En Cascadas, cuando paré en un almacén me preguntaron si el perro era mío. No lo había visto. No, no era mío. Y era una perra. Y me siguió los treinta kilómetros que siguieron. A la par, o guiándome tranquila en la subida o, lo que era más enternecedor, corriendo detrás solita por la ruta. Cuando venía una bajada grande y yo aceleraba y la dejaba lejos sentía al principio un poco de alivio. Y me detenía para una foto y allá aparecía corriendo como loca hasta que me alcanzaba. La lengua cada vez más larga y blanca de sal. Incansable. Nunca un reproche.
Estaba intranquilo. Como si me persiguiera un vendedor ambulante. Así 20 kilómetros. Hasta que llegamos al guarda parque y a esa altura estaba amigado. Con la idea de que me acompañaran sin pedir nada. Las nubes que parecían eternas desaparecieron y el volcán Osorno se mostró de golpe imponente e irreal. Como los dibujos de los nenes. Como el monte Fuji de los almanaques. Un cono perfecto con la punta blanca. Que hoy está gris cubierto de cenizas. Desde que había salido el sol venía viendo el otro volcán allá enfrente. Un macizo enorme no tan pintoresco al que sin embargo le saqué un montón de fotos. Porque es un volcán. Me dije que iba a tener que borrar unas cuantas porque eran todas iguales. Le puse Laika. Dejé el equipaje más pesado de la bicicleta en la garita para seguir más liviano y aunque estaba algo fatigado después de andar todo el día decidí subir. Tenía que aprovechar que no había una sola nube. Un rato atrás era invierno (gris, frío, horrible); ahora era uno de esos días de otoño perfecto fresco y soleado. La subida es brutal. Para colmo en el apuro no agarré nada para comer (error). Laika ahora iba lo más pancha caminando adelante mientras yo sufría. Me guiaba, me esperaba. Cinco kilómetros de subida ininterrumpida por un bosque cerrado y frondoso. Una larga línea para arriba, non stop. Después seguía subiendo pero ya con vistas, al sol. Me temblaban los brazos. Saqué otra foto más del volcán Calbuco, la última, ahora con una perspectiva de la ruta (¿por qué la inclinación nunca se ve?). Ahora una colina tapaba la vista hacia el Sur. Si llegaba hasta allí por lo menos iba a tener la gran vista del lago y hasta quién sabe dónde. Llegué al mirador del kilómetro 10 antes o después de Laika. Y la explosión. Entre la última curva y el mirador explotó el volcán. Estaba exhausto y los brazos me temblaban de antes así que no puedo decir. Tan hermoso que mete miedo. Hiroshima. Como la película uruguaya. Y la bomba. Y la pregunta de siempre; ¿ahora qué hago? Un mensaje que me llegó hace poco y decía simplemente eso; ¿qué hacemos?
Atiné a sacar unas fotos y entonces Laika que empezó a hablar. Esos sonidos que hacen los perros, y los gatos a veces, que es el instante anterior al lenguaje. Un pelito antes. Vamos me dijo Laika. Eso hermoso creció y creció y subía y se venía para acá. Bajemos me dijo Laika. Y bajamos a toda velocidad y entonces ya no la vi más. Un rato después llovían piedritas y yo estaba arriba de una camioneta y ahora todo estaba rojo, o amarillo o de un color difuso. A dónde quiera que vas siempre hay alguien que te protege. Lo extraordinario.
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