Bahia Inútil. Acampado en una estancia frente el estrecho de Magallanes. Un día cálido y el cielo sin nubes. Soñé con vidas pasadas. El viento fue piadoso. Del otro lado de la bahía, hacia el sur, por sobre los barrancos costeros se levanta una cordillera nevada. Un confín del mundo cada vez más asediado. Un asedio mudo pero constante. El otro día cuando salíamos temprano de Natales una nube solitaria brillaba roja por un rayo del amanecer. Los milagros cotidianos del campo. En el cruce por el estrecho con el ferry se veían estallidos aquí y allá que anunciaban alguna ballena. Alcancé a ver un lomo que desapareció rápido. Un albatros sobrevolaba las olas. El viento desapareció después de las nueve. El canal planchado, el sol que se va y el estrecho que parece el lugar más hermoso de la tierra.
Russfin. Al atardecer para terminar el día me fui a correr por el campo. Salté una tranquera y seguí primero una huella espantando las ovejas. Seguí un alambrado y después de un rato lo crucé y empecé a correr a campo traviesa rumbo a las montañas. Estamos en el corazón de la isla en una pampa alta. La vista es increíble hacia la cordillera Darwin que como un gran regalo hoy estuvo todo el día visible. No es nunca plano el campo. Un terreno desparejo lleno de pozos y desprolijidades. Pasamos el día, la mayoría del día, junto al estrecho planchado como un lago. Apenas me dieron ganas de leer en las paradas mientras esperaba y me quedé en silencio admirando el paisaje y el momento. Todo está allí. No extraño a nadie, no pienso en nadie, estoy acá. Pasé finalmente por Cameron. Hacía tiempo que quería pasar por ese punto del mapa. Años atrás conocí a un bisnieto del fundador del pueblo, en verdad un caserío alrededor de una estancia. Mayra me escribió que falta poco. Las estancias al estrecho son explendorosas. Mariano con altos y bajos como siempre. Pensé que visto desde su lado debo ser alguien que es un desastre, que se manda cagada tras cagada y habla de más: todo es verdadero aunque la verdad parcial tomada como un todo es una distorsión. Le digo abramos un jugo. Me dice que no de mala manera. Se me cae y se rompe el envase. Karma. Se fue el sol y las montañas se recortaron en el horizonte nítidas. De golpe todo se oscureció. Los guanacos pasaban a la carrera relinchando. Subí dos lomas y encontré una huella que me sacó más adelante unos 3 o 4 kilómetros hasta que se perdió en una cima. Me quedé a ver como se iba el sol. Tres días sin viento y sin nubes en Tierra del Fuego es como un sueño.
Tolhuin, 6 de febrero. Acampado junto al lago Fagnano. Se escucha el oleaje como si fuera el mar. Son cerca de las diez de la noche y ya están por desaparecer los últimos trazos de rojo en las nubes. En un momento del día, hace unas horas, había dejado la camioneta colgando en dos ruedas sobre una zanja al costado de la ruta por un descuido. Quedé temblando por un buen rato. Tuve mucha pero mucha fortuna. Es verdad que di marcha atrás despacio lo que hizo que no me fuera al pozo de manera brusca. El suelo de la camioneta se apoyó en una especie de pilar lo que le dio sostén a una de las ruedas traseras. La otra quedó en el aire. La rueda delantera opuesta también en el aire. Trate de usar la maniobra que había aprendido con el freno de mano en otra casi desgracia en Punta Arenas pero no funcionó. Busqué algo desesperado piedras y troncos para apoyar la rueda y volví a intentar sin suerte. En eso llegó Ramón con una 4×4. Sonriente se paró, se presentó y me dijo que me sacaba. Todo duró una media ahora. Cuando alcancé al grupo estaban entrando al pueblo. Mariano me dijo que se había preocupado al no verme. Yo sentí una especie de sonrisa interior (en medio del miedo que todavía tenía) al saber todo lo que el ignoraba, justo él que cree saberlo todo. Después llegamos a este camping hecho por una especie de artista asador y campero. Con materiales descartables y restos de todo (desde botellas hasta bicicletas, trineos y hasta un helicóptero) hizo un parque al aire libre. Tiene el pelo y el bigote blanco como Einstein y es una especie de patriarca rodeado por sus tres hijos que ante cualquier pregunta responden por las hazañas del padre. Antes de la cena me fui a correr por un sendero que bordeada el lago y pasa junto a una laguna apenas separa del lago por un terraplén. La alegría de correr por el bosque como escapando de la desgracia y el borde del precipicio al que me asomé. Se veían nubes pasando sobre las montañas (del otro lado está Ushuaia) descargando lluvia. De esta parte el cielo despejado como para que sepamos de nuestra suerte.
El asunto es que esa noche no pude dormir, o mejor dicho dormí bien pero poco y desperté a mitad de la noche con la imagen vívida de la camioneta colgando en la zanja en dos ruedas y esa sensación de vértigo de saber y ver que estuvo a centímetros de darse vuelta y con eso darse vuelta también la suerte de mis cosas. Todo se hubiera complicado. Ya me veía reventando todos mis ahorros de varios años para pagar los daños. Al llegar al camping armamos las carpas junto al lago que encantaba con su oleaje y mientras Mariano preparaba sus cosas me tiré a dormir una especie de siesta de los salvados y dormí el sueño más profundo en años. Eso sentí. Hacía tiempo que no dormía de manera tan profunda y absoluta. Dormir, esa muerte de cada día. Es una cita clásica que leí en el ensayo de Kermode sobre los poetas Wallace Stevens, Holderling y la muerte. La muerte, que con los años que se aproximan se hace cada vez más cercana. Leía a Kermode y sus reflexiones serenas y volví a tener un pensamiento que pasó fugazmente por mi cabeza y que dejé de lado por parecerme terrible. Tener un pensamiento así en la vigilia es como esos sueños que sin ser pesadillas nos despiertan. En algún momento dejaremos de pensar con quién y cómo queremos vivir para pensar con quién y cómo queremos morir. Kermode y la concha de tu madre.
El regreso fueron cuarenta horas en la ruta casi non stop. Cuando se hizo de noche la ruta se envolvió de oscuridad y un bosque negro apareció rodeando la carpeta de asfalto. Raro en medio de la meseta. No, no es un bosque Santiago me tenía que decir para que la camioneta no empezara a flotar.