¨Yo soy ladrón¨ dijo. Ahora escrito no suena tan amenazante, parece incluso el chiste que intentó ser. Podría haber sido peor y haber dicho que era un asesino. En ese momento me habían hecho subir al auto. Era un chiste pero era mucho más una amenaza. Había un farol, un pequeño cementerio junto al acantilado, la iglesia de madera y bastante más allá una casa (había escuchado ladrar el perro que ahora estaba lamentablemente callado. Lo odié cuando labraba lo odié cuando no). La mañana siguiente un grupo de delfines jugaban en el mar calmo como una manada de perros jóvenes en el campo mojado por el rocío. Esa imagen tan serena borraba la zozobra de la noche anterior y la hacían parecer como un sueño. Esa serenidad de después de la tormenta, literal y metafórica. Fue mi momento Haneke. La realización de todos los miedos anticipados mucho más por el cine que por los noticieros. Simplemente me dejaron ir. No se animaron. Me provocaban a que los contradijera, a que intentara algo y yo simplemente les daba la razón. ¿Fue eso? Eran como dos perros cimarrones a los que no había que enojar. Hubiera sido mala suerte. Un piano que me cae en la cabeza. Aunque fue un descuido también. Lo fue. Una pequeña apuesta que casi pierdo. Es que hacía mucho frío. Nunca acampo en lugares a donde se accede en auto; por más solitarios. Pero hacía frío y estaba oscuro. Siempre había querido acampar junto a un cementerio además. No se a quién le dije una vez y me dijo que le parecía una falta de respeto. Al contrario le dije, pasar una noche con los muertos es el mayor de los respetos. Los fantasmas como los maleantes se enojan si los ningunean. Mientras miraba el mar tomando un té para calentarme apareció un tipo a caballo andando despacio por la playa. La mañana estaba muy serena y a lo lejos se veía la cordillera desde este otro lado como si estuviera en un barco. Después descubrí que una isla es justamente eso, un gran barco anclado. Las nubes y las tormentas pasan como si se estuviera en alta mar y el buen o el mal tiempo no dura mucho. Las nubes te pasan sobre la cabeza y se ven venir las tormentas. Seguí por el camino costero subiendo y bajando colinas. Pasé por un puerto tranquilo y me comí un sandwich mirando los botes pesqueros. Un borracho dormía al sol.

Los delfines. Mayra vuelve una y otra vez a aquella vez en que nadaba sola en La Paloma alejada un poco de la costa y saltó uno ahí cerca. Amor y terror. Le tengo que mostrar a Mayra lo que vengo de leer en los diarios de Piglia en sus días en Mar del Plata. Magistral. La costa que aparece y desaparece y Piglia nada rumbo a un barco encallado. El mar. Vi en estos días una película tan tonta como inspiradora. El pibe de True Detective cuando era galancito. Es un atorrante que se dedica a buscar tesoros hundidos en el Caribe. La fuerza perturbadora del océano. El campo unificado. Eso es lo que explica David Lynch en un libro que vengo de leer entre medio. David Lynch es un tipo feliz. El campo unificado de la consciencia, eso que está ahí, eso que sabemos que está aunque lo neguemos. El océano. Marqué los párrafos también para mostrarle a Mayra. Me puse a leer el libro porque me encargaron que escriba sobre la nueva Twin Peaks. Dream job. En noches sucesivas y alucinadas terminé la segunda temporada. Un par de noches en la carpa, después en hostales baratos, acogedores y muy mal calefaccionados. Con un chaparrón que no pude eludir llegué a otro puerto y encontré una casa con un ventanal que daba directamente a la playa al costado del muelle. El dueño era un tipo raro y la casa estaba helada. Durante el día crucé en una balsa a la isla de enfrente que recorrí entera. En un momento me encontré en la cresta de la isla y podía ver el mar en todas direcciones. A la noche no había nadie en la calle y desde la casa se podía ver un enorme buque anclado en la bahía todo iluminado. En una calle lateral encontré un restaurante en un segundo piso con wi-fi. Se subía por una escalera larga y se accedía a un salón enorme donde unos tipos vean la repetición de la Champions. Me fui a una mesa del costado y mientras comía una sopa de pescado con un vaso de vino pude ver en Netflix al agente Cooper convertido en un angel exterminador. Afuera está nevando.

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