Voy a pasar los próximos dias encerrado leyendo y viendo series y películas. Tendría que salir a comprar algo pero creo que me las voy a arreglar con sopas, fideos y café. Anoche el bondi me dejó en la ruta justo antes del puente. Una noche estrellada y hermosa. Frío aunque no tanto, durante el día hubo sí un viento helado. El cielo estaba azul peró y el lago con olas como el mar. Anduvimos por Bariloche durante la tarde. Comimos un bife de chorizo a eso de las cinco con una botella de vino tinto. Después de una semana caminando el cuerpo se va deshaciendo de lo que le sobra. El cansancio se acumula como estratos que cubren pero también dejan cosas al descubierto. New Mayra despeinada y rengueando está hermosa. Cuando llegó a Buenos Aires me envió un mensaje que contesté en la mañana. Escuché el sonido del teléfono e imaginé que era ella pero me quedé tirado en la cama. La película había continuado sola sin mi presencia. Cerré la computadora y dormí hasta que me despertaron las bandurrias y los caranchos. La Cruz del Sur brillaba. Viajé en el primer asiento y el chofer hablaba con un conocido contando historias de camioneros y choferes que no saben manejar. La madera de la cabaña que tiembla y hace ruidos como la pava para el mate. Entramos a una librería con las mochilas como elefantes en un bazar. En la vidriera estaba el libro de María, la amiga de Mayra. Cuando me mudé a Parque Leloir ya hace tanto tiempo escribí una novela horrible y empecé otra que no estaba tan mal pero abandoné: ¨María y yo´. Debe estar en un disquete. Chico conoce chica. A Horacio le habían gustado las primeras páginas. Después dejó de ser mi amigo. Me lo crucé hace unos meses en el recital de Suarez. El tiempo vuela. Horacio es un experimento argentino. Hijo de un carnicero, licenciado en Filosofía con veinte años de psicoanálisis lacaniano. Esa combinación lo hizo brillar por un tiempo. Esta última vez que lo vi está bastante hecho mierda como era de esperar.

«¿Viste que cuando estás vos digo que somos amigos?» me dijo Mayra sonriendo. Al toque agregó: «Y cuando no estás digo que somos novios». Sonrió mirando el piso. La otra noche bajamos desde el refugio y Mayra estaba tan muerta que pagó un auto hasta el hotel. Ya estaba oscuro. El remisero, al que nunca le vi la cara era extraño, dio una vuelta gigante para llevarnos hasta la bahía y dijo que a esta hora era posible cruzarse ciervos e incluso algún puma. Aunque me encantan estas historias de apariciones no le creí mucho considerando la vuelta que hizo para no tomar el camino de tierra que nos llevaba directo al hotel sindical. En el colectivo rumbo a la Angostura iba leyendo The Girls y uno de los personajes cuenta que Russell (aka Charles Manson) había visto un león de montaña cerca del rancho. Es una linda coincidencia. En La Nación de esta mañana Latorre escribió un artículo sobre centrodelanteros y habla de Alario como si fuera un filósofo existencialista, dice Gambetita Latorre que Alario «Combina lo temporal con lo atemporal». Dejo de leer y salgo. El aire fresco como el buen salario dignifica. Dormimos en refugios de montaña y también bajamos a un hotel bastante grande y casi vacío sostenido por unos pocos empleados. La ubicación no podía ser mejor. La vista da a una playa del lago y la pared en picada de un cerro cercano. Cuando estoy en un lugar así me digo: quisiera vivir así todo el tiempo; me lo digo como si en ese momento estuviera en otro lado. A veces reacciono, a veces no. Grandes salones revestidos en machimbre y pisos lustrosos. Bajaba a desayunar en medias entre otras cosas porque estaba cansado de las botas. Los otros comensales eran dos parejas de jubilados con pinta del gran Buenos Aires. Les di me teléfono para hacer un grupo de whatsapp. Si yo hubiera nacido con whatsapp ahora tendría grupos para todos los círculos y personas de mi vida. Todos. No hubiera perdido a nadie.

Me bajé en la ruta oscura y caminé unas cuadras hasta la cabaña. Se que voy a comenzar con la rutina de mirar de a ratos los mapas. Ahora le sumo los pronósticos del tiempo. Es curioso, pudiendo ir de verano en verano decido (¿?) adentrarme en el invierno. Nos cruzamos unos cuantos personajes estos días. Un refugiero en vías de rescatarse flaco y con peinado punk. La clase de persona que no busca la montaña, mejor dicho se aleja de la ciudad y sus tentaciones. El refugio que permaneció oculto por la niebla dos días, para nosotros, al menos esta vez, era nuestro límite, nuestra meta, para otros el punto de partida. Suena bien eso de decir «escribí una novela». Como otros tocar la guitarra. La imagen de la que nos enamoramos. Yo quería poder decir algunas frases y soltarla al pasar como quien suelta nombres de amigos o conocidos famosos. «La vez que estuve en Africa» o «la vez cuando llegamos a Groenlandia en el velero», o «la vez que escuché al jabalí en la maleza», o «el día en la selva en que vi de lejos una pantera». Hay una chica que sigo en Twitter y su perfil dice «si yo puedo vos también». Avalon de Roxy Music en el salón del hotel vacío sonando en la radio. El jubilado en jogging y camisa, la señora sacandose fotos en la escalera como si fuera Mirtha Legrand (es Mirtha en efecto). Pareciera que va a llover toda la semana. Hoy llovió todo el día. Sin embargo hay una luz, un resplandor sobre las montañas. Llueve y hace frío.

Ahora el lago mete miedo pero dos años atrás lo estaba navegando en kayak y parecía un espejo. Crucé a una isla que ahora ni siquiera se ve. El agua se veía verde como una playa del Caribe. Cuando me bajé y arrastré el kayak por la arena escuché el sonido del teléfono. Me había entrado una llamada perdida de Carolina desde México. Esa fue la última noticia que tuve de ella.

La refugiera en el Jakobs se llamaba Valeria. Le preguntamos por la travesía al otro refugio y nos dio todas las indicaciones. «Hay una canaleta donde no te podés caer. No es que sea tan difícil pero no te podés caer». Nos dijo y miraba el piso como si estuviera viendo la imagen de dos mochileros inexpertos rodando por la ladera del cerro.

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