Acaban de presentarme a Jenny Goldstein, que con ese nombre de judía neoyorquina es la uruguaya protagonista femenina de Joya -ver abajo-, la Claudia de Leandro, esa que cuando le dicen que baje un cambio contestá «encará». Y no, she’s not there: she’s here, vive en Buenos Aires, es la mamá de una compañerita de jardín del hijo de una amiga. Jenny estaba absolutamente fascinada de encontrar a alguien (yo) que no sólo vio la película sino que le gustó, y mucho, y que no era nadie de su familia (de hecho, sus padres estaban con ella). Jenny me contó que es la primera vez que la película se proyecta (bueno, la primera vez fue el sábado, hoy fue la segunda). Ella ya había estado el sábado a la noche, pero Moré, su coprotagonista, recién pudo llegar de Montevideo para hoy, y estaba enloquecido por ver el film (¡por primera vez!). Me contó también que filmaron en tres semanas, con equipos prestados, y que todos los técnicos eran amigos; les parece un milagro que la peli se proyecte, ya que está en hdv, y en Uruguay no hay ninguna sala que pueda pasarla.
Pasan estas cosas. Para mí, Joya es una estrella en la noche de la mediocridad. Es graciosa y conmovedora a la vez, es una película de amor y no es boluda, los personajes son a la vez insoportables y adorables. Produce una intimidad con los personajes, con sus miserias y sus ternuras, que a mí me hizo acordar a los amores patéticos de Cassavettes. Cuenta lo más difícil del amor: no el comienzo, el enamoramiento, sino todo lo demás también, y en tiempos difíciles. Y lo hace sin regalar nada. Vean Joya, no sé cómo. Quizás lo mejor sea pedirle una copia pirata a Jenny.