A fin de agosto, principios de septiembre del año 2016 pasé una semana en Berlin en la casa de mi amigo Andreas. Había llegado en bicicleta pedaleando desde Copenhagen. Hay una bicisenda Copenhagen Berlin pero aunque la había seguido por un buen trecho me había desviado para visitar una amiga en Hamburgo. Mi propia abuela había zarpado hacia America muchos años atrás desde Hamburgo aunque había vivido en otra ciudad, también del norte y también con un puerto importante. No puedo recordar el nombre de esa ciudad. Sin embargo sí recuerdo que partió desde Hamburgo en el transatlántico Monte Cervantes, crucero que, como el Titanic aunque con mucha menos fama, terminó también naufragando, en este caso, en la frías aguas del canal de Beagle frente al caserío de Ushuaia. Podría decir que aquí comienza mi historia con Ushuaia, ciudad a la que visité muchas veces, en la que viví incluso un verano – si es que hay veranos en Ushuaia – y en donde tengo muy buenos amigos. Mi abuela no era alemana, era húngara aunque había nacido, cosa que descubrí por casualidad y muchos años después, en Rumania. Ese era uno de sus secretos.
Años atrás, bastante años atrás, aunque claro no tan atrás como el año 1928 en que mi abuela zarpó desde Alemania, yo había estado ya en Hamburgo para visitar un amigo argentino conocido entre sus amigos, yo mismo en esa época, como el sapo. Antes de llegar a Berlín, ya desviado de la autopista para ciclistas Copenhagen Berlin, había cruzado el río Elba como alguna vez Napoleón en su campaña para conquistar Rusia. Estaba definitivamente en el Este o al menos, rumbo al Este. El destino final de este viaje era Estambul. Destino final que en verdad es el comienzo de otro viaje que todavía no comencé o que en todo caso está en suspenso. En algún universo suspendido estoy en Estambul, a las puertas de oriente, esperando partir. Este viaje que me llevó a Berlin en bicicleta comenzó en Wareham, Massachusetts, al sur de Cape Cod, en un velero, más precisamente en un trimarán llamado Pegasus. El Pegasus (y su tripulación) está hoy en Roscoff, Bretaña, Francia y yo estoy en Cusco, Perú, pero ello no es más que una circunstancia (iba a decir una casualidad pero es evidente que no lo es).
En esa semana en Berlín decía, habité el departamento vacío de mi amigo Andreas que estaba de vacaciones con su familia. Su vecina me abrió la puerta y allí estaba yo como tantas otras veces en una casa vacía que no era la mía y en una ciudad que apenas conocía. Llegaba esta vez en verano y en bicicleta. La primera vez había sido un frío enero y en tren desde Stuttgart. ¿Qué recuerdo? El ex aeropuerto ahora convertido en un parque a donde fui a correr por la pista sintiéndome como el protagonista de la película de Hitchcock North by NorthWest. Al correr por esa pista y bajo un cielo enorme sentí una clase de agorafobia o al menos pude entender de qué se trata ese miedo a los espacios abiertos. Recuerdo varias caminatas solitarias y una placa que vi por casualidad que decía: aquí vivió David Bowie. Recuerdo también que en esta Berlin veraniega ya no había trazos para mí del este y el oeste o, porque ya había estado una vez, ya no los veía. Contaba también que en uno de esos días en una tienda gigante de varios pisos dedicada al deporte y la vida al aire libre compré una piqueta para escalar en hielo, un arnés y grampones para caminar sobre glaciares. ¿Por qué lo hice? Porque pensaba que eventualmente escalaría en hielo en el futuro seguramente. Pero fue mucho más mirando al pasado, el pasado muy reciente en el Cerro Tronador al sur de Bariloche donde había estado ese verano al pie del glaciar en el refugio Otto Meiling. Claro que verano e invierno empezaban a confundirse porque este 2016 era otro año de verano permanente, primero en el Sur y después en el Norte. Todo ese equipo, liviano de una parte, aunque innecesario y pesado para llevar en una bicicleta por otra, fue conmigo de una punta a la otra de Europa y ahora descansa en un armario en una terraza de Boedo, terraza a la que vuelvo recurrentemente y que es un centro del mundo, mi mundo.
El viaje, decía, había comenzado en MA (Massachusetts), pero en verdad había comenzado unos días atrás cuando había aterrizado en NY (New York). Desde el aeropuerto tomé un taxi a la estación central y desde allí el tren remontando el río Hudson para llegar a la pequeña localidad donde vivía y vive mi amigo Antonio. Ese viaje en tren desde NY, la ciudad, y ya ingresando en el estado de NY bordeando el famoso rio (viaje que volvimos a realizar con Antonio para pasar un día juntos en Manhattan) es el viaje de Cheever y todos sus personajes, como un poco más tarde, ya navegando la costa de Maine, me metí en el ambiente de los personajes y el mundo de Stephen King. Esto último me lo contó mi amigo Cesar porque nunca leí a King aunque sí lo había hecho y lo iba a continuar haciendo (mucho más ahora que había tomado ese tren) con John Cheever que pasó a ser uno de mis autores favoritos.
El viaje entonces, el viaje que me llevó a Berlin, había comenzado en NY y cuando finalmente (un final que es un comienzo) y después de varios vericuetos llegué a Estambul a NY debía regresar para volver a Buenos Aires, cosa que, eventualmente, siempre hago. Tenía un ticket NY-Bs As y en Estambul conseguí un pasaje Estambul-NY por un precio más que conveniente, casi irrisorio porque el 2016 era un año en que la mayoría de las personas con buen criterio elegían otros destinos. Un intento de golpe de estado y una bomba en el aeropuerto de Estambul habían alejado a los turistas. Por otra parte mi tour de Copenhagen-Estambul, una vez pasado Alemania y entrado en los Balcanes, era el tour de los refugiados en reversa. La gente huía de Asía, de Siria en especial, haciendo esa ruta por Turquía y los Balcanes mientras yo iba despreocupadamente en la otra dirección. Despreocupadamente es un decir claro. Olvido de mencionar que el ticket muy conveniente de Estambul a NY y que podía devolver hasta tres horas antes de la salida sin cargo era de la aerolínea estatal ucraniana, país que ya en ese entonces estaba en guerra con los chechenos y no solamente eso sino que un avión de la aerolínea venía de ser bajado por un misil. No hacia mucho tiempo. Entonces volví a casa por la vía Estambul-Kiev-NY. Mi tour de los países en guerra. Una guerra que nunca vi salvo en la televisión con el resto de las noticias, vi imágenes de hecho en unos televisores que había en el Ferry cuando crucé el estrecho del Bósforo para tocar por primera vez (y espero que no la única) el continente asiático. Turquía misma estaba en guerra con los kurdos y no mucho más lejos en la frontera con Siria las cosas eran un desastre pero en la calle todo parecía normal salvo la escasa o nula presencia de turistas occidentales. Ucrania estaba en guerra y EE.UU. como de costumbre peleaba no en uno sino en varios países a la vez. En Estambul estuve alojado en la casa de Tomás, el hijastro de mi amiga Irma de Stuttgart. Tomás fue más que amable conmigo. No solo me recibió sino que paseamos juntos por una ciudad que aunque atestada y llena de vida, de alguna manera estaba vacía (de occidentales).
Estoy salteando algunas partes importantes. Por ejemplo cómo fue que llegué a Copenhagen. Fue con un avión desde Groenlandia a donde había llegado después de un par de meses a bordo del trimarán que ahora espera buen viento para zarpar del puerto de Roscoff en el Norte de Francia. Fueron dos meses más que interesantes lleno de sensaciones, mares calmos, bruma y ballenas. Fueron meses de enfrentarme no al peligro pero sí a mis propios miedos. ¿Qué es lo que más recuerdo? La felicidad al ver tierra firme (primero los grandes icebergs) y el haber traspasado mi propio terror. La tormenta nunca llegó como nunca vi la guerra aunque estaba cerca. Después de más de dos meses de navegación dejé el barco y en una antigua pista militar norteamericana (cuando no) que ahora es el aeropuerto y a la que se llega en bote tomé el avión a Copenhagen. Allí pasé otra semana ya no en una casa vacía como en Berlin (no tengo amigos en todas partes después de todo) sino en un hostel discoteca como parece ser la moda. Pasé la semana conociendo la ciudad y también buscando una bicicleta que finalmente encontré y compré y que eventualmente luego de unos de meses de periplos me llevó a Turquía. Para los interesados puedo contar que esa bicicleta vive ahora en Flores. Todos los viajes de esa bicicleta me llevarían lejos, baste mencionar que en el descanso de una curva y al mirar hacia el Sur vi explotar un volcán en Chile. Dónde y cuándo empieza un viaje y dónde y cuándo termina es muy difícil de decirlo, me cuesta, las imágenes, los caminos empiezan a fundirse como las imágenes de los sueños, el recuedo de las películas, los libros leídos.
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