In a Neil Halstead State of Mind

Estábamos muy cerca suyo. Quizás por eso entrar en trance no nos costó mucho. No nos costó nada. Escuchar cómo su guitarra empezaba a tejer mundos, texturas, climas meteorológicos, miles de imágenes que tomaban forma fantasmagórica encima de su cabeza. Escuchar su partida quebrada rota autoexpiación. Escuchar sus confesiones, no en palabras, sino en notas musicales.
Neil Halstead estaba acá y nos decía, con la misma perplejidad que sentíamos nosotros, que nunca se hubiera imaginado que iba a terminar tocando en Argentina. Visitando Argentina. Hipnotizando a Argentina. Lo último no lo dijo, lo hizo.
Estaba acá y su presencia servía de salvoconducto para que volvamos a Slowdive y a Mojave 3, sus extensiones límbicas, sus hijos, sus otrosyos, sus aliases. Nuestras extensiones límbicas.
Neil Halstead se sentó -muy cansado, después nos enteraríamos- con su guitarra, su gorra de béisbol y su barba. Se sentó con absoluta humildad a abrir esos mundos. Se sentó con la paz absoluta y la seguridad del que sabe cuál es su misión. Preguntó con parsimonia cómo había salido un partido de fútbol y confesó lo leve, alegremente intimidado que se sentía. Después, con una cerveza de por medio y todo el cansancio, nos contaría que estaba acostumbrado a tocar en lugares bulliciosos, con gente hablando a todo volumen. Lo nuestro había sido raro: decenas de ojos mirándolo, silencio espectante y expectante. Eso fue antes de que una de nosotros -bella, misteriosa- le contara que había elegido su casa por culpa de él: de todas las opciones, sólo optaría por la que mejor funcione con su música como banda sonora. Y eso fue lo que hizo.
Fue Neil el que abrió el juego, pidiéndonos que sugiriésemos temas. Return to Sender, gritamos, sin dejarlo terminar. Y así abrió un zigzagueante recorrido por toda su carrera, con alguna parada en estaciones ajenas, como DamienJurado-landia.
Fue Neil el que hizo que nos sintiésemos en comunión, como una unidad compacta, como una tercera persona del plural. Y no, no éramos nosotros contra él. Éramos nosotros con él.
La noche terminó en otro lado, en un bullicioso bar mexicano, con algunas cervezas de por medio. Neil estaba cansado pero quería hablar al menos un poco, preguntarnos por los que le hablamos al final del show, escuchar nuestras impresiones sobre lo vivido. No nos quedó otra que sacarnos una vez más el sombrero. No nos quedó otra que decirle todo lo aquí escrito. No nos quedó otra que agradecerle, profundamente, por una noche distinta. Tan distinta que sólo los que la vivimos -los de la tercera persona en plural- sabremos de qué se trata. Como verdaderas extensiones límbicas…

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