(REPORTA DESDE CANNES, MARCELO ALDERETE, AUTOPROCLAMADO «LAST MAN STANDING»)
La playa, un lugar cercano y a la vez tan alejado de los cinéfilos que asisten a Cannes, fue la protagonista de una de las mejores jornadas del festival. En un caso de manera real y en otro, figurada.
Entre los títulos restaurados que este año se programaron dentro de la sección Cannes Classics, hubo dos películas importantes y difíciles de dejar pasar. Una de ellas, la versión extendida de Erase una vez en América (1984), de Sergio Leone y la otra, Tiburón (1975), de Steven Spielberg. Esta última contaba con un detalle muy particular: su proyección iba a ser en el cine de la playa, al aire libre. Hay ideas muy obvias que, al verlas realizadas, se transforman en genialidades absolutas. Este fue uno de esos casos. Ver Tiburón, en un playa, es algo demasiado perfecto. Una de esas experiencias cinéfilas que uno se lleva en el corazón. La novedad de esta nueva versión sólo esta relacionada con la restauración de la calidad original de su imagen. Se trata de una copia digital (todo no se puede) en 4K. No hay extras, ni cambios en el montaje, ni nada por el estilo. La presentación estuvo a cargo de un Spielberg grabado, quien muy jovialmente agradeció a los programadores de Cannes Classics por haber elegido su película y dijo no tener nada en contra de los tiburones; al contrario, estaba muy agradecido con ellos, a quienes debía gran parte de su fortuna.
Las proyecciones al aire libre que se realizan en Cannes, son bastante impresionantes (me pregunto qué no lo es en Cannes). La pantalla que montan en la playa, el sistema de sonido, las simpáticas sillitas playeras que funcionan como butacas, hasta la manta que se entrega a cada espectador, todo hace que la experiencia en sí sea un lujo, y algo digno de ser vivido. No se trata simplemente de sumar una actividad popular (son las únicas funciones en donde puede entrar todo el público), sino de ofrecer algo distinto dentro de un festival. Así y todo, las cosas nunca son del todo perfectas. Los cambios de climas, protagonistas absolutos de esta tormentosa edición del festival, hicieron que varias veces las funciones sean suspendidas o con poco público. La noche al lado del mar se pone fría, y ahí sí, no hay manta que resista.
Otro problema es el sol. Recién alrededor de las 21:30 la luz empieza a desaparecer y esto afecta la calidad de la proyección aunque, de todas maneras, la cosa se soluciona naturalmente cuando termina de caer. En cuanto al sonido, la cosa es más terrible. La playa cannina esta repleta de carpas que a la noche se transforman en discos, con sus beats acelerados desparramándose por toda la costa. Un ruido que, inevitablemente, llega al Cinema de la Plage. Disco is not dead en las costa de Cannes.
En cuanto a la película, no es mucho lo que tengo para agregar. Basta decir con que sigue manteniendo toda su fuerza original. Sobre todo con una audiencia entregada al disfrute que no paraba de vitorear cada una de las icónicas escenas de este clásico. «You’re gonna need a bigger boat», dice el Jefe Brody (Roy Scheider) y la platea estalla en aplausos. La larga escena dentro del bote, en donde los protagonistas comparan heridas de guerra (escena que bien podría funcionar como una especie de John Cassavetes en clave mainstream), sigue siendo graciosa y terrible a la vez. Uno de los grandes momentos de uno de los realizadores mas importantes de la historia del cine. Todo sea dicho.
El otro momento playero, vino de la mano del cada vez más grande y, paradójicamente, humilde Hong Sang-soo. El cine de Hong se concentra cada vez más y ahora, en In Another Country, llega a un límite difícil de superar. La historia, como ocurre con sus últimas películas, está dividida en varias partes, tres en este caso.
Todo comienza con la llegada de una madre y su hija a las playas de Mohang. La hija, para calmar sus nervios, decide escribir un guión. Ese guión es la película. Tres historias que repiten sus locaciones, actores, objetos, incluso diálogos. Este recurso, (que a priori parece provenir de un lugar infernal donde viven las ideas para guiones de todos los estudiantes de cine del mundo), funciona de manera exquisita. Estamos en el terreno de la comedia romántica pura. Todos los elementos del cine anterior de Hong están aquí pero, repito, de manera concentrada. Y es quizás su elemento más particular, la presencia de Isabelle Huppert, lo que transforma a esta película en algo genial y la eleva por encima del resto de las películas participantes en cualquiera de las otras secciones del festival, en competencia o no.
A diferencia de lo que suele ocurrir con el cine de nuestro bendito país, en donde las co-producciones con otros países son justificadas con las siempre extrañas e inverosímiles apariciones de algún personaje extranjero, aquí la aparición de Huppert termina de transformar la película en una genialidad. Huppert entra al universo de Hong Sang-soo y automáticamente se transforma en uno de sus personajes borrachines, enamoradizos y parlanchines. Por otro lado, el protagonismo de Huppert y el hecho que -aunque sea desde la ficción- el guión sea escrito por una mujer, logran que In Another Country sea el primer título de Hong con mirada femenina, por no decir directamente feminista. La inclusión de una extranjera como objeto de atracción, también transforma la película en una hilarante crítica a los hombres coreanos y sus actitudes machistas, por otro lado tan parecidas a las del resto del mundo.
La otra particularidad de la película, es su joven protagonista, el actor Yu Junsang interpreta a un guardavidas, cuyo personaje responde a ese nombre: El Guardavidas. La actuación de Yu es vital y la actividad que lo define: física; a diferencia de los eternos intelectuales que pueblan las películas de Hong Sang-soo. Aquí Yu, nada, canta, cocina y hace el amor sin ningún tipo de carga intelectual que se interponga en sus vitales deseos. Ante un problema sentimental que parece no tener solución (los diálogos entre Yu y Huppert son todos tan graciosos como inolvidables), el simpático Yu solo dice «Whatever» y sigue adelante o mejor dicho, sigue esperando en su carpita al lado del mar. Algo impensable en los vuelteros y enredados personajes de Hong. Algo que sí comparte con anteriores personajes hongsangsianos, es la insistencia a la hora de conquistar mujeres. ¿Quién podría culparlos?
Uno de los grandes momentos de la película, es el siguiente: Isabelle Huppert camina por una especie de bosque rumbo a la playa, tomando de la botella tragos de Soju, una potente y exquisita bebida alcohólica coreana, como todos deberían saber. En un momento se detiene y, con toda su belleza no sólo intacta sino cada vez mayor (si tal cosa es posible), se sienta sobre una roca, toma un largo trago y una vez finalizado dice «Ahhh». Al rato vuelve a tomar otro trago y repite: «Ahhhh», segundos más tarde, nuevamente vuelve a tomar otro trago y repite por última vez: «Ahhhhh». Imposible ver esta escena y no enamorarse perdidamente de la pelirroja de Huppert. Un verdadero orgasmo cinematográfico, si me permiten el exceso. Hong Sang-soo demuestra una vez más su amor por el cine. Un tipo de cine que, a la hora de las premiaciones, siempre es dejado de lado a favor de otro que parece creer que más (más drama, más intensidad, más actuaciones, más sordidez, más virtuosismo, más marcas de autor) es mejor. Como antídoto a esta idea, el cine de Hong se concentra y se centra cada vez más en su universo. Creando una especie de miniaturismo -que no minimalismo- con su cine, que lo emparenta con Wes Anderson. No importa, la realidad cinematográfica del mundo indica que Cannes necesita de Hong, mas que Hong de Cannes. El mejor director de cine de la actualidad. No hay dudas.
Cosmopolis, de David Cronenberg, adaptación cinematográfica de la novela fin de milenio de Don DeLillo, era una de las películas que despertaba mayores expectativas entre la prensa (la especializada y la otra) y el público de Cannes, y no sólo por estos dos nombres relacionados al proyecto. El protagonista absoluto no es otro que el ídolo teen Robert Pattinson, en su primera película «seria». Hay que decir que no desilusiona el tal Pattinson, al contrario, y también hay que decir que una vez realizada la primera pasada de Cosmopolis, ese entusiasmo previo se transformó en desilusión y silencio. Incluso la revista digital (norte)americana IndieWire, la ubicó primera en la lista de las películas más decepcionantes de este Cannes. Nada más lejos de la realidad. Cosmopolis fue uno de los grandes títulos de esta edición del festival.
Cronenberg, a diferencia de la gran mayoría de sus colegas, es un intelectual, no sólo alguien inteligente o articulado. Sus intereses van más allá de los del mundo del cine. Basta escucharlo (o leerlo) hablar sobre su cine para notar esto y ver la diferencia con muchos de sus colegas. Cosmopolis es quizás su película mas filosófica y, sin dudas, la más hablada.
Es conocida la admiración y el interés de Cronenberg hacia la figura de Guy Debord. Evidente en su corto At the Suicide of the Last Jew in the World in the Last Cinema in the World, realizado para el film colectivo Chacun son cinema (2007), que se puede ver acá. Cosmopolis adopta mucho del (anti)cine de Debord, inclusive podría llevar como sub-título «Dimos vueltas por la noche y fuimos consumidos por el capitalismo». Cosmopolis es puro movimiento y textos en forma de diálogos mientras, de fondo, el mundo se cae a pedazos. Es difícil saber qué espera el público y la critica de Cronenberg. Su universo es tan personal que puede echar mano a las fuentes e historias más diversas, como lo hacían los directores de la época del cine clásico americano. De la vida de Jung a una novela que cuenta las penurias de un yuppie tardío, todo se convierte en cine en las manos de este autor. Y en un cine altamente personal.
Cronenberg, gran lector, entiende el universo de DeLillo (que no es otra cosa que hombres encerrados en habitaciones, conversando, mientras afuera, el mundo cambia vertiginosamente), y le hace decir a su protagonista una frase de otro libro de DeLillo, White Noise, en un gran momento de la película: «No hay nada mas erótico que el talento desperdiciado». Quizás ahí, en esa frase, este la clave de Cosmopolis, una película sobre gente que desperdicia su talento, y encuentra erotismo en esto. No sólo vidas, también una década desperdiciada.
«¿Adonde van a dormir todas estas limusinas de noche?» -se pregunta el protagonista de Cosmópolis- y la respuesta, por esas casualidades del cine, se encuentra en otra de los grandes títulos de este festival: en la increíble Holy Motors de Leos Carax; película en la que también su protagonista recorre la noche al bordo de una limusina.
Un viejo sueño de los programadores de festivales, es poder lograr que las películas seleccionadas dialoguen entre ellas y al hacerlo muestren un mapa del estado actual del cine y, en consecuencia, del mundo. Ese viejo sueño (casi un pequeño milagro), hizo su aparición en Cannes mientras el jurado estaba mirando para otro lado. Una lástima.
Otro gran director que paso desapercibido, es Koji Wakamatsu con su film The Day Mishima Chose His Own Fate. La película cuenta la historia de los últimos días del escritor devenido militar Yukio Mishima y, dentro de la obra de Wakamatsu, funciona como contrapartida (o el otro lado) de United Red Army (2007). Sin embargo, si bien los temas son los de siempre, hay algo de antiguo (y no dicho de manera despectiva) en las formas cinematográficas de este autor que lo mantienen fuera del radar de la crítica, los jurados y el público. La historia y la política parecen ser temas que ya no interesan a nadie. Así lo demuestra la nula repercusión de esta película. Koji Wakamatsu, director con cierto renombre pero al que nunca le llegó la consagración merecida más allá de ciertos círculos selectos, es uno de esos nombres que Cannes utiliza como relleno de su programación, a cambio de resaltar otros nombres más modernos y más acordes con los signos y supuestas exigencias de estos tiempos. Otra lástima.
Se van terminando estas crónicas. Solo me queda enviarles una próxima nota en donde daremos cuenta de los premios en la sección oficial (y algunos mínimos comentarios de los otros), más un pequeño balance. Me llegan rumores de que el festival ya termino hace casi una semana. Lo dicho: rumores. Me despido nuevamente, a bordo de mi limusina, Marcelo Alderete, last man standing.