Siempre hago la cuenta. Uno, dos, tres, cuatro días, mierda, ya vamos por la mitad, este festival del orto no para de acabarse.
Voy a BAFICI desde que tengo 16 años. Era el cuarto, creo. Me acuerdo bien, estaba cruzando Diagonal Sur para ir al colegio y vi el cartel: «BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTE». Las palabras Internacional e Independiente me parecieron seductoras. ¿Vieron eso? Les señalé a mis amigas, y decidimos ir.
Ese año vimos 24 Hour Party People y una película que era una secuencia de planos fijos de cosas random (random para nosotras, el director seguro tenía alguna razón para filmarlas) que duraban 20, 30, 40 minutos cada uno.
Qué genial.
El año siguiente decidí volver, ya con un poco más de organización. Me levantaba temprano todos los días y llegaba a las 10 al Abasto para ver qué conseguía.
Mis amigas se sumaban a una u otra función. Ese año aprendimos que si queríamos ver muchas películas, teníamos que empezar a ir al cine solas, en cualquier huequito del día, arreglar para ir todas era demasiado trabajoso.
Yo era muy despelotada como para ver el catálogo. Llegaba, leía el resumen de dos renglones que figuraba en la grilla y sacaba todas las entradas que podía. De lo que fuera. Las más populares estaban agotadas o las daban en mi horario de colegio, así que siempre terminaba viendo panoramas, focos, nocturnas y outsiders.
Pero ese año me topé con una película que realmente quería ver. Waiting for Happiness, o algo así. En realidad se llamaba de una forma mucho más difícil porque era mauritana o símil, y estaba en Competencia Internacional, aunque yo no lo sabía, para mí todas estaban en competencia, o ninguna, o no había una competencia, no estaba realmente al tanto.
La llamé a mi amiga Lucía y le dije: «Ya sé que te llevé a ver mil pernos, pero te juro que esta peli va a estar buena, tengo un presentimiento.»
Después de hacerse rogar un rato, Lu aceptó ir conmigo. Fue una de las películas más hermosas que vi en mi vida. A ella también le encantó. Lloramos.
La película ganó el concurso y por años le recordé que era yo quien la había llevado a verla.
—
Por unos años asistí intermitentemente. Sucedía lo siguiente: Como soy freelance, si no estaba trabajando era perfecto. Me internaba toda la semana a ver películas. Me pasaba la tarde en el patio del Abasto tomando café. A esa altura ya estudiaba cine, así que me encontraba con compañeros a comentar las pelis. Todo era un sueño hermoso, aunque muy corto.
Si el BAFICI me encontraba trabajando, en cambio, no tenía tiempo para leer el catálogo, elegir, sacar las entradas, ir a las funciones. Era llegar y ver qué había, clavarse una o dos películas en todo el festival y quedarse con el desencanto de no haber estado realmente donde tenía que estar. ¿Viste esa sensación? La vida está en otra parte, decía Kundera, aunque no leí ese libro, pero la frase me encanta.
Así es que algunos años iba, pero otros años no iba en absoluto, y sufría y aguantaba la respiración hasta que se terminaba el horroroso y maldito festival.
—
Un día me llamó una chica que trabajaba en cámara. Habíamos laburado juntas en un documental. Ella sabía que yo necesitaba trabajar y me ofreció un puesto en técnica de BAFICI.
Los de técnica son los que están al principio y al final de la función chequeando que la proyección salga bien. Ves principios y finales de películas y te la pasás todo el día en el corredor del cine. Era soñado. Agarré el trabajo sin pensar. No me importaba que fueran muchas horas o que se pagara dos pesos. Imaginate que al lado de ir a gastar mi sueldo en ver películas, o no tener tiempo de ir, estar todo el día ahí adentro gratis ya era un negoción. Esto fue en 2011.
Hoy, llevo seis ediciones trabajando para el festival. Hace dos años me pasé a subtítulos, porque puedo ver las películas enteras.
Y de algún modo sigue siendo lo mismo que cuando tenía 16 años: entro a ver una película. Al azar. No sé nada de ella más que el nombre, el idioma, la duración. Veo los primeros minutos antes de proyectarla, para saber cuándo arranca el primer subtítulo, pero nada más.
Podría fijarme en el catálogo qué peli es, a qué sección pertenece, quién la dirigió, y lo hago a veces. Pero también sé que ese no es el espíritu del festival para mí. Para mí, el BAFICI es una expedición a otro mundo. Una cita a ciegas de mIRC. Para mí, el BAFICI es una expedición a otro mundo. Una cita a ciegas de mIRC.Voy a sorprenderme, voy a mirar un universo por primera vez. Dejo de lado prejuicios y conjeturas. Olvido los libros y la teoría del cine. BAFICI es un viaje. Me siento, veo una película, otra y otra más. Combinaciones de mundos radicalmente diferentes en unas pocas horas. Veo pedacitos de otras películas en los minutos libres que me quedan entre una y otra. Largos ratos muertos en la sala vacía. Café siempre, café a toda hora. Pupilas dilatadas por la falta de luz. El fantasma de la sala 10. Reuniones en bares, personas conocidas, hablando todas de lo mismo: ¡Cine! Es increíble que algo tan banal para el planeta, como el cine, se convierta en lo más importante del mundo por diez días.
BAFICI, desde que empieza, está terminando.
Empleados y asistentes nos miramos compasivamente, sabiendo de ese íntimo intento de estirar el tiempo todo lo posible, para que el festival nunca termine. Hasta que termina.
—
Puta, ya hace una semana que terminó.
Quiero revisar las películas que vi, pero no me sale. Con el tiempo, las joyas de cada año empiezan a brillar, aunque para eso todavía falta. En este momento todo se funde en una sola cosa y sólo puedo sentir algo de nostalgia por esta obra gigante que fue el 18 BAFICI, una gran película slacker en la que todos somos personajes entrañables y hermosos.