Esos días en que no se entienden cosas. Como con la bicicleta. Fueron dos días en verdad. La primera noche la había dejado atada a una reja de esas que rodean árboles. Había ido a comer con un amigo. Cuando salí la bicicleta colgaba digamos. Habían tirado de la reja y liberado una rueda. Por suerte había puesto doble cadena y quedaba la otra. Salvé mi bici. No es la primera vez que salvo una bici ni hubiera sido la primera que me roban. Van varias. Dos a la salida del cine. En verdad fueron dos BAFICIs con una separación de unos diez años. También abandoné una bicicleta en Montreal. La dejé atada a otra reja. Primero quedó media sepultada por la nieve. Después seguí viaje y allí quedó. A veces sueño con ella (y con mi año en Montreal, el año que estalló Arcadia Fire). Regresé a casa pedaleando en una bicicleta a la que habían querido secuestrar. La tarde siguiente me fui a buscar un futón por la avenida Belgrano. Todavía duermo en una cama de una plaza. Quiero que mi casa sea como decía Chatwin: un lugar donde poder llegar y colgar el sombrero. Aunque a veces sueño también con un lugar en el campo. Un lugar pequeño con un hogar, una gran ventana y libros. En esta fantasía hay más personas. Dejé la bicicleta atada con la cadena de mediana seguridad que compré en Berlin y que uso en los viajes y entré a ver un futón. Era uno de esos negocios gigantes como galpones donde un empleado está sentado al fondo en un escritorio como personaje de Kafka. Fue un tiempo extra ese de caminar hasta el fondo, preguntar, mirar (observado por el empleado) decir unas palabras de ocasión y salir otra vez caminando despacio y un poco haciendo un desfile. Al salir algo pasaba en la vereda. O no pasaba. O no se bien qué. Mi bicicleta estaba allí apoyada y solitaria sobre un caño. Como en esos juegos viejos de la contratapa de los diarios de encontrar las diferencias algo faltaba en el dibujo. Faltaba la cadena. Se habían llevado la cadena y dejado la bicicleta. Mi primer pensamiento fue que fue el Guasón cuya cara estaba por todas partes. El segundo que los ladrones rudimentarios de ayer habían vuelto hoy para darme una lección. Para decirme que no los había burlado, que simplemente no habían querido y que podían hacerlo cuando quisieran. Una especie de mensaje mafioso también. Me dio risa y miedo. Sobresalto sería la palabra. Todavía le doy vueltas al asunto.
El fin de semana perdió River de una manera inexplicable también. En cinco minutos cambió la realidad y dimos un salto a un mundo paralelo donde habíamos perdido. No perdimos la copa, dimos un salto cuántico. Por la noche fuimos al cine a ver la de Woody Allen. Como sucede después de un salto cuántico de ese calibre es y no es Allen. Es Woody pero con sus alter egos adolescentes en una NY de fantasía. Hace treinta años que vi la primera película de Allen en el cine. Esa noche trataba de mantener una continuidad, que no todo se disolviera en el aire. Y después vino la llamada de Sergio: «Te quería avisar que hay visitas, está Tanya y su novio que se van a quedar un par de noches». Ja. Hay gente que hace de romperte las pelotas su tarea. El Guasón otra vez. Tanya es una infumable que había vivido en mi casa hace unos cuantos años atrás. Años extraños esos que me agarraron desprevenido y me dejaron flotando (como ahora pero eso no lo sabía). Hay todo un grupo de personas que piensa que los otros no se dan cuenta.
Siempre me decía: le tendría que haber dado una patada en el orto a esa piba. Decile que cómo se le ocurre le dije a Sergio. Decile que ni modo, decile que se vaya a un hostel que en Buenos Aires sobran. Ahora que lo pienso la vida va en ciclos y seguro que la próxima vuelta ganamos la copa.

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