Cuando en el post sobre La chica del sur, escribí acerca del fantasma de la subjetivización extrema de lo público o de la Historia, pensaba bastante en esta película. Sibila es, supuestamente, un documental sobre Sibila Arredondo, ex guerrillera de Sendero Luminoso. Pero si son incautos y creen que van a ver una película sobre la evolución política o no de los protagonistas de la violencia setentista o que van a conocer mejor la historia de SL desde adentro o que van a escuchar cómo un protagonista dialoga críticamente con su derrota… bueno, no hay nada de eso. Desde hace un tiempo tanto en el cine, como en la literatura y como en los ensayos políticos hay una tendencia fuerte a contar todo desde la propia experiencia personal, “desde lo que te pasa a VOS con ESTO”. Esta postura puede generar obras que sean al mismo tiempo una expresión política y personal como La chica del sur, pero en la mayoría de los casos entrega banalidades indies y vacías como Sibila.

La directora, Teresa Arredondo, es, oportunamente, la nieta de Sibila Arredondo. Lo que tenemos durante el 90% de la película, es la interpelación de la directora a su familia. El mcguffin es Sibila, pero lo que le interesa a Teresa es un documental sobre ella misma. Entonces pregunta insistentemente sobre SU relación con Sibila, si le traía regalos, si jugaban mucho, si Teresa decía cosas interesantes de niña (Por supuesto que sí, genia!), sobre qué comían, etc.. La familia colabora bastante con este engendro. Ante cada pregunta los integrantes se esfuerzan en brindar la respuesta más poética y vacía posible. Hay un esfuerzo familiar constante de objetivación impresionista sobre ellos mismos. Sibila no sólo es un macguffin, es la excusa para pasar esta poética objetivación familiar de contrabando. Hay una fascinación del indie por los particularismos familiares, es decir por retratar de la manera más cool /sensible una familia. Y esta familia tiene una tía guerrillera, lo cual se convierte en una oportunidad fenomenal porque los integrantes controvertidos y fantasmales siempre garpan. Pero en Sibila ni siquiera tenemos eso bien explotado porque queda opacado ante la autofascinación de la directora.

En los últimos 10 minutos finalmente aparece Sibila (yo pensé que estaba muerta). Teresa le hace un par de preguntas majulescas del tipo “¿te parece bien matar gente?”, entremezcladas con comentarios sobre el jardín, el maquillaje (el flagelo del banalismo) y por supuesto su relación con la directora. “¿Por qué no tenemos más fotos juntas?”, pregunta Teresa, con toda su tímida y lánguida egolatría.

Esa última parte deja con ganas de más (o de algo, al menos). Sibila parece un personaje interesante, de quien se pueden extraer testimonios incómodos, de esos que vale la pena oír. Esperemos que tenga algún otro familiar cineasta, y que se mire un poco menos el ombligo.

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