Un marimbero sin público y perseguido por la mafia de las marimbas, un lumpen adicto al pegamento y un metalero ex satánico y ex evangelista se juntan para conformar una improbable banda de heavy metal marimbero. De esa sinopsis podría salir una típica tontería indie sobre personajes excéntricos, o podría salir algo más que eso.

Una parte de la película quizás responda a la primera opción, aunque con una mirada de cariño y empatía.

Pero por suerte la película no se queda ahí. Es sobre todo una obra que festeja la posibilidad de la creación desde la nada, desde los márgenes o directamente desde las ruinas. Alfonso, por ejemplo, no tiene más que su marimba, pero en lugar de olvidarse de eso y conseguir un trabajo común y corriente, lleva su aparatoso instrumento (con su lema “Siempre juntos”) en largos planos a través de las calles de su barrio, para guarecerlo de las mafias y seguir tocando. El chiquilín (gran personaje), es un lumpen bueno para nada, pero no deja pasar la oportunidad de la banda para darle rienda suelta a su pésima voz y carencia total de ritmo. Y para el metalero ésta es una
oportunidad, extraña pero oportunidad al fin, para reencontrarse con su música. Los tres viven una existencia sin rumbo, patética y medio slacker, pero no renuncian nunca a hacer lo que les divierte (casi digo “a sus sueños”, pero no sólo sería cursi sino inexacto, porque no sé si son sueños lo que tienen).

Una de las escenas más divertidas de la película es cuando el chiquilín va en busca de una especie de subsidio estatal para nuevas formas artísticas. Lo asesoran y le prestan un traje para aparecer más presentable con las autoridades. Pero el traje le queda grande y los pantalones se le caen. Se cansa y tira los pantalones por ahí. El intento por salir de la marginalidad y hacer entrar a la banda al sistema se cae por su propio peso.

La película sólo tiene dos problemas. El primero es que es difícil su disfrute sin subtítulos para el público argentino. La calidad del sonido no es óptima y el acento guatemalteco a veces se escapa. El otro, menos técnico, se produce cuando la película exagera algunas excentricidades buscando el efecto cómico. Pero afortunadamente son momentos aislados. En general la película gana, y lo hace porque propone esa mirada empática pero no demagógica de la marginalidad. Gana porque apuesta por la posibilidad creadora y la ilusión, y no por la documentalización conmiserativa. Porque es cierto, se burla un poco de sus personajes, pero también les da ese aura de bricoleurs que se la rebuscan con lo que tienen para no dejarse succionar por el vacío. Y de eso puede salir cualquier cosa. Como un grupo de heavy metal con marimbas. Y ya con eso sólo vale la pena acercase hasta el gaumont más cercano.

Las marimbas del infierno (Guatemala, 2010) se exhibe en el cine Gaumont en estos horarios: 13:00 , 19:50 , 16:25

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