Salimos el viernes por la tarde. A la rampa donde bajábamos los botes llegó un isleño en canoa con dos perros que saltaron a tierra y se pusieron a husmear todo con aires de compadrito. El tipo se puso a charlar ahí nomás. Dijo que se venía sudestada. Ojalá que aguante le dije y agregué que no anunciaban lluvia hasta el domingo. Yo les creo a los bichos y no a los tarados esos me dijo. Hacía mucho tiempo que no escuchaba tarado como un insulto. Los caracoles están poniendo los huevos altos; se viene una subida grande y las hormigas no paran de trabajar. Esta noche llueve. Espero que no, volví a decir; no lo quería contradecir pero tampoco quería que se aguara el asado. Fue una travesía de barcos grandes. Ya instalados durante la noche una sombra gigante pasaba por el canal. Todo el mundo se acercó a la costa a mirar el espectáculo. Una torre apenas iluminada avanzaba como flotando sobre el agua y en la oscuridad absoluta el casco largo como un par de cuadras lo arrasaba todo. El italiano dueño del lugar dijo que lo estaban sacando de un astillero. Había estado varado por unas cuantas horas hasta que subió el río. A la madrugada me despertó un ruido lejano. Una draga trabajaba quién sabe dónde en alguno de los canales grandes, quizá en el mismo río de La Plata. La mañana siguiente nos metimos por el canal hambrientos. Me gusta el nombre. Me recuerda Puerto Hambre en el estrecho de Magallanes. Soy un optimista nato. Los colores del otoño son los mejores lejos. Amarillo, naranja y rojo. Navegamos despacio hasta que detrás de unos sauces apareció la luz. De golpe el río enorme. Entonces sentimos el viento Norte y justo enfrente nuestro otro barco gigante como de varios pisos esperaba que le den entrada en el Paraná. Subimos despacio junto a la orilla. Cuando el barco por fin arrancó, aunque estaba a unos cuantos cientos de metros recibimos las olas. Más vale unas ondulaciones suaves como un eco. Se siente la masa de agua; el monstruo dormido; nosotros haciéndole cosquillas en el lomo. No hubo sudestada; salió el sol y nos comimos una pizza en el almacén alegre (así se llama). Tan embrollado está el mundo que hasta los caracoles andan desorientados.

dj malhumor

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