Antartic ennui

En la Antártida no hay noche en el verano. La luz no cesa; como una metáfora de la plenitud de la vida; dormirse es ponerse entre paréntesis. Retraerse. Cuando volvimos a Ushuaia y anclamos en la entrada del canal de Beagle la oscuridad había vuelto aunque no del todo. A la medianoche en el horizonte se veía una línea tenue de luz, la Antártida, el lugar dónde habíamos estado y de donde proveníamos. Esa noche, cuando todo había terminado la australiana se me acercó y comenzó a hablar. Continuaba una charla que habíamos tenido en silencio supongo. Me dijo que la ponía triste la pareja de brasileños y el espectáculo que la mujer había dado de mujer perdida, un poco como Marlene Dietrich en una película que una vez vi en la que seguía un ejército por las arenas de Marruecos. La australiana no podía ser más linda. No sé cuantos años tendría. Pensé que cerca de cincuenta tal vez. Pura elegancia. La calidad no se pierde con los años. En seguida me hizo notar que tal vez estaba más cerca de los sesenta incluso. Todo podía ser. Había dejado de dedicarse a criar caballos por miedo a romperse la cadera a esa edad me dijo. Era una Nicole Kidman que no se hubiera destrozado el rostro con cirugías. Lo más notable era la manera que usaba sus jeans; así, tan sueltos. Tenía un cuerpo de púber, de muchachito tal vez. Vino a decirme, de una manera sutil, que ella no era como la brasileña que estaba dando la nota coqueteando con todo el mundo. El marido de cara de inglés buena persona pasó bastante tiempo en el camarote con mareos. Atiné a decirle que las parejas no son fáciles. They are not suppose to be that way me dijo. A Cesar cuando le conté me dijo que había sido una conversación exquisita. La Antártida fue decepcionante en un aspecto inesperado aunque el más lógico y obvio. Yo mismo. Expuesto a esa claridad prístina lo que vi en reflejo no me gustó nada. Había querido ser una vez explorador y escritor y aquí estoy me dije; guía de turismo y periodista; un triste vendedor de humo con todas las letras. Había venido a morirme de frío y aquí estaba protegido con la más alta tecnología en vestimenta y no solo; con el mejor diseño y producida con materiales altamente ecológicos (sí esto quiere decir algo). La mala conciencia. Tuve el siguiente pensamiento: ¡qué bueno estaría este lugar sin nosotros acá! En verdad era el eco de otra experiencia que había tenido hace tiempo en unas montañas de las que no recuerdo el nombre. Caminaba solo disfrutando y maravillado hasta que pensé; ¨lástima ese ruido que interrumpe este silencio tan especial¨. El ruido eran mis pasos claro. Canté ¨Jiuman, born to make mistakes¨. Tanta sabiduría en los años ochenta. A los turistas hay que tratarlos como niños, en especial a los supuestos ¨exploradores¨. Inventarles peligros para que se sientan especiales (y no hagan tonteras que compliquen el trabajo) y no decirles los verdaderos. Después de todo el mar es bien bravo, los icebergs son gigantes y la verdad que imposible de eludirlos si se vienen encima. Cuando volvíamos cruzando el Pasaje Drake el barco giraba hacia un lado y el otro como en los parques de diversiones y el nivel de las olas que había estado hasta allí, allí abajo, ahora subía hasta tenerlo a la altura de la propia vista. Me fui a dormir en los sillones del gran lobby y en uno de los bamboleos volé de una punta a la otra. El consuelo es que no es diferente a la vida misma; el médico con sus pacientes; los maestros con sus alumnos, los enamorados entre sí; inventarse algunos problemas para no enfrentar los que no tiene solución. Make sense. Un peruano fumado una vez me dijo que el cerebro en el momento justo antes de morir se debe inventar alguna cosa para que no nos demos cuenta.

Esa última noche cuando la mayoría de los pasajeros iban de a poco a retirándose a sus cabinas tomé el mando de la música. En verdad cuando estuve a punto de hacerlo la fiesta ya con bastante menos participantes se trasladó a un nivel más abajo a una especie de antro donde se juntaba la tripulación y que tenía todo el aire de una discoteca en un sótano. Yo me quedé en la cubierta superior en el salón enorme y vacio pasando música para nadie al principio y después para los que se subían a buscar un trago y debo decirlo, disfrutaban de lo que escuchaban mientras esperaban. Así y todo bajaban a donde estaba la diversión de la cumbia. El español con el que compartí la cabina con un whisky en la mano me dijo, ¨qué buena música estás eligiendo tío, pues que esta tarde me liquidaste¨. En efecto en estos días sin oscuridad cuando todo era día y noche dormíamos siestas a cualquier hora. Así lo hice y me quedé dormido leyendo a Jon Krakauer pasando discos nuevos en la computadora que terminaron siendo insoportables incluso para mí mismo que desperté, como el español, con una martilleo en la cabeza. Debía ser John Tejada o Ricardo Villalobos, música en efecto, no indicada para la siesta. Apenas música incluso. La brasileña era la pareja mucho más joven de un empresario de Sao Paulo. ¿Por qué la australiana tuvo que decirme algo al respecto? Me puse nervioso y me fui a buscar una cerveza. Había algo que no descifraba bien entre el las mujeres bellas, el matrimonio y el paso de los años. Anclados en bahías de aguas quietas como espejos habíamos visto ballenas jorobadas como apariciones; albatros errantes de vuelo majestuoso y pingüinos y pingüinos. Las aves de mejor prensa del planeta. El impulso antropomórfico. Cada vez que desembarcábamos y el zodiac nos dejaba rodeado del hielo y la inmensidad hacía el mismo estúpido chiste ¨Nos vemos el próximo verano¨. Cada uno tiene su Antártida. Escribió Pynchon que dijo Wittgenstein seguramente en una trinchera mientras le silbaban las balas sobre la cabeza. Me preguntan cómo estuvo la Antártida: increíble, belleza non stop, todos los tragos gratis.

Dj malhumor.

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