Aguas claras de Olimpo

Llovió como si fuera a continuar por siempre. Nubes bajas y densas color púrpura, el cielo como una amenaza. El río desbocado. Venir a una ciudad olvidada y que de golpe esté en la tapa de todos los diarios. Soy un campeón. Una sincronicidad aterradora me había dicho Carolina; la erupción de dos volcanes, un tornado y varias inundaciones en un solo año (tal vez fueron más años, no estoy seguro, no puedo decirlo). En este momento estaría necesitando otra vida para reflexionar sobre esta. La insoportable levedad del ser. En otra vida Kundera era nuestro Murakami (¿dónde ponemos a Paul Auster?). Soy la clase de persona que jamás escondió sus discos. Mi única ética. Madre se fue a su cuarto porque está descompuesta. Madre sufre de la vida. Madre, así y todo, nos sostiene a todos. A mi padre filósofo, mi hermano músico y mi hermana ángel y ama de casa. Cinco perros y dos gatos también. Cuatro nietos. Dijo padre: en su lecho de muerte madre va dedicar su última mirada al hecho de que le limpiaron mal la habitación. No podes ser tan hijo de puta. Pero es verdad. Y lo dijo con amor. No conozco persona más enamorada que mi padre. Me da bronca. Es el Messi del amor y la abnegación. Hace unos meses armé mi campamento en el gimnasio de una escuela en la selva en Ecuador. Se vino una lluvia memorable. Estábamos yo y unas golondrinas. Puse música. New folk australiano: The Paper Kites. Folk con recuerdos. Que es lo que escucho esta otra tarde lluviosa. No se por qué las tardes lluviosas son una y única tarde. Que se repite de tanto en tanto. Al folk llegué vía mi primo cordobés. America, England Dan & John Ford Coley. Folk gay y/o concheto.
Fue una semana extraña que culminó el año siguiente (le había dicho a mi hermana ¨No hagas el chiste de que no nos vemos desde el año pasado¨). Esa madrugada Carolina no me llamó pero se apareció en sueños. En verdad fui yo el que me le aparecí a ella. Primero ella jugaba al basquet en un gimnasio lleno de gente haciendo deporte y yo miraba desde un costado. Después me ejercía una indiferencia feroz en frente de su casa. Una ventana que daba a la calle. La cortina se movía con una brisa y dejaba ver el interior. Una mesa y libros y cuadernos apilados. Yo me plantaba y le decía que no me podía tratar así con esa indiferencia. Ya había pasado ese tiempo (el de la indiferencia). Un rato antes (en el sueño, no en la cronología de la historia, o tal vez sí, no puedo decirlo) me encontré con Silvana en una mesa de café. Le decía que yo sabía que siempre podía contar con ella. Ahora que lo pienso ella no me decía ni sí ni no, sonreía. Yo lo daba como un sí. También durante el sueño desculé cómo tengo que hacer con el artículo que prometí a la revista y que ahora se me presentaba como imposible. La mancha de vino que me tenía preocupado había desaparecido del buzo nuevo la mañana siguiente.

Uno de las otras tardes dejamos el auto al costado de la ruta y bajamos por una picada apenas visible hasta una playa escondida. Era un camino tupido lleno de cañas, troncos caídos y árboles gigantes como edificios. Aquí y allá se escuchaban pájaros que parecían hablar entre ellos. Llegamos a una de esas playas perdidas de las películas (todo lo extraordinario sucede en películas). Una playa de arena, el lago color verde y hacia un costado unos juncos que crecían en la orilla. En la orilla de enfrente a uno o dos kilómetros se podía ver el bosque frondoso e inmenso y un poco más lejos los cerros con algunas cumbres nevadas. No había nada de viento y el lago era un espejo. Después de una ceremonia que llevó unos diez minutos me tiré a agua y nadé hacia el centro de lago. De golpe el vértigo de la profundidad. El suelo, lo más sólido de todo, se desvanece. Trataba de mantenerme bien cerca de la superficie donde el agua era más cálida y el sol me calentaba la espalda. Así y todo de la nada aparecían corrientes tenues de agua helada. Me daba mucho miedo. Jamás pensé que el frío podía darme miedo. Temía paralizarme e irme directo al fondo convertido en una estatua pesada e incapaz de flotar. Sin notarlo me desvié hacia la izquierda y de golpe la profundidad empezó a disminuir y aparecieron unas rocas y después los juncos. Pude hacer pié. En la costa los demás tomaban mate y conversaban. ¿Cómo fue que llegamos hasta aquí? ¿desde qué pasado remoto? Cierro los ojos y todavía caminamos por la sabana escapando de los leopardos, los abro y estamos aquí riendo.

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