En el segundo largo de Young-doo Oh (Corea del Sur, 2011), que en abril pasó por el BAFICI, no hay ninguna bikini, pero sí hay aliens.
Con una estética muy K-Pop (o que tal vez a mí me suena a eso porque no sé diferenciar una cosa de la otra por cuestiones culturales) esta película es todo un gran flashback: Young-gun es un vigilante de la ciudad (como Batman, no veo por qué no) que saca a una chica en apuros, la lleva a su casa para chequear que esté bien y, partida absurda de Jenga mediante, ella le propone tener sexo para quedar embarazada esa misma noche, acusando una vieja tradición familiar. El problema es que el chiquito este (un pavote de 34 años, conservador y muy naif) hizo un voto de castidad y no va a poder donarle su esperma. ¿La reacción de Monica? Torturar a Young-gun para obtener lo que ella necesita, aunque esto implique tener que rasguñar una pizarra y terminar con los oídos sangrando.

Pedido: dejemos de hace paralelos entre tener sexo y fuegos artificiales por dos años. Ya es viejo y nada podrá jamás superar al túnel grotesto de Hitchcock en North by Northwest.

Prosigamos. Lo que empieza como una comedia con ciertos recursos (las animaciones del cuerpo humano, el aviso de Rolex) queda trunco a mitad de camino. No sólo que estos recursos no llegan a marcarse como algo contínuo, sino que los dos o tres que aparecen se pierden y, con ellos, se va algo que podría haberle dado un enriquecimiento a la película. A pesar de que las risas van decayendo a medida que se acerca al final, parece haber una cierta lógica en el desarrollo de los personajes o de este personaje que usa bigote falso y sale a combatir malos, que fue criado por una versión masculina de Margareth White.
Al final, Young-gun no entendió nunca nada y a vos te da pena.

Ludmila Iara K.


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