Dos días después estaba navegando por el Río de la Plata rumbo a Colonia. Me había quedado en Ituzaingó después de un fin de semana que había transcurrido entre halagos y frases hirientes con mis padres. Cuando salgo a correr voy ligero y sin embargo me siento pesado y algo abombado la mayoría del tiempo. Supongo que la temperatura de diciembre no ayuda. Entonces Pedro me deja un mensaje en el que me decía si no lo quería acompañar en un cruce a Uruguay en el barco del hermano. Yo le había mandado un mensaje de la nada mencionando las ganas de navegar y ahí la respuesta inmediata. Como un bebé que piensa en comida y aparece. O como la internet que provee la música que se necesita al instante. Volví a casa en el ultimo tren del día y temprano a la mañana siguiente me fui para el puerto de Olivos con la bici.

La noche en el barco fue fresca. Soñé con una chica que no le sentía el gusto a la lechuga. Llevaba rodete como la abuela, pelo oscuro, diseñadora en un negocio muy moderno de ropa, se parecía levemente a Paula, la pareja alemana del Sapo. Pasaban muchas cosas. En el sueño mismo le contaba a alguien que había conocido a esta chica que me había impresionado. Algo con su gusto de la lechuga era muy importante para una teoría psicológica. A la vuelta nos tiramos en el medio del río que estaba como una pileta. Se veían los edificios lejanos de Buenos Aires.

Unos días después estábamos en Villa Gesell. Una casa en el bosque rodeada de árboles y con los desniveles propios de la arena. Sí, sí; acá podría quedarme. Rústica, posible, con la personalidad de su dueño. Un hippie de pelo blanco surfista y guitarrista. Es su casa y la alquila en el verano mientras él se va a vivir a una librería que tiene en otro balneario. Hablás con él y al segundo bajás dos cambios. Con la llegada de los autos automáticos, estos hermosos símiles del rebaje van a desaparecer. No dan ganas de salir. Tirados al fresco metimos una novela por tarde casi. Por las mañanas cuando no hay nadie salimos a nadar. Nos metemos mar adentro y nadamos por detrás de las olas y los surfistas. Una de las veces cada vez que sacaba la cabeza para respirar veía la luna sobre las edificaciones en la costa. Hey Moon. Como si se necesitara esa perspectiva única para verla ahí expectante a plena luz del día. De lo contrario se vuelve invisible.

Unas de las noches se escuchaba música de una fiesta lejana. La tarde siguiente encontramos a Martín y su amiga en la playa. Los vimos acercarse caminando por la orilla desde lejos. Dudamos que fueran ellos (que fuera él). Los chicos se habían enganchado en un picado. Iñaki es un sabelotodo insoportable, Rama es igual al padre, siempre con la pelota, mucho menos sofisticado y entonces cuando no los aguanta más los putea. Juan es como yo. Dos noches seguidas fuimos a comprar libros. Martín venía de la casa de Iván donde pasó un par de noches. Traía el libro que viene de publicar, Iván. Me dio mucha envidia e hice piruetas para disimular. Para sumar la mañana siguiente tenía un mensaje de Ironman desde Italia para ofrecerme un trabajo que no pude aceptar por pelotudo. Me salió un sarpullido horrible que atribuimos a las tapiocas pero yo sé que no. A la noche discutí con los nenes en el McDonalds y Mayra me reprendió a su manera dulce e inapelable. Benedicto me sigue llamando Captain en sus mensajes y eso tapa todo. En La Nación salió una nota de un cordobés que va a Rusia en Bicicleta. Me primerean en todo. El viernes cayó mucha agua en la madrugada y por la tarde fuimos a la playa cuando la tormenta se estaba yendo. Pasamos por la casa de la tía que ya había llegado. El 31 habíamos pasado con el auto y estaban todos los postigos cerrados. La dejé a Mayra con los críos y me fui a verlos. Encontré a mis tíos en el jardín de invierno leyendo. Ella una historia general de México; él La vida de los Césares de Suetonio. True story. Mi prima hace años que no les habla.

El viernes antes de salir, el día más caluroso y pegajoso del año, fui al diario y pasó lo que sabía iba a pasar. Me ofrecieron reseñar el libro de ardilla. En una película no lo creés. Exagero. Estaba arriba de un escritorio repleto de libros de donde podía elegir. La última vez que fui al diario y me perdí en los pasillos le pregunté a una piba que deambulaba por ahí dónde estaba la redacción de la revista y me dijo sorprendida que la revista no salía más. Mi buena idea fue de contarle a la directora la anécdota. Sumo puntos.

En un momento la «amiga» de Martín se puso a hablar por el celular y Mayra se fue a buscar más agua para el mate. Nos acercamos a la orilla con Martín y clavamos las patas en el agua como si fuéramos dos flamencos. Tiramos algunas máximas frente al mar, recordamos viejas anécdotas, reconstruimos eventos a medias más o menos acorde a la verdad histórica. No recordamos cuan generosa es la vida, nos quejamos de manera solapada de ciertas injusticias supuestas que no son tales. El mar estaba calmo. Por la mañana habíamos nadado a lo largo de la costa hasta un edificio que llamamos el rulero. El guardavidas nos cuida las cosas. Esos rubios curtidos de playa. Cuando no hay nadie se tira a nadar a hacer surf o kite. Habla tranquilo y pausado. Casi no parece un rubio.
Mayra prepara un pollo al horno mientras escuchamos Los Planetas. Leo tirado en el sillón donde Gerardo pasa los inviernos junto al fuego y donde recibe a sus alumnos de guitarra. Hoy el mar estaba movido. En un momento ya no había rompiente porque era todo movimiento.

A la tarde caminando por la playa encontré al hermano de mi tío. Estaba tirado en la playa como un playboy junto a su perra Perica. Justo ayer la tía Cristina me había contado la historia de la perra. Es muy educada. La trae en una combi desde Buenos Aires sentada al lado suyo. Italo tiene 80 años que no parece. Osvaldo 87 y tampoco. Don Angel, el padre de ambos murió a los 105. Antes de venir a la Argentina peleó en la primera guerra, se enfermó de Tuberculosis en las trincheras y lo desahuciaron. Ya mencioné que murió a los 105 y en plena salud. Don Ángel era un campeón de pocas palabras y un apretón de manos que hacía doler. A Italo mientras estuvo casado nunca lo vi tan feliz como ahora que es viudo y tiene una perra que entiende todo. Es una perra mezcla pero de ascendencia husky y ojos de dos colores como el gran Bowie. Bowie pudo muy bien haber sido en otra vida un perro de trineo; inteligente y solitario habitante del polo. Italo levantó la vista y me preguntó qué hacia acá. Le expliqué. Me dijo que habían almorzado en el parador con Osvaldo, Cristina y Quique que llegó temprano desde Bs As con la esposa y la hija. Las rabas son buenísimas me dijo. Un rato antes había terminado la novela de Pynchon.

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