Me gustaría haber empezado antes y ya haberles contado acerca de mí llegada a Berlín, previo paso por Ámsterdam. De cómo arribamos a la ciudad con nieve en plena noche, y fuimos recibidos por nuestros vecinos, una pareja compuesta por un londinense y una chica polaca. De los lugares que visitamos y las personas que conocimos. De los museos a los que fuimos y los lugares en donde comimos. Pero todo esto queda para más adelante. Ahora el festival ya comienza a recorrer su parte final. Así que dejemos de lado la vida social (de todas maneras, espero contarlo en futuras entregas), y empecemos de una vez con las películas y estos humildes comentarios que hemos dado en llamar (continuando la tarea comenzada en Rotterdam y, lo reconozco, con un poco de vagancia): Apuntes sobre Berlín.
Allá vamos.
Decir que Nadie quiere la noche, la nueva película de Isabel Coixet, es mala, es una redundancia. Hasta da pereza hacerlo. El motivo por el cual fue elegida como apertura es algo que supera cualquier análisis. Mucho más si pensamos que el año pasado, la película encargada de abrir el festival no fue otra que El gran Hotel Budapest, de Wes Anderson. Es tan malo este nuevo opus de Coixet, que hasta hace parecer razonable la elección de Cannes de Grace of Monaco, el biopic sobre la princesa, para su apertura.
Como siempre, terminamos hablando de Cannes, la bestia negra de los festivales.
Pienso en las películas de gangsters de los 40 ambientadas en la época de la ley seca, o en la serie Los intocables, en donde los mafiosos destruían a mansalva barriles de alcohol, para así dejar fuera de juego a sus contrincantes. Algo similar a esto, es lo que hace Cannes con el resto de los festivales grandes, léase Berlín, Venecia y, cada vez más lejos, Roma. (Toronto es otra cosa). Es poco lo que deja para el resto el gigante caninno. El único festival que supo aprovechar esta situación fue Locarno, pero esto ya es otro tema.
Obviamente, comparar a los gangsters con gente simple, buena y honesta como los programadores de cine es una absoluta locura. Creo que ni debería aclararlo…
Al revisar la competencia oficial, uno encuentra (al igual que en Cannes, de nuevo) cierta idea que consiste en juntar grandes nombres de directores consagrados (algunos por las razones equivocadas), con otros desconocidos. Esta vez, y hasta ahora, la cosecha no fue buena. Las grandes autores desilusionan o se repiten y los nuevos no aparecen o no terminan de consagrarse.
Este es otro de los motivos por el cual me atrasé en la escritura de estos apuntes. No me gusta escribir para decir que todo es malo y que eso sea leído como la actitud de alguien que solo desea llevar la contra. La idea de que uno disfruta hablando mal de las películas, me parece terrible. A la hora de sentarme a ver una película, quiero que hasta las de Greeneway sean buenas (bueno, tanto no).
Hablo con otras personas que muestran más entusiasmo. Un crítico norteamericano, muy prestigioso, me aseguró hoy que la competencia es muy fuerte. Me sorprendo y me cuesta creerle a partir de lo que he visto. Pero todavía faltan algunos pocos títulos, así que tengamos fe en que las cosas mejoraran de aquí en más. Hace unos días, por ejemplo, se presentó Under the electric clouds de Alexei German Jr. (si, el hijo de) y se ubicó, fácilmente, entre lo mejor de la competencia y, seguramente, de todo el festival. Ya volveremos sobre este título en estas atrasadas crónicas.
Pero dejemos estas aclaraciones y volvamos con Coixet. Nadie quiere la noche cuenta la historia de Josephine Peary, quien supo ser la mujer del descubridor del polo norte. (O algo así, un cartel al final de la película lo aclara todo, pero pasaron ya varios días y no logro recordarlo con exactitud.) Y hacia esas inhóspitas zonas del mundo es hacia donde ella se dirige para encontrar a su marido, quien no aparece hace mucho tiempo. Ella, que no es otra que Juliette Binoche, es una atildada señora de clase alta que viaja acompañada de su vajilla y un equipito para escuchar discos. Estamos en 1908 y en el polo norte, recordemos. Obviamente, su obstinación en emprender la travesía hará que no escuche los consejos de Gabriel Byrne (peluca, cejas frondosas, pipa y mirada profunda y perdida en la lontananza), un curtido viajero enamorado de esas tierras lejanas y frías. Obviamente, Byrne terminará muerto por culpa de los caprichos de la señorona, quien continuará su marcha acompañada de un grupo de esquimales. A medida que avanzamos en el viaje con Binoche, las cosas se irán poniendo muy feas. En algún momento se encontrará con personas que fueron parte de la expedición o fueron testigos del paso de su marido. Ellos son un hombre con las manos carcomidas por el frío, y una señorita esquimal interpretada por la bella japonesa Rinko Kikuchi. Resulta que la señorita esquimal, quien se expresa como Tarzan cuando hablaba con Jane, supo tener amoríos (por decirlo de alguna manera) con el marido de la señora y a causa de esto, quedar embarazada. Algo que, es entendible, despertará la furia de nuestra empecinada heroína. Obviamente, entre las dos mujeres primero habrá desprecio de la señora civilizada hacia la nativa, después algunos pasos de comedia (porque las dos son muy diferentes, como si se tratará de una particular versión de Extraña pareja) y más tarde se darán cuenta que, a pesar de sus diferencias, entre ellas es posible la amistad. Por cierto: el bebe morirá de frío, lamento informarles, y Kikuchi desaparecerá entre la nieve. Binoche y su marido, quien finalmente aparece pero fuera de cuadro, se salvaran. Estamos, obviamente, en los terrenos del cine qualité. Ese viejo animal que alguna vez supo retirarse herido de muerte, pero que, sin embargo, siempre vuelve. Pelucas (impresionante las cejas de Gabriel Byrne, no me voy a cansar de repetirlo), aires de importancia, vestidos de época, una voz en off empalagosa, animales asesinados, mutilaciones, un bebé muerto y mucha solemnidad. Los viejos y queridos recursos del cine qualité.
Hay, sobre todo y entre muchas, una escena que me hizo mirar mi reloj, no para saber la hora, ni ver cuanto faltaba para que termine la película, sino para saber en qué año estábamos como para que alguien todavía continúe filmando de esa manera. La escena es la siguiente: la señora junto a un grupo de esquimales y el cejudo Gabriel Byrne (todavía vivo, pero a poco de perecer), avanzan en un par de trineos tirados por unos hermosos perros. Se produce un alud, Binoche, a pesar de su vestido largo, logra saltar y salvar su vida, los canes, por el contrario, mueren aplastados por la nieve. Excepto uno, que no para de emitir quejidos ante la mirada sufrida de la protagonista. Vemos al perrito moribundo con sus ojitos llorosos, cubierto de nieve. Sabemos, el cine nos lo enseño, que un animal herido debe ser automáticamente ejecutado. Los 24 fotogramas por segundo no aceptan el tiempo que estas bestias necesitan para recuperarse. Entonces Byrne, con sus cejas hirsutas y congeladas, saca su arma y dispara. La escena está filmada de la siguiente manera (esto va dedicado a los que acusan estos apuntes de impresionistas): plano del perro moribundo, plano de Byrne sacando el arma, plano de un espacio vacío con nieve y piedras sobre el cual se escucha el disparo y (apenas segundos después) aparece un chorro con sangre. Después se repite el plano vacío (otro lugar con nieve y piedras), nuevamente el sonido del disparo y nuevamente el chorro, quizás sean dos, de sangre bien roja, sobre la nieve, bien blanca. Miro reloj (en verdad es un recurso literario, no tengo reloj, chequeo la hora en mi celular) me indica que falta mucho para que termine la película y que efectivamente estamos en el 2015 y que hoy en día alguien sigue filmando de esta manera.
En un reciente reportaje, Binoche aseguraba que si algo había aprendido de Godard, era a no esperar nada de un director. Al saber las expectativas de la actriz en relación a los realizadores, uno entiende el motivo por el cual aceptó trabajar en esta película.
El día después se proyectó la película de Herzog, Queen of the desert, que tiene (al menos en su trama) más de un punto en común con Nadie quiere la noche. Por suerte Herzog no cae nunca en los despropósitos de la española y solo se dedica a contar la historia de una viajera adorable interpretada por Nicole Kidman. Que la película del alemán tampoco sea buena, es un tema que trataremos en la próxima entrega de estos apuntes. Que a este ritmo, es probable que terminen una vez que todo el hielo de los polos ya se haya derretido y que de este festival ya no se acuerde nadie.
Hasta la próxima.
Marcelo Alderete
Fotos: Luna