25 de marzo. Lago Epuyen. Lo único que faltaba es que los perros me hubieran tomado el vino. Habían robado una bolsa y abierto una salsa de tomate que comieron en su totalidad. Pensé que era algo imposible pero no. No olfatean el contenido, aprendieron que hay algo adentro digno de comer. Me dejaron las aceitunas por suerte. Al levantarme vi el lago y recordé donde estaba. Sereno y como un espejo. Un fondo de bosque y piedra y los juncos en la orilla. Una pequeña bruma se levantaba por la diferencia de temperatura. Frío. No es correcto, es aire que vivifica. El frío es otra cosa. Debería haber una palabra para ello, para el aire helado que vivifica. Ayer por la tarde me encontré con Mariano en un parador arriba en la ruta 40. Como encontrarme con otro yo. Bueno no. Mariano es único en su especie. Estaba contento de verme, nos sacamos una foto y hablamos de bicicletas y neumáticos. Tomó un café con leche con tostadas. ¨Me tomaría una cerveza y me quedaría a descansar, es lo que más quiero, pero tengo que seguir¨. Después agregó, ¨estoy cansado¨. Había salido esa mañana de Bariloche, había hecho unos 170 km y le restaban unos 50km, ya de noche, para cumplir su programa. No hace nada que no sea extraordinario. Al salir se veían esas nubes patagónicas que parecen franjas en un cielo de color rojo. Lo vi alejarse. Bajé al camping mientras la luz se iba. El pueblo quieto, pasé el puesto de policía a toda velocidad (está en plena bajada) y me silbaron para que me detenga pero ya era tarde. En el último almacén compré queso y vino para festejar. Dos meses desde el mar a la cordillera a travez de la meseta. Como yapa cruzar a Mariano. El venía pedaleando desde la frontera más al Norte, yo desde el mar. La ruta a oscuras y el camping en silencio. Hablé con Mayra y Robert. La mañana la había pasado en El Maitén tomando mate al sol. Salí al mediodía y después de pasar Bs As Chico me metí por un campo. El camino pasaba por aquí pero ahora hay una tranquera que salté después de muchas dudas. Los ánimos están caldeados en la zona. Llegué a la ruta 70 que para mi sorpresa no solo está asfaltada sino que fue un gran descenso rodeado de bosque. Había subido más de mil metros desde la costa sin percibirlo. Solo había visto el viento y los caminos en mal estado. Ayer en la ruta en el parador durante mi encuentro con Mariano había dos repartidores cenando. Había un pibe joven atendiendo y un grandote pelado medio gay que debería ser el dueño. Era un gay de pueblo cuya apariencia física no iba con su condición por llamarla de algún modo. Ejercía una clase de mal humor hacia todo el mundo, un desdén hacia esta vida que no le correspondía. A un tipo que había llegado le dijo ¨no puedo darte el número de teléfono sin saber quién sos¨. Soy un corredor dijo el tipo, hizo un gesto hacia el camioncito que estaba afuera y entonces viendo que se trataba de negocios aflojó. Cuando pedimos nuestras bebidas y al querer ir a unas mesas afuera el joven dijo que en ese caso nos tenía que cobrar como si fuéramos posibles delincuentes. El pelado irradiaba hostilidad. En esta noche helada junto al lago (pero hermosa, insisto) soñé con German Garcia. Yo le decía ¨se parecía a vos pero Gay¨. Y se lo volvía a repetir con una especie de doble sorpresa de que estuviera allí con German Garcia a quién había tratado unos 25 años atrás y al hecho de que German Garcia falleció no hace tanto. El último lacaniano lúcido. ¿El único? Aprendí mucho de él. Una clase de argumentación. Le tiró los galgos a Mayra (old Mayra) en mi presencia una vez. La única vez en que ella me acompañó al Instituto Descartes donde García tenía su seminario. Todos los lacanianos con cierto porte tenían su propio Seminario que emulaba al famoso seminario de Lacan. Como si todos los cantores del mundo cantaran milongas porque también Gardel lo había hecho. Más o menos. García al menos era una persona sumamente inteligente aunque yo pensaba que de algún modo estaba muerto en vida porque estar rodeado de toda esa banda de aduladores que no entendían nada debía ser una condena sin más. No podía dejar de pensar en qué clase de pena estaba pagando Garcia con este seminario cuando parecía todo lo contrario. Este señor gran novelista devenido Papa. Garcia despreciaba su auditorio al que maltrataba y cuando más lo hacía más el auditorio lo adoraba mientras pensaba ¨me quiere y por eso me aporrea¨. Eso pensaba el auditorio. Un día, una noche, miré a mi alrededor, vi esas caras enamoradas de su maltratador y me levanté y me fui para nunca más volver. La primera entre varias despedidas. Y acá estoy, acampando junto al lago en un camping vacío al comienzo del otoño bajo un cielo tan hermoso como congelado. El pelado de la vida real, no el German Garcia de mi sueño, mientras los dos comensales se retiraban en el camioncito de reparto dijo que tal vez esta noche se venga la primera helada lo que de hecho no ocurrió aunque sí la llegada del frío liso y llano. Ese frío del cual no se regresa aunque vengan días de calor y varios veranos indios porque será por largos meses que esa base de masa fría estará allí inmutable, presente y al acecho. Eso es el invierno. Se pasó el día. Un tipo pasa muy tranquilo silbando en un kayak en la oscuridad. No hay ni una pizca de viento y aparecieron patos en la orilla.
Fue una noche extraña entre Río Místico y la conversación con Mayra. Desperté de madrugada varias veces, leí, dormité, pensé en qué habíamos hablado sin haber hablado. Mayra había decidido que no iba a venir, que no quería arruinar mi viaje (cosa que casi logró varias veces en las últimas semanas) que tenía una intuición. El camino al infierno está lleno de buenas intuiciones equivocadas decía Klimonsky. Las mañanas empiezan más tarde y mientras me desperezaba llamó Mayra otra vez para decirme que había cambiado de opinión y había sacado un pasaje a Bariloche. El día es espléndido otra vez. Está linda la mañana. El lago planchado. La vecina salió al muelle y me ofreció su kayak para ir a tomar mate del otro lado del lago. Una mañana llena de regalos.