Un cálido festival de cine independiente en la Uruguay de Europa.
Txt: Jota Pérez
Es pleno invierno en Ginebra, no hay nieve, pero está su olor y ese frío seco de montaña que te agrieta la cara. Tengo un par de días libres entre dos misiones periodísticas. No está para andar paseando mucho por las calles ginebrinas, pero por suerte hay un festival de cine. El Black Movie es la muestra de cine independiente de la ciudad desde hace 15 años. Esta vez con la excusa del aniversario hay una buena restrospectiva de grandes éxitos del festival. En un panorama amplio del cine contemporáneo predominan los títulos provenientes de Asia y Latinoamérica, esos acentos exóticos que le gustan a los cinéfilos sobreescolarizados.
Voy a retirar mi credencial a Le Grütli, un complejo de cuatro pisos dedicado al cine, la música y el teatro con pasillos largos y puertas que deben ser de oficinas donde deben laburar tipos que en sus morrales solo llevan dvds de la Criterion Collection.
Guardo la acreditación en el bolsillo luego de un paso de comedia en tres idiomas. Pregunto si tienen un mapa de la ciudad con las salas y me llenan de folletos que nada que ver. Falta un rato para la primer peli que podría ver y lo mejor sería comer algo antes. En el Grütli hay un restorán elegante pero es para el cinéfilo europeo con tiempo y dinero. Antes de meterme en una de las dos salas del complejo salgo a buscar un sucucho de comida rápida en el vecindario y termino comiendo dumplings a un par de cuadras. Perfecto, después veré la de Takashi Miike. “Shield of Straw” se llama. Es entretenida por un rato, pero finalmente olvidable y con poco del Miike que nos apasiona, nos sorprende y nos hizo pasar tantos buenos momentos.
Durante este fin de semana el festival solo tiene dos sedes, luego se agregarán más. A unas 15 cuadras de Le Grütli está Spoutnik, mi sala favorita. Ubicado en el segundo piso de L’ Usine, un gran edificio reciclado, además de las clásicas hileras de butacas, el Spoutnik tiene sillones a los costados y mesitas para que apoyes la birra o las patas. En lo que sería el lobby hay un bar precario, pero bien provisto, mesas repletas de gente que parecen conocerse entre todos y un wifi intermitente.
Dos pisos por escalera debajo del Spoutnik hay otra sala, con menos comodidades, pero impecablemente equipada. Ahí me vi una selección de cortos animados con mucha locura y humor negro, cortos que según los organizadores aparecieron mientras buscaban los dibujitos que iban a integrar el Black Movie for Kids, la versión infantil del festival que cuenta con programación propia y actividades recreativas que se hacen en varias partes de la ciudad. El compilado es impecable y va de la lisergia de Ketsujiru Juke de Sawako Kabuki a la alegría sueca de Las palmas de Johannes Nyholm e incluye la tremenda Pandy de Matús Vizár, una auténtica genialidad que espero volver a cruzarme pronto en alguna pantalla.
En todas las sedes las paredes están repletas de carteles con frases, algunas de ellas vuelven a aparecer proyectadas antes de las películas: Pimp Your Brain (Tuneá tu cerebro), Stare At White Screens (Mirá fijamente pantallas blancas) y Launch Yourself In Space (Lanzáte al espacio) eran algunas de ellas. Una original manera de darle un marco creativo a un festival de espíritu amateur en el que todo funciona impecablemente y que es un éxito de convocatoria. Todas las funciones a las que fuí estaban repletas, público elegante – mucho abrigo envidiable y un gran catálogo de bufandas – después de todo estamos en un pueblo muy francés, en estas salas casi todos son flacos y parecen recién bajados de la pasarela.
Al igual que en otros festivales, las películas más truculentas o violentas quedan para la trasnoche. En ese horario me topé con la de Miike y con “Drug Wars” de Johnnie To, una de las buenas de un tipo que queremos aunque ya no nos sorprenda como antes. Antes estuvo lo mejor, la peli la presentó alguien que sospecho que es uno de los programadores, pero que en realidad es un auténtico showman y que hizo sentir al público como parte de una fiesta, “esta es de mi amigo ¡Johnny To!» gritaba entusiasmado y todos aplaudían y gritaban.
Entre las películas nocturnas estaba una de las grandes joyas de 2013, y uno de los grandes éxitos de la última edición del Festival de Mar del Plata: «Why Don’t You Play in Hell» de Sion Sono. Un film sorprendente de comienzo a fin y una de esas experiencias instranferibles en palabras. La dejé para el final y su alegría desbordante y contagiosa me acompañó durante los intensos días de trabajo que vinieron después.
Me despido deseandoles lo que nos decían los chicos que cortaban los tickets al entrar en las salas, siempre con una sonrisa entre cortés y entusiasmada, “Bon film!”.