♫ Nazi punks, nazi punks, fuck off ♫
El cantante de The Ain’t Rights, banda punk de Washington de gira por la costa oeste se retuerce cantando frente a un público con mayoría de skinheads. El escenario está en un galpón en el medio del bosque en Oregon, llegaron ahí de rebote y con advertencias de tener cuidado con lo que tocan y lo que dicen. La canción es «Nazi Punks Fuck Off» de Dead Kennedys (presentes también en la remera de Sam, la bajista). Algunos de los skinheads se van, otros los miran mal, los abuchean, parece que no van a salir vivos del escenario, que no se van a llevar de arriba esta provocación, que el horror con la que etiquetan a la película va a estar presente desde ese momento. Pero la segunda canción es de un punk genérico que hace poguear al público. No escuchamos esa canción, en cambio aparece una melodía tranquila que acompaña a la cámara mientras muestra detalles cuidadosamente encuadrados del pogo y la banda en acción. Una sinfonía de punk estetizado.
El terror, lo que cualquiera llamaría terror no llega nunca, al menos no de una manera convencional. No se asusten que no se van a asustar sería una buena advertencia para los que duden en verla por esa razón. Si, hay un par de momentos que te ponen nervioso y unos pocos planos con sangre y cortes (y mordidas). La tensión de esa primera escena vuelve a los pocos minutos cuando uno de los músicos ve algo que no tiene que ver. A partir de ahí no desaparece y disfrutamos de una historia que creemos previsible, pero que no lo es tanto y que además del entretenimiento ofrece relecturas posibles para los que gusten de buscar metáforas (la amenaza fascista está del otro lado de la puerta del cuarto verde del título). La amenaza es un puñado de nazis y un par de perros asesinos comandados por Patrick Stewart, que es más bien un CEO serio y rígido que un líder freak y sacado. Quizás ahí esté la clave para calificar a esta película como de terror. Un tipo de estos puede asustar más que un Freddy Kruger o un Jason Voorhees.