Entre los acontecimientos extraordinarios que me tocaron vivir este año está el haber visto los últimos capítulos de Game of Thrones en un velero amarrado en el puerto de Saint John’s. Seguramente esta conjunción azarosa hará que nunca olvide ni una cosa ni la otra. El barco se movía un poco, la ciudad ya estaba en silencio y los otros dormían. Esa noche soñé con una batalla interminable y la imagen de Jon Snow parada y solitaria frente un ejército entero que avanzaba como una marea imparable para despedazarlo. La gran ola. San Juan de Terranova. Suena mucho mejor en castellano. Es un lugar inusual. El puerto está en un fiordo profundo como lo son todos los fiordos (vengo de aprenderlo) cuya entrada es muy estrecha y entre dos enormes peñones. Geografía creativa. La ciudad es el gran puerto de Terranova, industrial y como todas las ciudades medianas de Canadá, con una atmósfera relajada estilo Portlandia. Lindos cafés, gente tatuada en bicicleta, raros peinados nuevos. El puerto está repleto de barcos gigantes amarrados ahí nomás de la calle principal, uno se puede bajar de un transatlántico o un petrolero como si hubiera estacionado el auto e ir a tomar un café. Es extraño estar rodeado de esos gigantes. Amarrados entre esos elefantes estamos nosotros. La gente pasa y saluda. Antes de venir para acá en Cape Bretón vi un alce que es una criatura rarísima, prehistórica, más propia de una enciclopedia que de la vida real. En West Cost Trail vimos un águila tirándose en picada por un acantilado y otro día un delfín vino muy temprano en la mañana a saludarme. De todos los métodos de adivinación considero la lectura del vuelo de las aves como el más venerable.
Entre los acontecimientos extraordinarios de esta temporada está el haberme encontrado una tarde de Buenos Aires con la Mayra legendaria. Estaba como si el tiempo no hubiera pasado, también distante y herida. No por mí por suerte. My other life. Como en la canción de mi cantautor de cabecera Lloyd Cole. Como ya me pasó con Shearwaters, unos pájaros de mar que surfean sobre las olas, descubrí que Guillemots, aparte de ser una gran banda, es el nombre de un ave pelágica. Nacer, vivir y morir en el océano sin conocer el continente. Eso quiere decir. ¿Cuál será la palabra que defina nuestra manera de nacer, vivir y morir? Pasaron seis años de Game of Thrones. El tiempo para terminar la carrera de arquitectura por ejemplo, o enamorarse, casarse y tener un hijo (o dos). Fuimos engañados otra vez y al final se trataba de la construcción clásica del héroe. Llevó su tiempo pero allí llegamos. Tremenda la imagen de Juan Nieve solito con su espada. Me quedó en la retina por días. Old Mayra llegó al encuentro paseando un perro Beagle llamado Cooper y que era igual a uno que yo le había regalado hace veinte años. Un peluche. Sí, siendo joven regalé un peluche. Me di cuenta después. My other life. En un momento Old Mayra se puso muy seria y me volvió a preguntar: ¿Te pregunto de qué trabajás? Yo le había dicho que dedicaba mis días a escribir y viajar.
Caminábamos con los alemanes por la costa de paredes verticales y el agua azul allá abajo cuando me di cuenta que sí en esta película muere gente soy el primero en ser boleta. Soy el negro de la partida, el policía bueno que muere porque no puede ser que se salven todos. Pero puede también que no muera nadie y entonces todos contentos. Cuando Old Mayra era simplemente Mayra la hermana menor de mi amigo un día dijo: Mi mejor amiga también se llama Mayra. Hoy creo recordar. Estoy seguro que lo dijo. Fue en una vereda de Ituzaingó. Lo dijo y no una, varias veces. Yo estaba allí. A veces Mayra también estaba allí, a veces no. Depende de la calidad del recuerdo. Cierro los ojos y está, abro los ojos y no. El gato de Schroedinger.
De los días extraordinarios que me tocaron en suerte en lo que va del año está una mañana de domingo en abril. Salimos con Mayra a correr desde su casa. El sol calentaba y no había nadie en la calle. Ese sol calentito como una manta. Es raro como los lugares habituales son distintos según la hora, el día y el sol. Nos habituamos a ello pero no. Primero por las veredas, después cruzamos la vía y después cruzamos el parque. Los jubilados domingueros ya jugaban a las bochas. Seguimos más al sur por el barrio en dirección a mi antigua casa familiar hasta que llegamos a la reserva. La sonrisa de Mayra hizo que el cuidador nos abriera aunque estaba cerrado. Entonces corrimos contentos en un pedazo de pampa silvestre en medio del conurbano. Tuvimos tiempo de regresar y que la ciudad todavía siguiera dormida como sus hijos.
Eventualmente esta semana zarparemos, atravesaremos la neblina, evitaremos los hielos (los admiraremos a distancia prudente), saludaremos a las ballenas y esquivaremos las tormentas. Y una mañana fría pero muy soleada por fin llegaré a Groenlandia.