(YA NO DESDE CANNES, REPORTA MARCELO ALDERETE, MANIACO A SECAS)
Mientras escribo esto el Festival ya terminó y yo estoy en algún lugar en el aire a bordo de un avión, tratando de recordar eventos (y películas) que, parece, ocurrieron hace siglos. Uno de ellos, espero que me acompañen, es el siguiente.
Suelen ser raras las llamadas «medianoches» en el festival de Cannes. Habría que ver si responden a un gusto cierto de su programador Thierry Fremaux, o simplemente una costumbre heredada (mejor dicho: compartida) por la mayoría de los festivales de cine. Mas allá de especulaciones, los títulos que ocuparon esas noches movidas, fueron tres y, a priori, prometían y mucho. Drácula 3D, de Dario Argento, Maniac, de Franck Khalfoun y la nueva (al menos por estas horas), película del inoxidable y eterno Miike Takashi, For Love’s Sake, titulo que, ¡ay!, no pudimos ver.
Hace unos días, y a raíz de la presentación de Drácula 3D, conversábamos vía Twitter con la amiga Griselda Soriano, sobre lo que ocurre con los críticos «serios» y el cine de terror (por llamarlo de alguna manera). Si bien desprecio no sería la palabra indicada (hoy lo «pop» dentro de cualquier tipo de critica cultural es políticamente correcto), hay cierta mirada de segundo grado, sesgada a veces, que los críticos de «paladar negro» le dedican a este tipo de cine. Pero hay algo peor, y es cuando esos críticos tratan de entender esas películas o leerlas desde sus sus miradas. Basta como ejemplo de esto, lo ocurrido en la última edición del BAFICI y su sección de medianoche. El otro problema cierto es, justamente, los críticos que solo parecen dedicar sus esfuerzos a crear, consumir y difundir el cine de terror. Admirar y defender películas, simplemente por la pertenencia a un género es algo absurdo. La medianoche es un terreno fangoso, lleno de criaturas extrañas y el terror, como género, (uno que incluye miles de sub-géneros y variaciones) sigue siendo inasible.
Maniac es la remake de un clásico tremendo del cine gore de los 80. El director de la original, William Lustig es, además, el irresponsable creador de la trilogía Maniac Cop y de una (su) obra maestra: Vigilante (1983). Maniac, la original, es una película brutal. Desde su estreno en 1980, ocupa un lugar de clásico entre los fanáticos más extremos del cine de terror. ¿Cómo olvidar la cajita de su edición en vhs local, en donde el maniático del título sostenía un cuchillo en una mano y en la otra la cabeza cortada de una mujer? En esa imagen, en donde el rostro del protagonista no se ve, esta la clave de esta nueva versión.
Leo el wikipeidistico párrafo anterior y me doy cuenta de lo lejos que estoy de aquel adolescente que consumía con malsana ansiedad todo ese cine de terror tan de los años 80. Argento, Lustig, Fulci, Henenlotter y siguen las firmas. Hoy en día, no puedo volver a ver estas películas. La última vez que intenté con El descuartizador de New York, la experiencia no sólo no fue placentera, sino que en más de una escena tuve que desviar la mirada y esperar que la cosa menguara. Ni hablar con los nuevos exponentes de cierto tipo de terror, muchos, los mejores de ellos, franceses. Ver Martyrs completa, fue para mi (valga la redundancia) un verdadero martirio. Me pregunto por qué, entonces, me sigo exponiendo a esas películas. Supongo que la respuesta está en cierta fidelidad a aquel niño que fui alguna vez y que consideraba El mas allá, de Lucio Fulci (vista en el cine Olympia de Mar del Plata junto a su padre) una de las mejores películas de una -en ese entonces- corta cinefilia.
Ese niño también recuerda que su padre abandonó la sala ante una terrible escena en particular, pero el pequeño cinéfilo, permaneció estoico hasta el final. Así de duro era ese niño y así de comprensible su padre. Al escribir esto también me pregunto que hacia un padre llevando a su hijo a un doble programa de terror prohibido para menores de 18 (por lo cual seguramente sobornó al boletero), en lugar de llevarlo a la playa. Pero como la respuesta de eso es parte de mi vida, mejor abandono este tono de José Luis Garci psicotrónico y sigo con lo que estaba.
Maniac, versión 2012, dirigida por Franck Khalfoun y producida y escrita por Alexander Aja (junto a su ladero Gregory Levasseur), rostro más visible y exitoso de un grupo de directores franceses que supieron darle nuevos aires al género, como suele decirse. Esta remake tiene dos notorias particularidades. La primera y más importante, está filmada desde el punto de vista del psicópata protagonista. O sea, nosotros los espectadores somos sus ojos. Eso sí, la puesta no es del todo rigurosa y a veces la cámara se eleva por sobre su protagonista y así lo vemos mejor en todo su esplendor y locura. Y aquí viene la otra particularidad, el (anti) héroe de la película no es otro que el pequeño Elijah Wood. En otras épocas, las estrellas que veían apagar sus brillos terminaban por aceptar papeles en películas clase B de terror, épocas en las que no existía Tarantino, casi como último intento por mantener sus carreras con vida. Hoy en día sorprende ver a Elijah (una gran estrella) aceptando protagonizar una película brutal como esta, que si bien no llega a los extremos de la original, no se ahorra ningún tipo de violencia. Para los que desconocen la trama, sepan que se trata de una leve variación de Psicosis (en este caso, incluso desde el casting). El personaje protagónico es el dueño de una tienda de maniquíes. La cabellera que lucen esos maniquíes provienen de bellas mujeres a las que Elijah caza por las noches para retirarles, de manera poco sutil, sus cabellos y de paso parte de sus cabezas. El uso del punto de vista del protagonista (un recurso que hasta Orson Welles pensó en utilizar para su adaptación de El corazón de las tinieblas, novela de Joseph Conrad que más tarde se transformaría en Apocalipsis Now!) funciona bastante bien, pero claro, no es llevado al límite. Repito, el protagonista es Elijah Wood. Imaginemos la cara del productor cuando le llevaron la idea y le avisaron que el protagonista, Elijah, iba a aparecer en pocas escenas. Funciona, decíamos, lo del punto de vista y sobre todo en una escena en particular, hacia el final de la historia, en donde un hecho fortuito y accidental, da vuelta (literalmente) la película entera.
Al buen sabor, ácido como la sangre, que nos dejó Maniac, hay que agregarle el ámbito donde la vimos junto a los amigos chilenos, René Naranjo, crítico y Raúl Camargo, programador, quien después de la pelicula no dudo en llamar a Elijah Wood “el señor de los cuchillos”. La función trasnoche en la Lumiere, la sala más grande del festival de Cannes, no lucia llena como de costumbre. El festival ya se acababa y la proyección empezó mas tarde que de costumbre. Pero no faltaban las señoras vestidas de gala y los hombres de esmoquin. A partir de la primera secuencia, brutal y sangrienta (como para dejar en claro de que iba la cosa), inmediatamente seguida del titulo Maniac escrito en letras rojas sonre un fondo negro, una señora elegantemente vestida y de tacos altos, altísimos, se levantó de su butaca y nos informó a todos que abandonaba la sala con un simpático y muy respetuoso «Bye, bye», que desperto las risotadas de toda la sala. A partir de ese momento, y ante cada escena sangrienta, la gente se retiraba en grupos. No era la calidad de la película lo que provocaba esto, era que la mayoría del público no tenia ni idea de que se iba a tratar. Obviamente, otros sectores de la audiencia no pararon de festejar durante toda la noche, aplaudiendo cada intervención de Elijah Wood, presente en la sala y merecedor de una gran aplauso al final de la función. De esto se trata la medianoche, de la comunión entre el público y la película que están viendo. De ese momento de celebración. Aunque lo que se aplauda y celebre sean cosas horrorosas, en más de un sentido. No parece tan difícil, y sin embargo…
Vuelvo por un segundo, antes de despedirme, a los críticos serios. En un viejo festival de Rotterdam, ya hace unos años, titularon una sección “La maquina cruel”. Un gran título que seleccionaba películas que ejercían algún tipo de crueldad, tanto hacia sus personajes como a los espectadores. (Con el tiempo la crueldad hacia los personajes y el espectador, se transformaría en la marca de agua del cine autoral, y una manera de asegurarse premios en festivales). No recuerdo los títulos de la selección, pero no se trataba de películas de terror sino de ese otro género llamado cine arty. Lo que sí recuerdo, es que en ese grupo de películas estaba Funny games en su primera versión (la austríaca), de cuando Haneke era bueno.
Pienso en varios directores, considerados grandes autores del cine contemporáneo, que ganarían mucho si antes de querer mostrar sus visiones del mundo, sus miradas de artistas, se dedicaran al género del terror. Haneke seria uno de ellos, Bruno Dumont otro, (imaginen un película de terror con la intensidad de los últimos minutos de 29 Palms) y Gaspar Noe, si abandonara su nihilismo de enfant terrible para deleitarnos con una de miedo (y guión de otro, por favor). Pero todos estos directores (verdaderos autores, dicen) son gente muy seria, que piensa que el cine es otra cosa. Nunca algo que nos haga saltar de las butacas, y segundos después hacernos reír a carcajadas, inclusive con la misma escena. La solemnidad, y no otra cosa, es lo que va a terminar matando el cine.
Cuando Nanni Moretti vio Funny Games, dijo sentirse violado por la película. Años más tarde, premia a un Haneke al borde de la canonización, con la Palma de Oro y lo nombra el mejor director de cine vivo. Amour, la película en cuestión, trata sobre una pareja de ancianos artistas (interpretados por nada menos que Jean Louis Tringtignat y Emanuelle Riva) enfrentados a la enfermedad y la muerte. La muerte que enfrentan es la real, la que eventualmente nos tocara a todos, y de la cual no sabemos nada. No la otra, la más vital, catártica y llena de jolgorio, la muerte que nos trae un grandote con un machete en la mano y una particular máscara de hockey cubriendo su rostro.
Me despido pensando en si esto último que escribí tiene algún sentido. El ser humano no fue hecho para estar tanto tiempo en el aire. Nos vemos pronto.
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