Usar este espacio para hablar sobre la ontología del arte, los límites éticos del arte contemporáneo, el uso del cuerpo en las performances como un lienzo a explorar, la obra de una artista extrema que no realizó ningún tipo de concesión con nadie, etc etc, es algo sobre lo que no me interesa discurrir. Primero porque son discusiones que ya a esta altura del siglo XXI resultan inconducentes (ya sea porque se asuma una posición conservadora y se niegue el carácter artístico de lo que hace Abramovic o porque se caiga en un “todo es arte” ingenuo e indiscriminado de una posición progre y post autónomamente correcta). Segundo porque esto es una crítica de una película (en teoría de Matthew Akers) y no de la obra de Marina Abramovic y tercero porque en definitiva el film “Marina Abramovic: The Artist Is Present” sólo aborda esas cuestiones anteriormente mencionadas de forma superficial o lateral.
El documental de Akers tiene una premisa básica: hacer conocer al gran público la obra performática de Marina Abramovic. Para llevar a cabo dicha tarea se vale de tres materiales: 1) un importante archivo de video e imágenes (aunque gran parte de ellos ya se encontraban por ejemplo en youtube), desde sus primeras intervenciones hasta las más recientes, que le sirve para repasar el derrotero artístico de la serbia a lo largo de los años; 2) las entrevistas con Abramovic, en la cual ella cuenta su historia, motivaciones, intenciones, inseguridades; es decir, a partir del conocimiento de la intimidad y la humanización de la artista se intenta empatizar y hacer digerible una obra que generalmente tiende al rechazo y la burla low brow (ejemplificado en el documental en un par de opiniones doñarosísticas de los periodistas de noticieros yanquis); y 3) a partir de la retrospectiva y la presentación de una nueva obra de Abramovic en el MoMA, se tematiza el lado “compositivo” de la obra de la serbia, tratando de igualar las dificultades materiales para la realización de la performance con las de cualquier otra expresión artística.
A partir de esto es que la tesis y objetivo final del film comienzan progresivamente a tornarse demasiado obvios: en un momento Marina Abramovic sostiene que se puede ser alternativo, independiente, underground hasta los 20, 30, 40 y como mucho los 50, pero que a partir de los 60 años (como ella) la alternatividad tiene gusto a poco y ya es hora de empezar a disfrutar las mieles del reconocimiento y de, obvio, los dólares. En este sentido el film se transforma en un intento de legitimación de no sólo de la obra de la serbia, sino de la performance entendida como una disciplina artística tan valida como cualquier otra, reclamando para sí el panteón negado (por las masas, no así por los críticos de arte, detalle que el film omite) del arte. Justamente es en ese intento de enaltecer la figura de Abramovic donde el film patina y se vuelve endeble. Uno comienza a pensar que en lugar de Akers ir hacia los materiales, investigarlos, enfrentarse a esa otredad, hacer preguntas insidiosas sobre ellos, los materiales parecen ir en busca del Akers; es decir -hablando mal y pronto- en el fondo uno siente que en la falta de dudas, reparos o críticas (ya sean teóricas y fundamentadas o de las que surgen del más obvio sentido común) sobre la obra de la serbia, más que un documental movido por el interés genuino que genera su obra lo que acabamos de presenciar es una gran propaganda pagada por la misma Abramovic.
Bruno Grossi