100 millas

Está todo lo que había pensado y que después no fue. O fue invalidado, o corregido, o puesto en su lugar. Está lo que podía y no podía. Está el terreno. El lecho del río diría Wittgenstein. La roca dura; la inclinación del camino y la manera de ajustarse de mis músculos. La manera en que mis pies leían el piso y se acomodaban. Y los minerales. O mejor dicho la falta de ellos. El calor agobiante y la transpiración que dejaron mi camisa blanca y dura como un papel secante hasta que comencé a temblar como una hoja. Nunca había sido una hoja. He sido un puma, un cazador, un soldado, pero nunca una hoja. Después, muchas horas después; eso tan duro y que de algún modo se transformó en un puro dolor comenzó a relajarse, a organizarse de otro modo. Podría incluso llamarlo alucinaciones. Pero no. Era mi cerebro organizando los inputs y la data de otro modo. Entonces los árboles caídos eran corredores durmiendo, las piedras gigantes carpas y la corteza pintada de algún árbol un extraño dibujo. El cansancio y la oscuridad transformaron el mundo en manchas; en un test de Roschard. Y entre esas manchas y el sendero iluminado por la linterna yo seguía corriendo. Una larga meditación de 40 horas concentrado en eso y solo en eso. Andar. Después, bastante después, los inputs mezclándose y produciendo lo imposible. Por ejemplo, viendo mi mano con los ojos cerrados. No alucinaba, era que veía mi sinestesia. Como esos casos del tipo que escucha los colores. Pasaba mi mano frente a los ojos cerrados y la veía moverse porque veía la estela que dejaba pintada en el aire. Eso fue la noche siguiente; la tercera, cuando recién me tiré en la cama y cerré los ojos y por fin dormí. Estuve despierto 40 horas y entonces descubrí que había abierto un hiato, una hendidura en la uniformidad de mis días, en la sucesión de días y noches. Ahora mientras me recuperó al sol pienso que quién sabe qué cosas podrán colarse por esa hendija.

Dj malhumor

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