Un viejo y probablemente irresoluble problema en el cine documental es el del lugar de la enunciación. Quién habla y sobre todo quién habla en nombre de quién. Qué derecho hay de contar la historia de los otros y especialmente, como en este caso, la lucha de los otros. Sin ocultar que en última instancia es la directora (o La Película, así como entidad frankensteniana, para no meternos en otro debate) quien tiene la última palabra sobre qué va y qué no, Espero (tua) revolta se presenta sin solemnidades pero dejando en claro una elección formal que es también una declaración de principios: los que van a contar la historia son los mismos protagonistas, en este caso tres chicos, participantes en diferentes grados de las protestas estudiantiles que han venido tomando forma en Brasil desde el 2013. Dos chicas y un chico. Dos negros y una blanca. Con sus memorias, con sus interpretaciones, con sus “gírias” lingüísticas, su expresión, su ritmo, sus deseos, Espero (tua) revolta explicita sus condiciones de producción y las condiciones de su relato, sus límites y sus posibilidades, y asumiéndolas toma una postura: son los mismos chicos quienes deben contar esta historia. No sólo para corresponder con un supuesto ethos artístico, sino porque es la mejor manera de comprender estos turbulentos años en la pelea por una educación plural y justa en la República Federativa.
Y como el relato es democrático y plural, no está libre de conflictos. Los chicos, aunque unidos por las causas comunes, tienen sus diferencias (de género, de clase, de raza y, claro, de ideología) y la disputa por qué y cómo contar es permanente. Con humor, con juegos y sin evadir contradicciones, Marcela, Koka y Nayara cuentan el nacimiento, desarrollo, declive y resurgimiento de los movimientos estudiantiles en estos convulsionadísimos años. Repasan con gracia y agilidad las diferentes corrientes (desde la izquierda radical a los partidos de “niños grandes” del liberalismo antipetista), repasan con autocrítica decisiones desacertadas propias de la inexperiencia (como la reticencia a dejar que partidos políticos se unan a las movilizaciones) y finalmente recuentan esas eufóricas jornadas donde se decidió ocupar los colegios desafiando a la no muy socialdemócrata Policía Militar. Rememoran sus aprendizajes en un montaje que es joven y fresco pero sin perder por eso ninguna complejidad. ¿Hasta qué punto se puede genuinamente ceder la voz al protagonista real de la historia? Está claro que no absolutamente, pero una cosa es llevar adelante la narración desde la mirada adulta y outsider de un artista de izquierda, y otra cosa es que esa mirada adulta se limite a articular un relato coral en donde distintos protagonistas representativos reconstruyan esta experiencia de rebeldía y recepción de palazos.
Espero tua (re)volta no esconde nada. Es honesta y aguda, y tiene el humor, ritmo (perdón chicos, pero las canciones de los adolescentes brasileños nos pasan el trapo) y energía de una juventud brasileña que a pesar de sufrir un presidente nazi y una policía históricamente ultraviolenta no baja sus banderas de una educación a la altura de la potencia y diversidad de Brasil. Y eso da esperanza y un poquito de miedo a la vez.