Esa noche me agarró el atardecer buscando unos terneros con Armando. Cuando paré para charlar un rato y preguntar si iba bien encaminado me dijo si no quería churrasquear. El recién había terminado; me ofreció un cuchillo como para degollar chanchos y me dijo que agarre nomas. El mejor cordero en tiempo. Había llegado hasta acá por porfiado. Armando, por otro lado se reía al saber que el camino no figura en los mapas y que nadie lo conoce. Así y todo nunca había andado con la sensación de seguir una línea punteada. Iba por el límite exacto de Brasil y Uruguay. Primero había tenido una subida que me dejó sin aire hasta la cuchilla y desde allí un paisaje de sueños. El camino sinuoso en esa planicie de altura iba no solo por el límite entre los países sino en el límite de la cuchilla misma; la iba contorneando. Estaba arriba, bien parado sobre el suelo y de tanto en tanto aparecía un borde y entonces las cañadas y allá a lo lejos la quebrada del río Lunarejo, las plantaciones de eucaliptos y un pan de azúcar como hay tantos aquí y allá. En un momento estaba en Brasil y en otro en Uruguay. Un rancho que pasé estaba partido al medio. La casa en un país, el potrero en el otro. Y allí arriba como flotar. El cielo parece más cerca. Lagunas esparcidas llenas de pájaros y el viento que aparecía y desaparecía según mis curvas. Almorcé a eso de las cuatro y después mateamos mientras Armando me contaba historias de cuatreros, contrabandistas y jabalís que comen corderos. De cómo les habían robado 26 vacas y salieron a buscarlas por los campos brasileños en un raid de 8 días durmiendo donde los encontrara la noche. Las trajeron de vuelta a todas. Estaban bien armados y no es raro que vuele el plomo. Tampoco que se mate de un lado y aparezca un muerto en el otro. Me habló de sus cuatro mujeres (sucesivas), de sus hermanos e hijos que no ve hace decena de años y de sus perros. También me contó como entro y salió en el alcohol. Llegó la tarde, se prendió el fuego y se asó más carne.
Está vez aparte del cuchillo me ofreció una tabla y me sentí en un restaurant. Tiré la bolsa de dormir sobre un colchón en el galpón y desperté de madrugada viendo el lucero brillante. Salí apenas apareció la luz. De lejos vi al caserío que creí Masollers. Esa imagen debería ser la portada del libro de Cormac McCarthy, Cities of the plain. Al llegar vi sobre una pared una inscripción en portugués y tuve que preguntar en qué país estaba. Muy gracioso. Estaba en el pueblo de enfrente y en Brasil claro. Salí por fin a la ruta. Y me volví a meter en el campo. Crucé un bicho que sería una nutria y después de pinchar varias veces llegué caminando a un pueblo. Antes pasé por la estancia La soledad y tuve momentos de felicidad plena con Yuck y Page France con estas líneas perfectas para mis cuatro días sin ducha: ¨Voy a cantarte una canción y vas a flipar y vas a mover la tierra por mí/ Jesus vino a recorrer el mundo tan sucio/ gusanos en el pelo y las manos cansadas¨. (Ver Weeds y el disco de Page France Hello, Dear Wind).
Acampé en la escuela y pronto estuve rodeado de chicos. Cuando supieron que era argentino me preguntaron si conocía a Messi de cerca. Era un pueblo como nunca estuve. Porque era el campo y el pueblo al mismo tiempo. Las casas alejadas una de otra a distancia prudencial y un arreo por la calle principal. Me quedé respondiendo preguntas sobre el mundo exterior bajo la luna llena. Fue la primera noche de veranito. Me preguntaron por qué no me quedaba a descansar y no tenía ninguna respuesta buena para darles así que me quedé. Dj malhumor.