Avenida Rivadavia

Charlaba con mi amiga Laura por la compu y en un momento me dijo: me voy en bicicleta para Parque Centenario. Otro día Martín me dice: tu ahijada está tirada en el sillón y dice que que flash lo de las ballenas. Entonces las veo y lo veo. A Laura por la bicisenda adelante del museo de Ciencias Naturales donde fui una vez a ver a Melero y otra a ver como armaban un recinto de aves, veo a mi ahijada hermosa con su teléfono despatarrada y despreocupada y a Martín con su cigarrillo (aunque ya no fuma). New Mayra me manda audios de canciones que escucha mientras maneja en el auto. Entonces yo escucho los fragmentos una y otra vez en un elogio del low-fi. Recuerdo una vez que Antonio me llamó un verano cuando yo cuidaba las casas de mis viejos en Leloir. El comenzó a describirme el paisaje nevado que se veía desde su balcón, yo el verde furioso de un verano bonaerense. De esa conversación recuerdo los colores blanco y verde como la camiseta de Banfield que es la versión ecológica de la camiseta de River y por eso me cae bien. Yo me estaba separando y Antonio desde lejos me daba palabras de aliento. Desde esa misma casa y ese mismo ventanal al jardín, un día llamé a una leyenda del teatro nacional para un libro que estaba escribiendo. Llovía a cántaros y charlamos un buen rato. Escribía la biografía de un personaje de Buenos Aires que ya no está y era una buena amiga de las ciencias, las artes y el espectáculo. Todos los personajes que entrevisté cuentan anécdotas de sábados luminosos de una Open House y un árbol de palta en un patio de Belgrano. El libro se iba a llamar La Buena Vida.

Anoche salimos a ver bandas. En cada bar había una tocando y en la calle se confundían los sonidos. Fuimos a The Ship Bar donde el acto principal era un tal Willie Youngtree or something. Fuimos porque venía con un buen comentario de la revista Exclaim! que me hizo conocer montones de buenas bandas cuando viví en Montreal por un año (Radio Dept por ejemplo). El comentario lo comparaba con Graham Parsons de quien tengo una muy vaga idea. Me pareció una buena razón como para ir a falta de otra. Resultó una especie de cowboy con mucha personalidad y tics que le hacían hacer muecas extrañas y que hasta cantó una canción a capella. Me sentí en un western de Nicholas Ray. Estuvo muy bien. Otra banda eran dos chicas que hacían un folk pop despreocupado y luminoso. Una vez en Londres vi una banda llamada Goya Dress. Había visto un aviso de Time Out que decía: Lou Reed meets Cowboy Junkies y allá fui. Ese era mi espíritu de aventura de entonces. Era un pub como el de anoche y muchos años después encontré a Goya Dress en un compilado que me pasó Pablo. No, no había internet.

En una época tenía la idea idiota de que todos mis fracasos eran una especie de mancha en mi CV. Jua. ¿A ojos de quién? Hoy valoro todos esos desastres como grandes momentos. Una separación Quién no ha sentido que el mundo se derrumba no sabe nada.por ejemplo. La histeria, la locura, la incapacidad de tomar una decisión sin arrepentirse minutos después, qué gran partido, el llanto, la obsesión. Quién no ha sentido que el mundo se derrumba no sabe nada. El descubrimiento increíble de que hay vida después. Que es distinta y otra a la que teníamos. El día después de una separación es como caminar por un planeta extraño. Conversaciones trasnochadas en bares de taxistas por Buenos Aires. La confesión de que volvimos a llamar. Estoy bien, estoy bien. Y tus amigos que ya no te soportan.
Suelo subir por la avenida Independencia cuando vuelvo de correr por la reserva ecológica. El supermercado chino de un par de cuadras antes de Entre Ríos, los kioscos melancólicos, las verdulerías en zaguanes, la estación de servicio en Jujuy, la facultad de Psicología. A veces recuerdo que pasé años en ese edificio. Solo a veces. No me viene el recuerdo espontáneamente. Recuerdo cuando la encontré a Betina una vez. Y fuimos a tomar un café en la esquina y después salimos un par de veces más y después vino ese llamado tan extraño. Hola Santiago. Hola. Silencio. Estoy embarazada. No de mi, no. Habíamos tomado un par de cafés solamente y ella salía con alguien. Esa vez que la encontré yo ya hacía tiempo que me había recibido, pierdo la línea del tiempo. Tal vez estaba dando clases, no me acuerdo. Fui ayudante de una materia en la que me contrataron por haber demostrado cierto interés. Eso es algo humillante pero estaba contento y era la materia que más se parecía a lo que yo había querido estudiar y no me animé de hacer de una, filosofía, o literatura. Como ahora que en verdad quería ir a Japón o a Turquía o a Australia y aquí estoy esperando salir hacia Groenlandia. No me quejo pero digo, un dato curioso, para darle la razón a los que dicen que voy donde me lleva el viento. Esperamos buen viento justamente. Ayer se fueron los noruegos. Dos dementes a los que se les dio vuelta el barco en el Caribe mientras hacían panqueques. Claro. Ironic, je. Los agarró una ola desprevenidos. Fue un instante, el barco gira por completo y se apoya en el agua como esos muñecos para hacer punch y después vuelve. O no. A veces no vuelve. Se iban directo a Irlanda y de allí a las islas Faroes y Escocia. A cada destino que quisiera ir aparece un barco al que me podría sumar. Pero no. Ya me acostumbré a los alemanes y tengo sueños de blanquitud. Hay un libro de Pynchon que comienza con un epígrafe de Wittgenstein: cada uno tiene su Antártida. Programé una vida como para vivir 200 años. Eso me escribió César la otra vez cuando mandé unas fotos por mail. Que es como mandar postales. Hoy el puerto está más ruidoso que de costumbre. A la última hora la luz pega en los tanques de combustible y en las colinas. Aunque es verano es una luz otoñal. Fui corriendo hasta el peñón y volví por Water Street eludiendo gente por la vereda.
Mañana o pasado salimos.

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