por Bruno Grossi

El BAFICI está cerca y para ir entrando de a poco en clima, nada mejor que utilizar al festival de Buenos Aires de excusa para releer y repensar la que es, no sólo una de las chiquicientas novelas que Aira nos ha entregado en los últimos años, sino definitivamente una de las mejores novelas argentinas contemporáneas. “Festival” (Mansalva, 2011), es otra de esas petit obra maestras aireanas, en la que la más refinada vanguardia (Roussel, Lautréamont, Baudelaire) se encuentra con las más populares de las expresiones de la cultura (la fábula, el comic, la literatura “mala”) para conseguir lo a priori imposible: la unión del humor y la erudición. En esta novela Aira se encarga de tematizar al cine como industria, específicamente el cine independiente (explicitando de paso la paradoja que no es tal, es decir, si lo Indie en el cine sigue existe nominalmente no es por una cuestión económica, sino de estética y de feeling), indagando en sus contextos de circulación y recepción.

festival

Como en muchas de sus obras Aira se encarga de etnografiar a un mundo/tribu particular desde un punto de vista que es a su vez interno e externo (interno al personaje, externo al narrador), siguiendo de cerca las conductas de público, programadores, prensa y políticos, como una forma de pensar en los modos de financiación, producción, consumo y postproducción de todo lo que respecta a este fenómeno (muchas de las descripciones de Aira generarán risas, identificación, reproches, humillación y consentimiento en el público festivalero). Pero sumados a la serie de rituales risibles que todo festival de cine genera, Aira se permiten pensar acerca de la estética y la Historia del cine: la llegada de Steryx, un director belga de culto (del que se duda constantemente si es un genio o un farsante, si es el último avatar del más refinado modernismo cinematográfico o un típico caso de artista posmoderno en el que amateurismo deviene genialidad producto de un efecto de lectura desviado -referencia que remite, como otras tantas veces, al mismo César Aira y la calidad de su obra puesta en discusión) a un festival en Argentina le permite a Aira reflexionar sobre el estado del cine contemporáneo, con su insalvable dicotomía de cine comercial y cine de autor o independiente.
Aira no es ajeno a la evolución del cine y la excusa narrativa de la novela (para sorpresa de todos Steryx llega al festival acompañado por su madre) le permite pensar en el desacople espacio-temporal en el que “cine arte” se ha ido alejando progresivamente de la realidad (la espera y contemplación que en un film, digamos de Apitchapong, nos parece lógica y atinada, en la realidad nos resulta intolerable). Lo curioso es que ese linaje bastardo que Aira atribuye (con buen tino) a la obra de Antonioni poco se relaciona con la levedad y velocidad de sus novelas, pero en el reverso de la crítica puede leerse el elogio a un cine que se ha sustraído a la lógica del comercio y que lo remontan a la fascinación primigenia del cine vuelto atracción lúdica y sensorial. Quizás más que ningún otra novela en “Festival” Aira de muestra de su adornismo, separando –no tajantemente, pero sí de forma visible- a la alta cultura de la cultura de masas, y en este sentido, el festival de cine se presenta a su mirada como el último reducto (por lo menos del cine) para contemplar el Gran Arte.

Pero Aira es Aira y en algún punto la descripción de la fauna festivalera y las reflexiones sobre cine de “Festival” parecen una excusa para narrar lo que realmente le interesa: la situación cómica que se genera a partir de la superposición y disyunción de dos tiempos distintos, el de una anciana extranjera de movilidad reducida en un contexto de juventud, movimiento y máxima velocidad como lo es un festival de cine. Oposición ridícula e inteligente, símbolo del ethos literario de un autor que no parece agotarse a pesar de los años.

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