Canciones tristes, cadáveres colombianos, un tsunami de locura y un superhéroe bolas tristes. Calor, viento, lluvia torrencial, frío. Esquivar contingentes de niños, contingentes de viejas, filas de acreditados, skaters cumbieros y perros callejeros. Así pasé mi primer día de la edición 2011 del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
El viernes empezó en una de las salas del Paseo, uno de los dos shoppings de la ciudad que alberga al festival. Las salas están bien, el único problema es que para apoyar la cabeza en la butaca hay que estirarse bastante. Es viernes al mediodía, afuera casi es un día de verano y no somos más de 15 los que llegamos para ver a Mark Kozelek de gira. Casi dos horas del tipo cantando y tocando su guitarra. Bien, muy bien en este contexto y con estas imágenes, genial para tratar de rescatar algún recuerdo con las canciones, pero con este repertorio en un show en un Margarita Xirgu o alguno de esos teatros porteños antiguos me dormiría flor de siesta.
Después de una sesión de mates en la Bristol, llegó el momento de ir al Cinema a ver una peli colombiana que prometía humor negro, truculencia y misterio. Cumple bien con las tres cosas. Muertos que podrían estar vivos y vivos que se hacen los vivos y tratan de sacarse a esos muertos de encima como sea. Todos tus muertos, de Carlos Moreno te mantiene esperando lo peor: la invasión extraterrestre, el loco con la motosierra o un zombie walk que avanza entre la plantación de choclos. Lo que llega es igual de terrorífico, son las fuerzas vivas del pueblo dispuestas a mostrar toda su corrupción e ineptitud. De la mano de un director que se sabe todos los trucos para mantenerte pendiente de cada movimiento, atento a cada bichito que zumba entre el planterío, pasa una gran película. Y dan ganas de esperar más de el.
Regresé al Paseo para la primera de la noche. Me detuve en una disquería que queda de camino a la escalera que te lleva al subsuelo donde están los cines. Tenían «Bedtime for Democracy» y «Suck it and See» en vinilos en la vidriera. También tenían «Purple Rain» que creo que en el Festival del año pasado lo tenían exhibido en la misma ubicación. Iba a preguntar los precios, pero no quería que me caiga mal la «tragicómica y desgarradora historia de amor, locura y muerte» que estaba por ver. Eso dicen de Himizu, una de las dos últimas de Sion Sono, de la que vimos la genial Cold Fish este año en el Bafici. Aquella tenía mejores muertes, pero en esta hay una muy lograda, una de las mejores que vi en una sala de cine, es un plano secuencia con grúa y ladrillazos que no da spoilear, pero que ya quiero volver a ver. Las escenas en las ruinas del tsunami son desoladoras, un documento tremendo del apocalipsis que se llevó puesto los hogares, las pequeñas fortunas y el equilibrio mental de una gran cantidad de japoneses. Sobran 15 minutos y varios gritos, llantos y pataleos, pero lo que queda son sensaciones que incomodan, preguntas molestas ¿qué pasaría si un cataclismo arrasa tu ciudad?, ¿cómo te pegaría un desastre natural golpeando tu puerta?, ¿quién tendría fuerzas y ganas de hacer una película?. El miedo que se va con vos cuando termina la proyección.
La noche terminó con Super, de James Gunn, un director que en el momento de la presentación fue más gracioso que su propio film. Mientras veía esta historia de superhéroe patético, loser y bolas tristes, las risas en la sala me parecían grabadas, como de sitcom vieja con chistes repetidos. No sé si era el espíritu loco y triste de Himizu todavía presente, pero si tenía que reírme no me salía. Por suerte apareció Ellen Page para reclamar su puesto de sidekick y llevarse los mejores momentos de la película (y una escena de sexo que debería tener onomatopeyas dibujadas, como los kapow de Batman viejo), lamentablemente no puede evitar que Super se transforme en una más de acción, con muchos tiros, sangre y explosiones.
J. Pérez