La casa en el campo. El silencio y el fuego. Un día que empezó antes del amanecer entre las sábanas. Un sueño angustioso donde descubría que papá había decidido morir un tiempo atrás y no lo sabíamos. Un café en el ACA de Carmen de Areco y el comienzo del día otra vez. Ahora sí. Mayra siguió en el auto y me dejó en el campo con la bici. Desviarse un poco de la ruta y estar en otra parte. Casas de campo que resisten en las esquinas. Castilla, Rawson, pueblos perdidos donde la marea del tiempo va a otra velocidad. No es marea, es un arroyo de llanura. La plaza, la entrada asfaltada hasta el pueblo como un centro del mundo rodeado de pampa. San Patricio y Chacabuco. Un chori al paso y una economía diferente. La ruta rodeada de árboles frondosos, las aguadas cercanas delatada por los patos y las bandadas de cuervillos. El río Salado y el camino de las curvas. Junín visto desde lejos y los edificios de esas ciudades de la pampa húmeda como si fueran una gran metrópoli. Un pajarraco grita en la oscuridad. Mayra llegó ya pasada la medianoche contenta y con ganas de charlar. Yo ya dormía y tratando de seguir en ese estado la incorporé al sueño. Un sueño que se prolongó hasta bastante entrada en la mañana pero con ella siempre allí presente de una manera lejanamente erótica, una especie de erotismo razonado, una especie de erotismo teorema, erotismo al fin. La bicicleta en el salón, los libros, la ropa expuesta sobre sillas y los bolsos y las valijas. El otro día en la rendija que se abre entre una lectura y los pensamientos que aparecen me pareció ver por primera vez, por primer vez primerísima, a todos esos sujetos, los escritores, la gente que escribe, escondida detrás de la forma fosilizada de un soneto. La tarea ardua y difícil de expresarse y expresar al mundo mediante una forma heredada ya hecha y obsoleta. Vi de golpe como hasta ahora había confundido a los clisés con sus portavoces. ¿No es esa nuestra condición primera acaso? Para toda la especie. Escritores y personas como diría un relator de futbol. Treinta personas heridas y dos bolivianos tituló Crónica una vez. Treinta personas y dos escritores. Sujetos a las palabras y formas heredadas tratando de expresar con esos ladrillos un interior inasible y estúpido pero propio al fin. El día es gris. Voy acumulando libros de poesía. Los espío. Me dan más miedo que la oscuridad y que la tormenta. Estoy sentado sobre un volcán. Tapo el sol con las manos. No. Espero la inundación con un balde y un secador. Murió Marcelo repite mamá cada vez que la veo y a cada cual. El miedo a perderlo todo. Tratar de evitar el colapso con un trabajo, cumpliendo las obligaciones, siendo un buen hijo. ¿Qué diría Néstor? Santiago, estás siempre apurado, estás trabajando demasiado. El puente sobre el río Salado. Los teros reales, la garza, los patos. El tero real pasa volando y le cuelgan las patas largas. Es gracioso. Anoche vi el partido en la oscuridad de la galería. La casa de los caseros iluminada lejana como un set de filmación. Una sombra que pasa. Es el gato pero podría ser un zorro de los que se acercan por la noche. Subo el teléfono para encontrar señal como si fuera una portátil. El teléfono es la nueva portátil, sí. Y seguramente es lo mejor que tiene el teléfono. Lo mejor que es, ser la portátil de ahora. Recuerdos, uno que lleva a otro, que arden como agujas candentes. Saint John´s en New Foundlands, una banda, una noche en las islas, el agua que se abre en la oscuridad mientras avanzamos con el bote. La luna.
10 de Julio. Es Grau, Menorca. Pasó una noche serena en la que dormí casi sin interrupción. No es común en el barco. El ritmo del sueño es otro. Como todo es sueño las horas de dormir son las de vigilia. Más o menos. Me había quedado en el deck observando la noche con ese estado de asombro diario y me quedé dormido. Las luces del pueblito ya sin los visitantes que volvieron a la capital de la isla en el atardecer del domingo. Había estado en el pueblito con la bicicleta hace dos o tres días tan solo. Del otro lado. Habíamos llegado antes a una playa solitaria y pasado otro día allí. Un gran peñón enfrente que fue cambiando según la luz del día. En la mañana nadé con el agua como un espejo ya acostumbrado a la transparencia y a los peces aquí y allá. Tuve tiempo para ello, para prepararme el café y el kayak e irme con la bicicleta hasta la costa. Allí la volví a armar. Por un segundo tuve la visión de un náufrago. Junté un par de cosas en las alforjas y salí. La punta de la isla, la más montañosa y verde. Estuve dentro de una propiedad privada por unos cuantos kilómetros. Filthy rich. Propiedades dentro de la propiedad, grandes portales que fui pasando, un pequeño bosque, los olivares, algún prado. Al mediodía terminé en un santuario sobre el cerro más alto y prominente desde donde se puede ver la isla en todas direcciones. Pero ahora estoy en el barco con mi café. Les tocó a Ben y Pauline salir y dejarme solo. Un Milano Real sobrevuela la costa. El agua es muy transparente, poca profundidad y suelo de arena blanca como en tapas de revista. Islotes aquí y allá con otras playas. El fin de semana se llenó de barcos y en la noche quedamos algunos viajeros. Cuando cierro los ojos se agolpan imágenes de una realidad apabullante. Son muchas, son claras y distintas. Abro los ojos y estoy lejos. Pasa un grupo en kayak, las gaviotas, dos novelas rusas (en Rusia todo es desmesurado y equivalen a diez libros, diez años de lectura para el lector promedio). El otro lado decía. Llegué al pueblo cerca del mediodía y comí un sandwich mirando los barcos. Yo soy uno de esos barcos ahora. Acceder a un punto de vista que luego permanece, descansar de nosotros mismos. Pero se olvida rápido. De lo mismo se quejan los místicos. Dios aparece y desaparece. Hoy sopla un viento del Norte. No hay malos vientos me recordó Mario pero hace más de diez días que estamos en la isla y en un momento (cuando el reporte cambio y el cruce se fue un poco más adelante) me sentí desdichado. En otra vida viviré en una isla y no me moveré de allí. En otra vida viviré en el interior de una isla y no conoceré el mar. El tiempo que se acelera y se detiene. La maravilla de las mañanas, del atardecer, de la noche. No soy un hombre de la luz que enceguece.
Nos quedamos sin viento en medio del Atlántico y bajamos las velas. Nos zambullimos. La agorafobia. Como cuando subí a la meseta en el sur. De golpe esa planicie tan cerca del cielo me hizo perder todas las coordenadas. Ya estoy acostumbrado a la pampa. Los bosques de eucaliptos lejanos como islas. Aquí era muy distinto, aquí es la meseta, el desierto en todas direcciones (debo estar equivocado porque hay serranías siempre en la meseta, como hay oasis en los ríos que cavaron la roca y produjeron valles profundos y escondidos). En el mar cuando no se ve la costa siempre es el centro.
En una de las puntas rocosas cerca de cien gaviotas tienen su lugar de aterrizaje y observación. En algunas partes de la isla cormoranes y pardelas con su elegante manera de volar sobre la superficie del mar y el movimiento de las olas. En otras de nuestras paradas salí en el kayak a explorar la costa accidentada llena de cuevas. Era posible entrar en algunas y meterse en lo oscuro. Desde el barco también vimos torres pre-históricas y ya con la bici me tropecé con ruinas aquí y allá. Antiguos asentamientos ya derrumbados pero llenos de dignidad y sobrecogedores. Tanto mejor encontrar que buscar que seguir las guías
siempre decepcionantes como las citas de Tinder.
Me preparé una ensalada (un lujo en el barco) que comí con un vaso de vino leyendo los epílogos de un libro de entrevistas a Herzog. Ambient electrónico como música. Hay unos cuantos barcos y se escuchan fragmentos de conversaciones y splashs. Me quedo dormido después al fresco de la sombra y la brisa marina. Ayuda también el balanceo y el efecto del vino catalán. Retomo el libro de Herzog, un diario de un viaje a pie y dos artículos de personas que trabajaron con él. Me emociona descubrir sensibilidades afines. La poesía de la naturaleza sin romantizar, la lucidez de mirada. Es una emoción repartida con tristeza por todos los momentos en este viaje en que la mirada se me ha perdido. Este libro de Herzog y el libro de un monje budista llamado Clerc, Dios por la pared norte. Por esas casualidades Hervé Clerc vive entre el Vallais, donde vive Ben y Niza, la ciudad que elegimos con Mayra para pasar unos días juntos. Ben, a quien más de una vez llamo Kinski. Su melena rubia ayuda. Se me ha hecho difícil la convivencia tan cercana pero me siento honrado por su amistad y por su elección como compañero de viaje. Compañero de viaje, una de las formas de la amistad.
Entre puerto y puerto las horas sin tiempo y sin duración. Uno, dos, tres días en el océano. La visita esporádica de los delfines, el sol que sale y se oculta, las estrellas. La duración pura.