Apuntes sobre Rotterdam – 4

En el documental sobre el nuevo cine taiwanes (del cual hable “in extenso” en la entrada anterior) Apichatpong Weerasethakul dice algo muy gracioso, aunque esa, quizás, no sea su intención. Apichatpong cuenta que cuando él era un jovencito veía las películas de esos cineastas y siempre en algún momento se quedaba dormido (sobre todo le pasaba con las de Hou Hsiao Hsien, aclara), para luego despertarse y seguir atento a la proyección. Y agrega que si algo lo une a aquellos cineastas, es que ahora a los espectadores que ven sus películas les ocurre algo similar, se quedan dormidos mientras las ven. Su explicación es que en este tipo de cine hay algo que accede a otra dimensión, y que la entrada a esas otras dimensiones es a través del sueño. No lo dice con ningún tipo de ironía, sino todo lo contrario, lo dice con la mayor de las seriedades. Una muy linda explicación, pero esperemos que no caiga en manos del enemigo, esos adoradores del relato y sus salvajismos.

Los sueños y su influencia sobre la realidad son los materiales de otras dos películas que vimos en Rotterdam: A matter of interpretation, de Lee Kwang-kuk y también de Reality, de Quentin Dupieux (AKA Mr. Oizo) y son tantos los puntos de contacto de ambas películas, que inclusive podrían intercambiar sus títulos. En Reality, se cuentan varias historias que se van relacionando. En una de ellas una nena se cruza con un curioso VHS, el conductor de un programa absurdo sufre de una especie de eczema imaginaria, en otra un camarógrafo de TV trata de vender su guión y así transformarse en director y todo esto mientras alguien filma un extraño documental. El guion es ingenioso, pero esta vez el humor parece brillar por su ausencia. Es una película casi seca y no solo por la forma en la que se desarrolla la historia, sino también por la forma en la que la película está filmada. Dupieux parece haberse transformado rápidamente en un director profesional y en el camino, haber perdido algo de su gracia original. En el elenco aparecen Josh Heder (Napoleon Dinamyte) y ¡John Glover! Detodas maneras, siento que es una película sobre la que volveré a escribir en algún momento. La presentación realizada por el gran crítico y programador Olaf Moller así lo amerita.
En A matter of interpretation, nueva película del director de Romance Joe, los sueños también van armando la trama, pero no como en un juego surrealista, sino como relatos que se van hilvanando unos a otros hasta perder el hilo inicial. El punto de partida es una obra de teatro a la cual no asiste nadie y esto provoca la deserción de su actriz principal, quien en busca de un poco de soledad, se va a emborrachar sola a una plaza y a partir de ahí, comienza a cruzarse con diferentes personajes. La película también está armada en base al ingenio de su guión y, al igual que ocurre en la de Dupieuex, encuentra ahí su lado más débil. Al repetir, de alguna manera, una forma narrativa similar a la de Romance Joe, pero menos lograda; algo termina sonando fallido o al menos, demasiado reiterado. Más aún si pensamos que se trata recién de una segunda película del director Lee.

En la entrada anterior les hablé también de mi amor por el cine asiático. Después de escribir eso, asistí a la función de la peor película vista en todo el festival. Su titulo es Haruko´s paranormal laboratory, de la japonesa Lisa Takeba y es el tipo de film que justifica los lugares comunes que indican que el cine asiático es delirante y ¨muy loco¨(disculpen las comillas). Esta película, en verdad, es simplemente estúpida (sepan disculpar el tono) y pertenece a un terreno ajeno al del arte cinematográfico. Que este título haya sido uno de los seleccionados para la competencia oficial del festival, dice algo malo, muy malo. La historia que narra el film es la de una adolescente que se enamora de su televisor. El televisor cobra vida y adopta la forma de un joven esbelto con -justamente- un TV en la cabeza, o sea, un cuadrado de cartón alrededor de la cabeza del protagonista, el cual saca su rostro en donde debería estar la pantalla. Así como les cuento, no me pidan que les explique más. Ni yo, ni ustedes nos merecemos esto. No terminé de ver la película. Estoy grande como para tener que soportar este tipo de experiencias. Por llamarlas de algún modo.

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Por suerte, la vida y los festivales dan revancha. El amigo Tony Rayns aconsejaba a todo el mundo no perderse Poet on a businnes trip, una película china filmada hace diez años, pero recién editada y finalizada ahora (en el 2014), por su director Ju Anqui. Los motivos de este hecho, supongo, deben existir, pero en la película no se aclaran y no leí ningún reportaje al director al respecto. Habrá que preguntarle a Rayns la causa de esto. Al ver la película uno siente la antigüedad (en le mejor de los sentidos) de la película. Blanco y negro, material fílmico seguramente 16mm, grano, etc. Pero sobre todo, mientras asistía a la proyección sentí que estaba en aquellas viejas funciones del BAFICI en las que vimos por primera vez títulos como Xiao Wu, de Jia Zhangke. En Poet on a businnes trip, el protagonista, de quien sabemos que es poeta solo por el título y por unas poesías que aparecen dichas durante la película (en off la voz y las letras en la pantalla), recorre con su mochila los lugares más rurales, pobres y tristes de China. Hace dedo, habla con la gente que se cruza, vive en hoteles de mala muerte, fuma, come y visita prostitutas. La película es de una tristeza profunda y por momentos en su derrotero, y también en su imagen, hace pensar en Mundo grúa. Aunque el mundo de este poeta sea mucho más solitario y angustiante que el del Rulo.

A pesar de que el sello “indie norteamericano” puede despertar resquemores en el espectador (y con toda razón), también hay que reconocer que de esa lejana geografía también surgen buenos directores. Andrew Bujalsky, Sean Baker , Alex Ross Perry (todos ellos con nuevas películas en este 2015, y solo por nombrar algunos) demuestran que no todo es tan árido en el cine independiente made in USA. Por esas casualidades de la grilla, veo el mismo día Heavens knows what, de los hermanos Safdie, y la premiere mundial de Stinking heaven, de Nathan Silver. La primera trata sobre un grupo de homeless drogadictos y la segunda sobre adictos en recuperación. La de los Safdie transcurre en la actualidad pero es una película vieja; a la cual ni el gran trabajo de Sean Price Williams (el Fernando Lockett de allá), ni el de los actores, logran salvarla de cierta previsibilidad y agotamiento. Nathan Silver (quien no para de filmar), ubica su película en el pasado, un tanto al estilo de Computer chess (con menos delirio), demostrando una vez más ser un talento verdadero. Su película es extraña, incomoda y absolutamente personal. Un rumor en Rotterdam indicaba que Stinking heaven sería vista en un festival porteño y que el propio Silver vendría a presentarla. Como todo rumor que se escucha en los festivales, seguramente se trate de algo infundado. Veremos.

La primera vez que escuché el termino crowd-pleaser fue cuando comencé a trabajar para un festival. Esas dos palabritas describen a esas películas que, por diferentes motivos, suelen hacer la delicia del público. Rotterdam, como todo festival, reserva un lugar importante para estas películas. El problema es que las suelen proyectar sólo con subtítulos holandeses, pensando más en el público local que en el extranjero. De todas maneras, y siempre dispuesto a la aventura, asistí a dos funciones en estas condiciones y debo decir que la pasé bastante bien. Uno de los casos fue A girl walks home alone at night, película iraní pero con el sello de Sundance, dirigida por Ana Lily Amirpour. Al verla pensaba que, si El mariachi le aseguró una Carrera en Hollywood a Robert Rodriguez, Amirpour no debería preocuparse por su futuro laboral de ahora en más. Aunque pensándolo bien, no sé si esto es algo bueno o malo. A girl…es una película de vampiros filmada en blanco y negro, con aires de western y música a lo Ennio Morricone. A pesar de que todo podría resultar un pastiche, la película le escapa a los lugares comunes (o, mejor dicho, hace un gran uso de ellos). La muchachita vampira (nuestra heroina) visualmente parece salida de las páginas de Persépolis y el muchachito, una especie de James Dean iraní dispuesto a todo por el amor. Una de las escenas finales, en donde se decide el futuro de la pareja protagonista y también de la película, aparece puntuado por la mirada atenta de un gato, quien al igual que los espectadores, espera, entre sorprendido y asustado, el final de esta historia de amor. La duración exacta de esos planos y esa escena, demuestran que Amirpour tiene talento (y suerte, porque ese maldito gato actúa como un profesional). Esperemos que su brillante futuro no sea arruinado por la aparición de productores y/o las estrellitas hollywoodenses de turno.

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El otro crowd-pleaser, con todas sus funciones agotadas, también pertenece a una directora mujer y se trata de Eden, de Mia Hansen Love.

Hans Hurch, superhéroe de los programadores del mundo (aunque como siempre suele ocurrir, a veces muestra su rostro de villano), se refirió alguna vez al cine de Mia Hansen Love como «cine chichi», agregando ademá s-como si hiciera falta- que el cine de la directora era «a little french girl thing». Hurch tiene la impunidad que le da el gran trabajo que realiza en el festival de Vienna y, además, por haber sido asistente de los Straub, y aunque ahora esté más cerca de ser un personaje del jet set festivalero, hay que respetar sus opiniones. Pero, claro, no siempre. Es probable que Eden, la nueva película de Mia Hansen Love, sea todo eso que Hurch dice, pero también es cierto que durante los festivales, una película que evite la truculencia y el subrayado, por sobre una narración calma y sin mayores estridencias, es para agradecer.
Y esto es lo que hace Mia en Eden, contar la historia de Paul, un DJ que comienza su carrera en paralelo a la de los Daft punk, pero con menos suerte. No se trata de esas biografías históricas, llenas de escenarios con reconstrucción de época y personajes con prótesis y pelucas para demostrar el paso del tiempo. De hecho, una de las críticas que recibió la película era que su protagonista jamás envejece a pesar de que le pasan varios años. Lo que le interesa a Mia Hansen Love es narrar de manera pausada y llena de tranquilidad la historia de un joven normal, bastante enamoradizo, que se dedica a la tarea de DJ. La película, en su levedad, no deja de avanzar, mientras la vida de Paul sufre altas y bajas, buenas y malas, para terminar con el recitado de una poesía de Robert Creeley, llamado The rhythm. Es un poema triste para un final triste, que habla, como casi siempre, como casi todo, sobre el paso del tiempo y la muerte. Quizás estos temas también sean demasiados ¨chichis¨ para el duro de Hans Hurch, pero yo soy un muchacho sensible que siente respeto y admiración por las ¨little girls¨ (francesas o de otro origen) y reconozco haber dejado caer una lagrima en más de un momento de la vida de Paul.

Otros momentos de emoción ( por no decir sensiblería) llegaron de la mano del personaje más inesperado: Tsai Ming Liang.

Hablando con Rejtman, me pregunta si vi el documental sobre el autor taiwanes Tsai Ming Liang, le digo que no, que lo tenía anotado, pero que todavía no lo había visto. En verdad, ni sabía de la existencia de dicha película, pero mi orgullo de programador enterado de todo me llevó a mentirle al gran director argentino, para después salir corriendo hacia la videoteca (todas las funciones de la película ya habían pasado) en donde pude ver, finalmente, Past present de Saw Tiong Guan.

A diferencia de Flowers of Taipei, en donde la directora sacrificaba todo para imponerle a la película sus ideas y virtuosismo formal, el director de Past present elige la forma más básica y rudimentaria del documental y, simple y respetuosamente, se dedica a seguir a su personaje. De más está decir que el corazón de esta película es mucho más grande que el otro acerca de los taiwaneses nueva-oleros. Y no solo es por la falta de vedetismo de su director, sino también por la generosidad con la que Tsai Ming Liang se presta al proyecto. En la película lo vemos durante el rodaje de Stray dogs, montando una obra de teatro (o algo que parecido), trabajando en una instalación, pero sobre todo, y aquí la película logra su punto más alto, Tsai habla de su infancia. De como siempre prefirió las películas de fantasía y artes marciales por sobre las ¨de arte¨ (ni Fellini, ni Antonioni, sino el cine popular), de los recuerdos de su madre (quien nunca estuvo enamorada de su padre), de los viejos cines a los que supo ir de niño y no solo habla, sino que recorre varios de esos lugares, en donde la gente lo reconoce (una señora que atiende un almacén dice: “Es nuestro director”). Al visitar estos lugares y recuerdos, Tsai –señoras y señores- se emociona. Su vida, o al menos, de la manera en que está contada en este documental, jamás sería el guion de una de sus películas (pensemos que Goodbye, Dragon Inn es su Amarcord); pero al escucharlo, sabemos y entendemos de donde proviene su cine y sus imágenes.

Al releer estos resúmenes me doy cuenta que, a veces, abuso del uso de la palabra “emoción”. Pero también creo que es hora que los programadores (y críticos) recuperemos esa palabra, hoy en manos de productores; y que a ellos les dejemos -por decir una al azar- la palabra “números”.

En este punto me despido. Seguramente escriba una nota final sobre el festival de Rotterdam, pero será más adelante. Quedaron muchos títulos sin comentar, pero el ritmo festivalero no detiene su marcha y en horas comienza el festival de Berlín. (Al terminar de subir este texto, ya estamos en las primeras horas del día 2). Espero que las fuerzas me acompañen y poder contarles de qué se trata todo esto. Afuera cae nieve y la sensación térmica llega a los siete grados bajo cero. ¿Qué puede hacer un muchacho argentino en estas lejanas y frías tierras excepto ver películas?

Hasta la próxima.

Marcelo Alderete

Fotos: Luna

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