un gran fogón. Las noches siguen siendo frescas. El barco pasó acá todo el invierno sobre un trailer dentro de un galpón grande como un hangar para un par de aviones. Ahora está en el jardín. Crucé el galpón donde el rumano trabaja en otro barco de madera que parece el arca de Noé. El rumano apenas habla, es alto y con una cara dura como malo de película de Charles Bronson. Una de las tardes se escuchaba una música electrónica indeterminada en el galpón que reverberaba como si el lugar fuera una catedral. En la carpintería y en el fogón había gente de todas las edades bailando y entre ellos un montón de chicos salidos de la película Captain Fantastic. En otro momento, cuando la banda terminó de tocar un baterista empezó con algo parecido a Drum & Bass y los pibes improvisaban una especie de canto tribal en el micrófono. La comunidad tiene un nombre como si fuera un pueblo.

Mi amigo se fue a Hamburgo y yo dormí en el barco que sobre tierra parece una araña. Vi una película perfecta para la situación. Fue muy bien con el entorno, el ruido del viento en los árboles, el silencio, las últimas aves del día y las primeras de la noche. La ambivalencia de los significados. No la puedo nombrar porque todavía no existe. Antes salí a correr por el bosque. Salí por la carretera vacía e hice el primer kilómetro junto a campos sembrados muy verdes. Una galería de árboles altos rodean el camino y la luz se filtraba entre las hojas. El otro día descubrí con gran alegría que Kerouac era corredor. El sol todavía alto a las ocho de la noche. Los molinos de viento girando lentamente. El bosque siempre me produce una inquietud en el inicio hasta que me acostumbro. Un aguilucho remontó vuelo. Después la tranquilidad y felicidad de aire puro que me llena de euforia, la sensación de que podría correr por días y noches. Después de andar un poco apareció un lago escondido entre los árboles.

La mañana siguiente encontré a la tía de Bene que perdida en su demencia me preguntó primero quién era y después sí la podía llevar a Munich. Lo hace con todo el mundo. Como si estuviera secuestrada. Lo que de algún modo es verdad. Torsten y su novia me fueron a buscar a la estación de bus cuando llegué desde Berlin. Hacía dos años que no lo veía. Dimos un paseo por Wismar, tomamos una copa de vino en una terraza en la plaza de la ciudad medieval de la que nunca había escuchado el nombre. Cada tanto me viene la pregunta, ¿y por qué Alemania? A la noche terminamos en la fiesta comunal. Los niños felices andaban por ahí en pequeños grupos estilo el Señor de las Moscas. En Berlín los hijos de Andy también son los reyes. Pensar que no se les puede enseñar nada de lo importante. Pensar que hay un conocimiento para la vida que solo da la vida misma a medida que se la gasta. No se los puede preparar para nada porque el solo intentarlo trastoca todo. Terminé por fin la tercera novela de Knausgard, justamente el capítulo acerca de su niñez. Sigo con los diarios de Piglia que se me va haciendo cada vez más antipático. Los intelectuales argentinos, su seriedad y solemnidad. Fueron días apacibles primero en Stuttgart y luego Berlin. Todos me tratan tan bien. El viernes paseamos con Andy y los niños y Mira y otra pareja de amigos de Innsbruck con una niña. Había mucha gente en la calle. Anduvimos por la feria junto al canal y comimos comida del Tíbet y más tarde llegamos a un parque donde se junta la comunidad Thai y seguimos comiendo y tomando tragos y charlando y viendo a la gente. Volvimos no muy tarde a la casa pero los chicos fueron durmiéndose por turnos y los adultos nos quedamos en la cocina charlando en voz baja principalmente acerca de viajes posibles e historias de aventuras, propias, ajenas, reales e inventadas. Tomé algo de más pero así y todo me desperté muy temprano y mientras todos dormían salí a correr por la ciudad vacía a esa hora. Llegué a Templehof y me metí en el antiguo aeropuerto ahora convertido en un gran parque. Hice una gran vuelta hasta llegar a la cabecera de la antigua pista que sigue allí intacta y la recorrí en su totalidad de punta a punta como si fuera Cary Grant en North by Northwest. Llegué de vuelta para el desayuno. En la mañana el rumano tomaba un café y fumaba cuando lo encontré por primera vez. Pasaron unos minutos hasta que dijo la primera palabra.

Nothafen Darsser Ort. Una laguna pegada al mar. Fue un día largo y lleno de cosas. Salimos temprano de Haligenhafen y rodeamos la isla. Pronto vimos la costa de Dinamarca. Cruzamos el gran canal y vi pasar el Ferry que tomé hace dos años cuando salí con la bicicleta desde Copenhagen. Aquella vez viniendo desde el norte primero fue el Ferry a la isla, después el puente al continente. Me vi en el barco admirando el mar (y temiendo, había mucho viento) como me vi antes cruzando el puente. La realidad se vuelve un poco extraña. El jardín de los senderos que se bifurcan. Un Santiago pasa en bicicleta sobre el puente rumbo a Estambul. El otro cruza bajo el puente en un velero rumbo a San Petesburgo. Un poco más allá del canal comenzó una granja eólica en el mar. Un paisaje futurista de molinos de vientos saliendo desde el agua. Navegamos más de dos horas pasando molinos y molinos que iban apareciendo en el horizonte. Un movimiento constante del barco que me enfermó un poco. Después otra vez la costa alemana. La playa, personas tomando sol que vimos desde lejos y un gran bosque que se extendía hasta un cabo con un faro. Rodeamos la punta arenosa, después un arrecife y lentamente entramos hasta aquí. La luz del final del día todavía por varias horas. Unos cisnes nadaban entre los juncos. Saltamos a un muelle de madera y entre unos pinos caminamos a un restaurant en la playa un par de kilómetros más allá. Estábamos muertos de hambre. Entre el bosque y las dunas de arena muy fina y blanca una sucesión de caravanas interminable. El lugar parece un campamento abandonado. Volvimos por la playa admirando los colores. Cerca de las once de la noche vimos aparecer sobre los árboles una luna roja majestuosa. Venus y Júpiter ya brillaban en el cielo que iba poniéndose oscuro.

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