El día empezó con Clive Owen y terminó con la cruz del sur sobre mi cabeza. Clive Owen, protagonista de The Knick, me visitó en un sueño. En verdad no me visitó personalmente, estuvo más bien de pasada. Eramos varios en una cocina y él comentaba al pasar que había estado tocando de soporte de una banda electrónica y Les Colocs. Les Colocs son una banda de culto de Quebec que yo no supe comprender nunca, un poco como si le hicieras escuchar a un australiano Don Cornelio y La Zona. Mi amiga Alex es fanática y saltó que no lo podía creer. El cantante era un ser torturado que se suicidó. Yo para mis adentros pensaba a mi vez ¡está Clive Owen en mi sueño!!! ¡No lo puedo creer!. Debo confesar que aunque aparece bastante gente famosa en mis sueños como en los de todo el mundo es la primera vez que mi cerebro hacía comentarios tan cholulos. Todos somos el cholulo de alguien. El sueño transcurrió en una playa del brazo Tristeza a la que había llegado el día anterior. Primero crucé el brazo Blest. Cuando asomé el kayak venía un oleaje intenso y hacia el fondo se veía una nube muy oscura, un torbellino negro que parecía chuparlo todo. El corazón de las tinieblas. Entonces a pesar del nombre enfilé para el Tristeza. La cabecera del brazo resultó un lugar idílico. Nadie pero nadie, tan solo yo y una pareja de patos al pie de un macizo de piedra. A cada uno la claustrofobia que le toca.
Por la noche, en otra playa estiré la bolsa de dormir al lado del bote y me tiré. Cerré los ojos muerto de cansancio pero desperté al rato. La cruz del sur brillante arriba mío. Cerraba y abría los ojos y las estrellas, siempre brillantes, se habían corrido. Por fin dormí. Cuando volví a abrir los ojos ahora el cielo estaba azul. Ahora naranja. Ahora otra cosa. El lago era una sopa de aceite transparente. Más adelante en el día volví al centro del lago con el agua así de quieta. Una sensación inigualable. Como estar sobre las espalda de un gigante dormido que respira. El centro del lago. Un centro del mundo. Una vez estuve en un lugar así. Una isla en los esteros del Iberá. Mi terraza en el barrio de Boedo. El corazón; el carozo de nuestra existencia. Un martilleo lejano venía desde la costa. Tan nítido. Imagino que de eso hablaba Descartes cuando decía Claro y Distinto. Alguien repara el techo de su casa allá del otro lado. Abro y cierro los ojos. Las estrellas están. Ya no están. Es de día.