Apuntes sobre Rotterdam – 1

Escribo esto a bordo de un tren. En Europa los trenes son lugares con internet (si uno paga, claro) y en los cuales se puede sacar una computadora (incluso enchufarla, si uno olvidó cargar la batería) y dedicarse a trabajar tranquilamente. Las estaciones de tren son otra cosa. O mejor dicho, mas allá de ciertas comodidades y detalles arquitectónicos, todas tienen algo similar: los une el espanto. Si los aeropuertos son no lugares, las estaciones son una especie de Aleph en donde se puede ver de todo. Policías con lentes Yves Saint Laurent (me podrán decir que son falsos, pero igual se ven tan increíbles como los originales), una chica con la altura y el vestuario de una top model muriéndose de frío, y un argentino arrastrando una valija enorme y cargando, además, una mochila –ese soy yo (el viejo sueño de viajar liviano parecen no llegar nunca) y un grupo de chicas gitanas que discuten a los gritos con los agentes de seguridad. La voz por los altoparlantes que te avisa que tengas cuidado con tus objetos personales y equipaje, para completar el panorama, tiene acento hindú.

El tren de la empresa Thalys no es tan lindo y cómodo como los de SNCF, pero me lleva a la ciudad de Rotterdam. Lugar en donde hace un par de días comenzó su festival de cine. Nunca estuve en Holanda, así que mis deseos de cubrir el festival se verán amenazados por las distracciones turísticas. Y eso que no estamos en Amsterdam. De todas maneras, la finalidad del viaje es conocer y ser parte del festival. La idea es entonces, dar cuenta del evento, pero de una manera un poco más relajada, en forma de notas o apuntes. Mas cerca de los comentarios personales y caprichosos, que a una crítica un poco mas elaborada. Contar el festival, un poco la ciudad y, de paso, hablar de algunas películas.

Vengo de un viaje previo y los viajes, como todas las cosas buenas, cansan. Además, como dice la sabiduría popular, los años no vienen solos y mi estado físico de los últimos tiempos llegó a uno de sus puntos mas bajos históricamente hablando. Haber vivido en un departamento parisino con cinco pisos por escalera (de madera), más que colaborar, terminó minando el poco resto físico de este arruinado cronista. No es esto una queja, viajar sigue siendo una de las mejores cosas que se pueden hacer en este mundo, cada vez mas complicado pero siempre hermoso. La luna, inclusive la de Avellaneda, brilla más cuando uno se encuentra lejos del hogar.

Empezamos entonces aquí, estos humildes apuntes sobre Rotterdam.

Recuerdo que hace mucho, mucho tiempo atrás (dinosaurios recorriendo la tierra y esas cosas), cuando los festivales de cine empezaban a establecerse en mi lejana tierra (Argentina), el de Rotterdam era EL festival. Cannes, Berlín y Venecia, (no sé bien donde ubicar a Toronto en todo esto) eran lugares lejanos e inaccesibles, con sus estrellas, alfombras rojas y estrenos mundiales de películas enormes (en todos los sentidos). Rotterdam, por el contrario, dejaba de lado el falso glamour para dedicarse al cine. A un cine en ese momento emergente. Cinematografías y autores por entonces realmente desconocidos, ocupaban todas las secciones del festival. El cine independiente, de alguna manera, nació o se estableció en Rotterdam. No hablo del cine Made in USA y esa cosa llamada Sundance, sino de un cine realmente periférico. Eran, fueron, épocas tan buenas que el festival se podía dar el lujo de mostrar una cantidad enorme de títulos sin sacrificar la calidad de su propuesta. Rotterdam fue el espejo en donde se miró, e inspiró, el BAFICI en sus mejores momentos. Sin embargo, los años pasaron y al festival holandés le ocurrió algo similar que a su discípulo porteño. El cine de arte (independiente o como quieran llamarlo) se transformó en un negocio y rápidamente se profesionalizó. Aquellos autores que supieron, sino nacer, lograr notoriedad gracias al festival, no volvieron; o mejor dicho, ya no tuvieron a Rotterdam como prioridad. (Sobre esto dice algo Rafael Filipelli en su documental sobre el BAFICI: La mirada febril). El mundo de los festivales se transformó en una carrera, como cualquier otra, y Rotterdam pasó a ocupar un lugar secundario, de importancia, es cierto, pero siempre por detrás de las tres bestias negras antes mencionadas. Por otro lado, el festival creó el Hubert Bals (una forma de apoyo a películas sobre la cual no me extenderé, por ahora), que en un principio supo funcionar como sello de calidad y hoy en día ya no goza de la misma fama. Podría exagerar y hasta decir que hoy ese cartelito en forma de un simpático tigre, funciona, sino como algo negativo, al menos como una señal de alarma. Pero no seamos pesimistas. Como dije anteriormente, estas son unas impresiones personales y es probable que nada tengan que ver con la realidad. (Espero en alguna otra ocasión ocuparme de este tema con mayor rigurosidad). Las competencias del festival ofrecen una buena cantidad de nombres desconocidos, entre los cuales sea probable encontrar al próximo Apichatpong Weerasethakul o el nuevo Miguel Gomes, ¿por qué no? Aunque, también es probable que las competencias no sean el lugar que mas visite. Como suele ocurrir con muchos festivales, las retrospectivas a veces suelen ofrecer un solaz ante tanta novedad desconocida. Esta vez, un ciclo dedicado a la ciudad de Taiwan presentará, entre otras cosas, varias películas del gran Hou Hsiao Hsien.

Hasta aquí llegamos con estos primeros apuntes. El festival ya comenzó y este viaje en tren está a punto de finalizar. (Mientras termino de subir esto, termina mi primera -y un tanto accidentada- jornada). Atrás quedó Paris, la capital del mundo, y adelante nos espera Rotterdam, la ciudad y Rotterdam, el festival de cine.

Hasta la próxima.

Marcelo Alderete

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