Me habían hablado taaantas maravillas de este documental (cosas como “lo mejor que vi en el festival”, “imperdible”, “si no quedan entradas colate”), que supongo que la expectativa me traicionó y salí un poquito decepcionada. Pero si uno no piensa que es la película que le va a cambiar la vida, está muy muy bien. La directora, Camila Guzmán, nació en Chile durante el gobierno de Allende, y tras el golpe aterrizó en Cuba con dos añitos. Allí creció como pionera, el cargo de los niños de la revolución. Dentro del sistema de educación cubano de los años dorados –los 70, los 80- aprendió a sentirse “forjadora del futuro”. También, claro, aprendió a manejar el fusil para defender a su patria. Después se fue a París, donde consiguió, por lo visto, el financiamiento para su peli.
Y volvió, cámara al hombro, a registrar lo que quedó de la Cuba de su infancia, a meterse en las escuelas de hoy y a hacer la lista de los amigos en el exilio. El resultado es infinitamente triste.
Los testimonios lo repiten una y otra vez: “antes no se hablaba de dinero”. Quizás eso sea lo más extraordinario de la revolución cubana. Retrato de un paraíso perdido, sin dejar de lado el amor ni la crítica.
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