Laurentiu Ginghina es un gris burócrata que no parece hacer nada demasiado útil en su rol de funcionario público y que claramente no es feliz con su vida, pero que ha encontrado cierta energía vital en la obsesión de inventar nuevas reglas para mejorar el fútbol o, directamente, inventar un nuevo fútbol. Esta obsesión no surgió de la nada, sino a partir de una lesión grave y mal tratada sufrida cuando era un juvenil y que lo alejó de los campos de juego de manera definitiva. Laurentiu no le echa la culpa a la mala suerte, ni al mal tratamiento recibido por su lesión, sino a las reglas mismas del fútbol, que permiten la acumulación de jugadores en espacios reducidos. Es verdad, el problema para nuestro protagonista no es tanto las reglas, sino la ausencia de reglas, y ahí está el meollo de la cuestión. La ley, con Porumboiu siempre se trata de la ley.
La cuestión de la ley, de su arbitrariedad, de cómo nos regulan hasta llegar a dominarnos y ser más importantes que nosotros mismos, especialmente en una sociedad como la rumana que parece locamente enamorada de la burocracia, es un tema recurrente y central en gran parte de la obra de Porumboiu. De manera evidente en Policía, adjetivo, y el agente agobiado por tener que perseguir a un perejil consumidor de marihuana, pasando por la mítica escena de la discusión diccionario en mano, sobre la ley, lo prohibido y la conciencia, pero también en su otro documental sobre fútbol, The Second Game, cuando Porumboiu discutía con su padre un viejo clásico de Bucarest arbitrado por él (por el padre, no por Corneliu); ¿qué mejor que un árbitro para hablar sobre los límites de lo normativo? Entre otros temas, los Porumboius discuten largamente cuándo tiene sentido cobrar falta o cómo interpretar las leyes mientras ven a los jugadores disputar angustiosamente ese clásico de los ochenta bajo la nieve que, por supuesto, terminó 0 a 0. Con estos antecedentes en su filmografía, no es raro que Infinite Football se centre en este burócrata que quiere cambiar el fútbol y que por supuesto lo piensa a la rumana, agregándole un sinfín de leyes complicadísimas, que compartimentan el campo de juego en hasta seis partes de las cuales los jugadores no pueden salir (los equipos a su vez están divididos también en hasta cuatro sub equipos que no pueden moverse fuera de sus áreas delimitadas) porque, según él, así “la pelota puede viajar con más libertad”. Más allá de lo dudosa de esa conclusión, Porumboiu le retruca con una pregunta clave: “¿Y por qué te importa tanto la pelota? Lo que importa son los jugadores, el juego, la pelota es un objeto simplemente”.
Quizás por la familiaridad que tiene con el personaje, pero Porumboiu se muestra muy cuestionador, incluso burlón, durante las conversaciones con el pobre Laurentiu. En una escena en su oficina, el documental lo deja bastante humillado, cuando no sabe bien qué solución darle a una pareja de ancianos que está haciendo un trámite de restitución de tierras que ya tiene casi treinta años, y más aún cuando se embarca en una penosa comparación entre su vida y la de los superhéroes, porque ambos llevan una «doble vida». Especialmente el segundo momento no parece tener más razón que humillar al protagonista, una escena motivada por el más vil cohndupratismo.
Las obsesiones de Porumboiu siguen siendo las mismas: las leyes, las imposiciones, las estructuras versus las situaciones reales y las personas, y su estrella en Infinite Football es una buena metáfora de estas obsesiones rumanas. Por supuesto que es bastante ridículo sí, ¿pero no tiene también un lado noble, loable… como la burocracia tal vez? Sobre el final de la película el bueno de Laurentiu queda un poco mejor parado, pero todavía siento que no merecía el trato dispensado en el montaje final. Poniendo de lado estas cuestiones (aunque no menores, debo decir) es justo decir que la mirada de Porumboiu siempre es interesante y su capacidad para detectar situaciones y personajes pequeños para elevar preguntar más grandes sigue intacta. Y me prometí a mí mismo no cerrar esta nota con una metáfora futbolera, así que acá termina, amigos.