Before Midnight: Después de todo

*¡ATENCIÓN!* *¡SPOILERS!* *¡DE GRAN CALIBRE!*
“Yo podría haberlo hecho mejor, vos podías acercarte a mí”. Perdón, perdón, ya sé que a todos les parece una grasada “Fue amor” de Fito Páez. Pero en algún lugar, esa tonta canción de amor que una vez me emocionó me va a emocionar siempre. Siempre es 1990 en algún lugar cuando escucho a Páez.

Y siempre es 1995 en algún lugar cuando veo a Jesse y a Céline. Él tiene unas arruguitas preciosas que lo hacen todavía más lindo; ella engordó un poquito. Pero son ellos, se miran y se hablan y se chucean y son ellos por siempre, sexis hasta la parodia y mucho más allá. Y de este lado de la pantalla sentimos que somos nosotros, más arrugados y más gordos y más cínicos y menos esperanzados y creyendo menos en el cine y en todas las otras formas del amor, mucho menos, pero todavía en algún lado somos nosotros. Hasta la parodia, y si fuera posible, un poquito más allá también.

Hay tantas cosas para criticarle a Before Midnight. En mi lista, antes que nada, que cumpla con el cliché machista de convertirla a ella en una loca gruñona y resentida, mientras él sigue siendo más o menos un encanto, a su eternamente adolescente estilo. Nos cuesta perdonarle los clichés a Linklater. ¿Pero qué nos creíamos? ¿Acaso el amor era una idea completamente original inventada por él? Bueno, sí, creo que nos creíamos eso. Se llama tener veinte años.

Y después, claro, es imperdonable que mancille nuestros recuerdos y fantasías -siempre ideales- con el barro de una concreción. Otra vez estamos nadando en clichés, y es imposible decir aquí nada que no se haya dicho mil veces en las revistas femeninas: nunca, jamás, la concreción del deseo es tan buena como el deseo. Esa era la magia de Before Sunrise, que nos duró casi una década: no hay mejor amor que el amor imposible, imaginado. No había facebook en 1995 pero sí había teléfonos; Jesse y Céline eligen premeditadamente ignorarlos, y confiar solo en la épica de su amor y en el azar, de puro noveleros que son. Él ya es o quiere ser un escritor; ella ya se enamora de eso. No quieren pareja, quieren magia. Nosotros también.

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Ya fue duro aceptar Before Sunset, nueve (¡¿nueve?!) años después. Fue duro porque nos enfrentaba a la verdad. Esos diálogos eternos, bueno, sí son un poco aburridos, y ya lo eran la primera vez (sólo que entonces éramos jóvenes y épicos y más calientes y vírgenes de cine y amor y todo). Pero la escena final, ese “Baby, you’re gonna miss that plane” lo paga todo. Él dice “I know” con esa sonrisa, Linklater funde a negro y nosotros nos derretimos de amor y de deseo y de impaciencia, porque ellos son tan lindos y su conexión se siente tan clara y tan sexy que nos toca a todos, y nos permite soñar que aunque hayamos pasado los treinta todavía nos puede salpicar algo de magia.

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Pasaron (¿¡cómo?!) nueve años más. Before Midnight es una película sobre el paso del tiempo, y lo tematiza de forma demasiado explícita. En medio de la caminata, Céline plantea que quizás no sea cierto que la gente cambia tanto; que puede que seamos los mismos toda la vida. ¿Sería bueno eso? Linklater es fiel a sí mismo, y en ese acto nos traiciona. Hay veces que la única manera de mantenerse igual es cambiar. Él no se priva de nada: fotografía morosamente paisajes griegos como si nadie lo hubiera hecho antes, se solaza en eternas sobremesas mediterráneas con peroratas sobre lo femenino, lo masculino y las claves del amor. En sus largos diálogos y sus bajadas de línea obvias, nos hace sentirlo viejo. O sentirnos viejos nosotros, que es peor. Y, sin embargo, aquí estamos, porque no hay nada más lindo que un cliché bien contado, y a todos nos gustan las playas griegas, los chicos y chicas lindos y las historias de amor.

De manera un poco demasiado forzada, los diálogos van reponiendo lo que nos perdimos de las vidas de Jesse y Céline en los últimos nueve años. Nos dicen más de lo que necesitábamos saber. Están juntos, pero han pagado caro por su audacia; nadie sale indemne de la tremenda osadía de concretar un amor ideal. Él ha dejado a su hijo en otro continente, y lidia con esa culpa cada día. Ella se siente asfixiada por la maternidad, y ve al mundo como un sistema de sometimiento. Aprovechan una noche a solas para ventilar sus pequeñas miserias, y entonces bum: fin del truco de magia para dar paso a un truco de magia aun mayor: hacer de ellos una pareja como cualquier otra. Céline y Jesse peleando porque él deja todo tirado y ella siempre tiene que hacer la cena. Céline y Jesse transmutados en Marge y Homero.

Claro que odiamos a Linklater por hacernos eso. ¿Cómo se atreve? Si para mostrar la erosión de la vida cotidiana sobre el amor ya están tantísimos otros, y nosotros mismos. ¿Qué necesidad había de una tercera película, incluso una segunda? Jesse y Céline son nuestros Romeo y Julieta. Preferimos verlos muertos, o separados, antes que ahogados en crisis de los cuarenta y mediocridad conyugal.

Pero al mismo tiempo, no podemos evitar ver la película, como ese encuentro con un ex que sabemos que terminará mal pero no hay cómo esquivar. Al fin y al cabo, todo lo que termina termina mal, porque el amor cuando no muere mata, etcétera etcétera, complete con su canción grasa favorita. Before Midnight, mal pero bien traducida en algunos países como “antes del anochecer”: se nos viene la noche, y antes de que llegue tenemos esto. Estas horas, estos años. Lo que hay.

Y en estas horas, en estos años, hay algo de felicidad en volver a ver a Jesse y Céline. Aunque no estén a la altura de su mito. ¿Quién lo está? Es bueno ver que hay vida después de los años, los hijos, las arrugas. Aunque sea una vida más matizada, con obligaciones, con sentimientos encontrados, con cansancio y peleas idiotas. “Esto es amor real”, dice Jesse. Con acento en la erre. Y nos hace soñar, porque si hasta la más idílica de las parejas discute por quién levanta la mesa, quizás nosotros también podamos tener nuestros momentos. Porque ellos, ay, siguen siendo ellos. Tan tremendamente sexis con sus kilos y sus arruguitas. Y hasta ellos, cuando las papas queman, eligen refugiarse una vez más en su parodia de sí mismos. Juegan a la rubia tonta y el escritor seductor y son tan hermosos que se perdonan todo, les perdonamos todo por seguir mirándolos y que sea 1995 un ratito más.

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