Corría el año 2011 cuando Iván Zaldarriaga y Brandon Relucio se juntaron para hacer una película. Después de debatir ideas, no podían ponerse de acuerdo: uno quería hacer un documental, el otro una película para zombies. Como el presupuesto no les daba para hacer ambas cosas, decidieron hacer una de no-muertos con tintes documentales. Esta historia no pasó, al menos no oficialmente, pero en mi mente fue lo primero que apareció después de ver «Di ingon ‘nato» (Filipinas, 2011). Se preguntarán por qué, queridos lectores y lo voy a intentar explicar. Y pongo mucho énfasis en “intentar”.

Lo que pasa en este film (!) es básico: en un pueblo todos hacen sus vidas en la más normal de las rutinas cuando empiezan a pasar ataques inexplicables, hechos por personas que sangran, están heridos, tienen los ojos colorados y eso. Cualquiera se daría cuenta de que está enfrente a un zombie, gritaría “¡Terminó la función, Shakespeare!” y les pegaría un corchazo o, en su defecto, un culatazo. Pero esta gente prefiere pensar que están poseídos (después de estar muertos y revivir. Ajá…).

Con muchos personajes, historias que se cruzan, gente que conocía a otra gente y no lo tenés en cuenta porque pasó tiempo y muchos planos muertos de hormigas y cielos, un actor que es el doble filipino de Santiago Motorizado, una iluminación horrible, entre otros, «Di ingon ‘nato» parecería ser una película de esas que le incorporan un poco de suspense del copado (entiéndase: nada de música in crescendo interrumpida por algún ruido o persona que aparece de la nada), sumando puntos. El problema es que pueden usar tanto este recurso que la visualización se convierte en una tortura lenta y agónica y tu expresión se convierte en el celebérrimo meme de Jean Luc Picard (el facepalm no, el otro) y si, además, le agregás escenas descriptivas de la apacible vida en el pueblito selvático (¿eran necesarios esos tres minutos de la mujer lavando ropa? ¿En serio?) que rellenan el metraje y a mí me da ataques de ansiedad, el resultado es un espectador aburrido, que ya se olvidó qué está pasando y que pide a gritos sangre. En serio, creo que no hacía falta que me expliquen las costumbres para introducir una plaga zombie.

El ritmo no es uniforme y aumenta en la segunda parte y eso está más que bien. Desdichadamente, la primera aburre tanto que ya no interesa quién está vivo, quién está muerto, cómo murió éste o aquel. Esto hace que los últimos minutos, las escenas que realmente valen la pena, se desdibujen y el excelente final se esfume y pase desapercibido.

Ludmila Iara K.

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