Durante mucho tiempo, Lawrence fue un enigma. No sólo porque no hubiese muchas entrevistas ni porque su apellido no estuviese absolutamente confirmado (nunca firmó sus discos con su nombre completo). Lo sigue siendo aún hoy que su figura se ha vuelto levemente más conocida, después de años de ser mencionado y promocionado por gente algo más exitosa.
Cuenta el mito que Stuart Murdoch de Belle and Sebastian, antes de formar la banda, se dedicó todo un año a buscar a Lawrence por Londres (de hecho hay referencias a Felt en muchas de las primeras canciones de B&S). Jarvis Cocker de Pulp, a su vez, también se encargó de promocionarlo incansablemente. Pero no hubo mucho caso. Felt ganó algo (algo) de público en estos últimos años, pero Denim y Go Kart Mozart siguen siendo completamente ignorados, en el mejor de los casos.
Las bandas de Lawrence, especialmente Felt, se han ganado esa tentadora y horrible etiqueta de bandas de culto. Sus fans son escasos, pero entusiastas, y creen, como quien escribe, que son de lo mejor que ha dado la música pop en su historia. Pero lo más extraño de todo, es que esta persona tan renuente a aparecer en público y a hacer concesiones en sus intenciones artísticas, reniega completamente de este destino y jura que la mayor ambición de su vida es y siempre ha sido ser rico y famoso. Y lo más extraño es que uno le cree. Cómo alguien en su sano juicio puede creer que algo tan juguetón, tan descarado, tan siempre en el borde de lo ridículo pero al mismo tiempo genial como Go Kart Mozart puede tener éxito, aún dentro del micromundo indie, me resulta completamente incomprensible, pero el visionado de Lawrence of Belgravia sirve para confirmar lo que uno siempre sospechó: Lawrence está totalmente loco. Y no loco de poser o de loco lindo sino loco loco. No puedo hacer otra cosa que pensar que ahí hay una desconexión con el mundo real muy fuerte, lo cual es triste, claro, aunque tiene también su lado positivo, desde un punto de vista egoísta, ya que garantiza que Lawrence, a pesar de lo que indica toda lógica, lo seguirá intentando, es decir seguirá intentando hacer, bajo sus propias reglas, el disco que lo haga famoso.
No hace falta mucho más que escuchar a Lawrence para hacer de un documental uno muy apasionante, pero hay que reconocerle sus méritos a Paul Kelly, su director, que demuestra en Lawrence of Belgravia que sabe encontrar las imágenes justas para expresar las ironías, las alegrías y las frustraciones tan particulares que encierra la relación de Lawrence con los demás y consigo mismo. En un momento, Lawrence llega a una casa donde brinda una especie de asesoría musical para jóvenes (algo ya de por sí inentendible dada su enérgica misantropía), y unos chicos lo reciben con gran algarabía al grito de “Lawrence, Lawrence!!!”. Es una escena muy adorable y extraña, medio inverosímil, cuya belleza sólo podía ser rescatada por quien conoce a Lawrence y conecta con su sensibilidad (y con su falta de sensibilidad). En otro momento Lawrence le hace escuchar “Electrosex” (un temazo impresionante) a un tipo de su sello como adelanto de su próximo disco. El joven adulto, serio pero “copado” y abierto a escuchar lo nuevo de este delirante, no tiene otra reacción posible que hacer silencio y escapar la mirada. La verdad es que Lawrence no comprende bien cómo funciona el mundo y el mundo no comprende bien cómo funciona Lawrence. Y ese desencuentro, representado por Kelly con mucha empatía pero sin sentimentalismos ni heroísmos boludos, nos deja una cierta tristeza pero también una módica alegría risueña, porque a pesar de este desencuentro, a pesar de que el mundo no escuche, Felt, Denim y GKM existen y están ahí, en su vinilo o, si no hay más remedio, archivo digital amigo para su placer personal. En homenaje a eso, los dejamos con un extenso playlist sobre algunas de las grandes canciones que su legado nos dejó.
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